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Inicio / Cuenteros Locales / NakaGahedros / De la muerte de Acos y el nuevo orden

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Fue en el tiempo del caos y la nada cuando sucedió y solo queda en la memoria de quienes recordaron el recuerdo de la memoria que sus padres les legaron, porque tan lejana es la historia, que solo en rituales fundamentales puede oírse como aconteció.
Acos, la bestia de lo oculto, reinaba en el desorden del caos de lo primordial y en su pensamiento existía la capacidad de crear y dar forma a criaturas autónomas y pensantes, que nacían una tras otra y que devoraba por instinto.
Sin necesidad, dejaba que llegaran a cobrar una esencia y las liberaba a la infinidad en que se hallaban, luego las cazaba, porque dejaba que se perdieran en los mares informes que eran el todo y la nada y disfrutaba de la persecución y el asesinato de cada uno de los que creaba.
-vástagos, semillas de mi pensamiento, no pueden sobrevivirme- decía, cada vez que a alguno engullía.
Y su existencia estaba dedicada a eso, y lo único que cambiaba entonces era su pensamiento, que se desarrollaba cada vez más y alcanzaba límites que la propia bestia jamás podía haber sospechado. Fue así que perdió la noción del alcance de su capacidad y en su mente comenzaron a desarrollarse pensamientos dentro de sus pensamientos, unos que él no deseaba dar lugar a existir, pero que imprevistamente lo asaltaban y viciaban la obra de su mente, haciendo su cacería dificultosa por las extrañas capacidades de quienes libraba.
Así fue que sucedió lo que nunca temió la bestia, porque nunca conoció el temor, pero que debió haber temido, porque sería su condena. De su mente, surgieron dos nuevas creaciones a las que nunca pudo dar caza, porque a diferencia del resto, fueron audaces, no temieron perderse y lo hicieron, y por eso se alejaron y Acos los perdió de vista en la vasta infinidad que habitaba.
Sin preocuparse, la bestia continuó con su actividad y una y mil veces repitió por ese entonces:
-vástagos, semillas de mi pensamiento, no pueden sobrevivirme- y a cientos y miles engulló, uno tras otro.
Pronto perdió en la vastedad de su mente el recuerdo de aquellos a los que no pudo dar caza, pero, para su propio fin, estos no dejaron de recordarlo.
Los nacidos de la mente de Acos crecieron y se desarrollaron, y existieron en el caos que todo lo dominaba. Aprendieron a hablar, porque era esa una habilidad heredada, y comenzaron a usar, al igual que su creador, la capacidad de sus mentes, que los volvió inteligentes, perspicaces y astutos.
Ardiendo en deseos de finalizar a la bestia que intentara darles caza, lograron regresar al sitio en que esta se encontraba y pudieron verla desde lo lejos y tener noción de sus formas. Su cuerpo grueso sobre cuatro patas robustas y escamosas, su cola espinosa que no dejaba de moverse, su cabeza, alargada hacia atrás y con una prominencia plana que se dividía hacia la nuca y estaba rematada por seis pares de cuernos, todos distintos. En el rostro tenía una boca de afilados dientes y siete pares de ojos, los de la izquierda eran todos brillantes, de luz dorada; los de la derecha eran de una luz tenue y plateada, mezclados con negro, a veces mitad y mitad, a veces parte mayoritaria de uno y parte minoritaria de otro; tenía también uno de los ojos completamente negro y otro completamente plateado.
En esos momentos estaba devorando a una de sus creaciones, una criatura de cuatro patas, pelo en la cola y el largo y musculoso cuello; al ser devorada lanzó un ruido chillón y un bufido, y sus patas en forma de casco se agitaron por última vez.
Esta imagen despertó un gran enojo en los dos que observaban y se decidieron a ir tras Acos para darle fin. Uno de ellos se paró frente a la bestia y comenzó a cantar con dulce voz, esto logró adormecerlo, ya que nunca había oído algo tan maravilloso; mientras tanto, el otro de los creados tomó una de las agudas espinas de la cola y se la arrancó, y con ella laceró y apuñaló el cuerpo de la bestia hasta deshacerlo.
Ese fue el fin del caos de aquel que creaba y destruía, y los dos nacidos obtuvieron de sus entrañas todo su conocimiento. Se sus ojos del lado izquierdo de la cabeza formaron una nueva criatura similar a ellos, de los ojos del lado derecho formaron otra.
Así les hablaron:
-somos Ianarus y Efebero, y daremos orden a este sitio. Nesto y Niza, sean testigos de nuestra grandeza-
Y lo que antes fuese un constante movimiento de voluptuosidades sin nombre, y un desorden incontrolable de fuerzas que fluían sin contención, recibió el toque de esos creados.
-que el orden sea sobre el caos- dijeron Ianarus y Efebero a un tiempo.
Nacieron así los colores y los elementos, la vida y la muere, y la gracia y la desgracia. En el centro formaron una esfera de consistencia e inconsistencia, que recordase lo que fue y se relacionase con lo que es.
Nesto y Nisa, también recibieron de los dos primeros sus labores, porque desde ese día medirían la sucesión de las eras de los que dieron orden.

Ese fue el primer estado del mundo creado aunque hoy sea muy distinto. Tantas fueron las eras que transcurrieron desde esos primeros momentos, tantos los cambios, que hoy solo queda una idea vaga de lo que fue, que se retiene en la memoria de quienes recordaron el recuerdo de la memoria que sus padres les legaron.

Texto agregado el 20-06-2007, y leído por 201 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-06-2007 un comienzo un poco redundante debido a la repetición tan cercana de verbos, la trama fue muy interesante, Una nueva mitología, cuida la narrativa y ortografía. 3* Jonh
 
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