-¿Cómo me puedo dar las gracias a mi mismo?¿Es posible?-retozaba con mis reflexiones estimulando y excitando mi imaginación caída de bruces, cuando de pronto....

-¡Claro que es posible!-mis movimientos se interrumpieron y mi corazón se agitó peligrosamente por el asombro, al escuchar aquella potente voz que sin arrogancia, consagraba un poder irresistible.

-¿Quién eres?-atiné a preguntar, pues me encontraba solo en la habitación retraído en las mismas tendencias meditabundas de siempre, tratando de digerir la noche.

-Ni siquiera tienes que verme para sentirme cada vez que se asoma un peligro o se desvía un camino en momentos de locura y de aventuras. Me estas escuchando porque tienes el poder de la percepción muy bien dotado...¡Soy tu conciencia!-

-¿Mi conciencia?,...¡Ahora sé que mi conciencia habla tan fuerte y tan convincente!-

-Pues si que te he hablado muchas veces apreciando lo que haces bien y rechazando lo que haces mal, porque siempre he sido la voluntad que juzga evitando o estimulando el respeto al deber-

-¡No me descubras ante la gente! Además, por amar a alguien nadie quebranta ninguna ley-allí me porté arrogante y soberbio.

-Recuerda que tu inteligencia juega con el acto voluntario para ejecutar e identificar tus logros y por eso creo que estas enamorado-

-¡Bien!, asumiré que sabes todo eso, pero ¿Cómo puedo darme las gracias a mi mismo?. Amo a una mujer y quiero felicitarme por recibir de ella, el mismo huracán afectivo y cálido que me tiene loco –

-¡Es muy fácil!. Ponte al frente de un espejo, mírate fijamente y reclama para ti el privilegio de estar vivo. ¡Allí mismo estarás dándote las gracias!-

Hice lo que dijo mi conciencia y me sentí afortunado. Apenas me di cuenta en ese momento, que...¡Era hijo predilecto del universo! Y supe, mirándome en el espejo, que mi mayor éxito había sido indudable,...¡El haber hecho feliz a mucha gente...¡Gracias a Dios!