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Inicio / Cuenteros Locales / TejeCuentos / Los que habitan las Tinieblas I

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“Siéntate, tranquilo, aquí hay sitio para todos los repudiados.
Este lugar es un antro pero el puente cobija de la lluvia. El frío es lo peor.
Es como una navaja, lo digo siempre, se va metiendo bajo la piel con cortes largos y precisos, cuando llega al hueso estalla en un millar de cristales helados. Lo malo son los dedos, si al menos tuviera los dedos calientes no me quejaría tanto.
Pero el frío te mantiene despierto…

Lo hemos perdido: el respeto, todos los que estamos aquí. Cada uno tiene su razón, en mi caso fue cuando empecé a contar la historia. ¡Ja! ¿Esto es lo que me preocupa?… Me he quedado sin nada en el mundo y yo echo en falta una idea abstracta.

No sé si envidiarles, no tengo un techo ni un lugar donde calentarme, y los cartones empiezan a calarse. Pero no echo de menos sus comodidades. Lo que extraño es el olor de mi casa, cuando los monstruos del mundo desaparecían con una nana. Olía a postres caseros de mamá… Si cierro los ojos puedo sentir la canela en el paladar y el dulzor en la punta de la lengua, la saliva me llena la boca y se escurre por la garganta.
Una ducha calentita, eso si que era placer...

A veces me pregunto cómo llegué aquí, ¿tú no? Eso es solo cuando el sol reluce y notas cómo te hace entrar en calor, y te puedes echar una siestecita. Pero luego caen las sombras. Odio la noche, siempre están ahí, esperando.

Debe ser cierto aquello de que la ignorancia es una bendición, si lo supieran no dormirían tan tranquilos en sus casas con las luces apagadas. No señor, apagadas no. Supongo que lo malo es cuando saben que lo sabes, lo huelen creo. Esas cosas apestan a miedo y a orín, ¡Ja! Casi tanto como yo… ¡Jajaja! Jiji.

Sí, yo los he visto… Reptando sobre sus panzas blandas. No me hace falta que lo crean, porque ni siquiera necesitas verles, puedes sentirlos, cuando los dedos del escalofrío te acarician en la nuca; puedes oírles moverse entre las paredes cuando las casas se estremecen y crujen como los huesos reumáticos de un anciano gigante. Eso es que andan cerca, joder se me hiela la médula más que con este maldito frío.
Ah el frío, la bendición y la maldición. Te mantiene tenso y alerta, aún tiritando con los músculos agarrotados los puedo percibir cuando un relámpago helado me araña la espalda.

Una vez pillé a uno de esos cabrones lamiéndome las piernas. Me estaba saboreando. Ahora no puedo mirarme los muslos, me entran ganas de llorar. Tengo surcos blanquecinos entre el vello como si me acabasen de depilar, no, como si nunca hubiera tenido pelo, me marcaron… con la forma de sus sucias lenguas.

“Es de nacimiento, hombre” dijo aquel matasanos cabrón. Será gilipollas, si sabré yo cómo nací… Lo vi en su mirada, me lo dijo sin hablar “tiene usted cara de loco, y lo que dice no me está ayudando a pensar lo contrario”.
No tienen ni idea, yo también tenía un hogar, yo vivía como ellos. Mi maldición y mi revelación fue aquel día.

La primera vez que los vi, uno de ellos trepaba deslizándose pared arriba hacia un balcón, a media noche, justo ante mis narices. Sabía que en el muro de la casa del vecino había algo que no me cuadraba, pero parece que mis sesos se negaban a reconocer lo que veían mis ojos. Ellos lo saben, saben que nos negamos a ver su monstruosidad y se ocultan de nosotros deslizándose por nuestro subconsciente, como anguilas repulsivas entre los torpes dedos de nuestra mente.
A la mañana siguiente la familia de enfrente descubrió que ya no tenían su bebé. Desaparecido.
Los recién nacidos no desaparecen porque sí, la investigación concluyó que la señora… ¿Cómo se llamaba?... ¡Hidalgo!, ese era el apellido. Bueno pues dijeron que padecía una depresión postparto o algo así, que le provocó una especie de delirio y que era muy posible que ella misma hubiese matado a su bebé, aunque nunca encontraron aquel cuerpecito. Hablaba de monstruos que se llevaban a su pequeño.

¡Ja! Menuda loca, todo el mundo sabe que los monstruos no existen. Los monstruos son criaturas gigantescas y peludas que comen gente, ellos no son monstruos, son… son… bichos… bichos demoníacos, eso son. Son lagartijas enormes de alquitrán, son babosas negras del tamaño de un niño, son cefalópodos quemados con colmillos de sierra, son pesadillas de carne blanda y apetito por el terror. Solo dios sabe cómo puede existir algo así.

A partir de aquel día los vi con más frecuencia. Al principio se me resistían, pero si entrecerraba los ojos y me concentraba mucho podía llegar a verlos, como borrones entre las sombras. Siempre de noche, abotargados tras los desagües de las alcantarillas, podía ver sus babas oscuras chorrear por las fachadas cuando llovía. Les gusta subir a los tejados cuando llueve, como hoy…

Texto agregado el 05-06-2007, y leído por 245 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
16-06-2007 Me gustó mucho como simplificas de una manera muy natural y le das forma al miedo que es parte de nuestro ser,e indivisible y que siempre nos acompaña..Magnífica idea...;muy buena narrativa...Seguiremos adelante con la lectura. churruka
13-06-2007 Buenas imàgenes, buen manejko de la trama, una excelente imaginaciòn en el proceso de narraciòn. Saludos. Jazzista
08-06-2007 Me equivoque y leí la segunda parte antes que esta, mmm, me pareció un gran inicio, seguiré la historia… saludos plapla
07-06-2007 Bien. Paso y sigo. gamalielvega
06-06-2007 uy estoy impresionada!! quede muda...... janine
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