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Inicio / Cuenteros Locales / curiche / Con tu puedo...Cap 47. Prisionera

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Prisionera

—¿Cómo les fue en la reunión?
—Gómez nos amenazó con los milicos, cosa que esperamos, lo extraño es que no hayan llegado aún y, creo que por ello nos llamó, está muy preocupado, le llega mucha comunicación desde Londres exigiéndole tome medidas severas. Se habla de perder el contrato. Sus amigos de otras oficinas le han subido el precio del nitrato y el gobierno aún no autoriza el envío de tropas. Mis dos compañeros, se portaron a la altura, no se achicaron ante el patrón, fue bueno haberlos elegido para ello. Al final, ofreció algunas pequeñas cosas, pocas sí, pero es más de lo que yo esperaba.

—¿Si llegan militares, que hará, Alamiro?
—Es complicado saberlo, puede llegar algún oficial con órdenes de parte del gobierno, para hacernos trabajar y quiera cumplirlas a como de lugar, tal como lo hizo Silva Renard en Iquique; puede que algún minero quiera cobrar venganza y cometa alguna tontera, qué algún milico nervioso dispare, son mil posibilidades compañero. No tenemos más medios para enfrentarnos a las armas que la razón, por lo tanto, hay que organizar y unirse entorno a lo que pedimos. No podemos aceptar provocaciones, sería una matanza con graves consecuencias para el movimiento proletario.

—Alamiro, la lucha del proletariado seguirá estando plagada de actos de heroicidad por nuestra parte y violencia extrema por parte de los burgueses, en este caso pueden disparar, lo que usted piensa es lo que nosotros también pensamos, Hay que acumular fuerzas para golpear cada vez más fuerte, puede que en algún instante nuestro movimiento, combata con las mismas armas
—Compañero. Tenemos una guardia cerca de la pulpería y de las casas de la administración para que nadie trate de entrar a esos lugares.

—Algún día tenemos que conversar con más calma, Alamiro.
—Cuando esto acabe iré a Iquique, ahora me iré a preparar la reunión, compañeros vayan a la asamblea, su voz nos ayudará mucho.

—Gracias, iremos con gusto.
—Pancho y Luciano, les acompañarán, ustedes no pueden andar sólo en el campamento. Así también me libro por un instante de ellos que andan conmigo por todas partes.

¡Qué curiosa es la vida, hace años que no me sentía así! Si me acuesto, en la ensoñación mi alma vuela, regresa al pasado, cuando veía pasar a Alonso camino al liceo, se me erizaba la piel de todo el cuerpo, ¿qué habrá sido de él?
Se endurecen mis pechugas, palpita mi sexo, me siento mujer, vital, fértil, aunque no enamorada, ¿serán las conversaciones con las amigas de Iquique o las que vinieron de Santiago?
¡Qué locura! La mayoría con tanta fantasía y casi todas poniéndoles cuernos a sus maridos, justificándose con los engaños de ellos.
¿Qué haré Dios mío? Estoy a un milímetro de hacer una locura

No me atrevo a dar el paso, creo que me gusta más que lo que creía, al comienzo fue un chispazo, surgió cuando la Marienchu contaba de su aventura con el carpintero. En ese instante algo se gatilló en mi cuerpo. Me he estado quedando en la tina de baño horas enteras acariciando mi cuerpo, cierro los ojos y sueño. ¡No! No puede ser, pero Fernando se empuerca con la tal Emilia, hasta la invitó a la boda de la hija. ¡Maldito!


—¡Niña Lucía!
—Mande, señora.
—¿Dónde está Ernesto?
—En la cocina, señora.
—Dígale que venga.

¡Dios, nada me contestas! Es como si no estuvieses, creo tanto en Ti y nada sé de Ti, sólo me hablas en el sermón de la misa o en la Biblia. Estudié en las monjas, me enseñaron la obediencia a las normas morales, aprendí que el día que me casara iba a ser para toda la vida y que debería apoyar y obedecer al hombre que fuese mi marido, ¿y él, sí él, mi marido? No tengo derecho a nada fuera de la casa, él los posee todos, incluso engañarme con cualquiera.
Me siento agotada. Hasta leer la Biblia me cansa, esta situación llega a su fin, se acaba, Dios si me has de juzgar que seas solo tú y que ocurra el día en que muera, antes de eso, poco me interesa y si he de cargar alguna cruz más pesada de la que ya hunden mis hombros. La cargaré.


—¿Dónde se había metido, Ernesto?
—Señora, estaba en la cocina esperando. La llave ya no servirá nada, está quebrada, le dieron con fuerza.
—Ni me lo diga, mire que fui yo. Acompáñeme a la bodega allí hay varias que se compraron en Londres cuando se construyó la casa.

Ernesto tardó un par de minutos para encontrar una llave igual, buscó un par de herramientas. Acompañó a la doña hasta el baño, ella le dejó reparando el desperfecto, mientras se retiraba Ernesto puso sus ojos en el cuerpo de la mujer, hizo un gesto con su cabeza y se puso a hacer lo suyo.

Tan linda como rica es Doña Estela, alta, de buenas hechuras, ojos claros, piel clara y no reseca como la de mi Mireyita.

Estela. Al darse vuelta y salir caminando, percibió que sus caderas dieron un brinco y se movieron con un ritmo poco conocido para ella, más bien olvidado en el tiempo, dio un respingo y frenó su balanceo.

Lo que más me ha acercado a Ti, Señor, es el recuerdo de mi mama Rosalba. Sobre todo cuando mis papás andaban en Santiago o en algún viaje por Europa dejándome sola. Mi mama a pesar de no saber leer ni escribir, siempre hacía que yo estudiase, me peinaba y mientras pasaba el cepillo por mi cabello, me hablaba de Ti.
Me decía que no me hiciera monja –bendita mi mama, era sabia- que Dios era para todos, para los ricos y para los pobres. Recuerdo que me dijo una vez...Usted hija, alguna vez va a tener que ayudar a que los más pobres tengan menos hambre y menos frío del que padecen, se lo agradecerán esos pobres y Dios la mirará con amor y benevolencia, eso acercará a usted y a los pobres a nuestro Padre.
¿Y que tiene que ver mama Rosalba con esto que siento?, ¿Qué tiene que ver Dios, los pobres? , ¿Estaré sólo buscando una justificación para dar el paso?, lamentablemente todo se junta. Lo que si haré será hacer algo para que no suceda una desgracia acá.


—Compañeros. – fuerte y segura suena la voz de Alamiro, a su lado están los dos delegados que le acompañaron- ya saben que nos llamó el patrón. Nos amenazó que traerá a los milicos desde Iquique, allá anda. Tenemos que decidir lo que haremos.
Ofreció un par de cosas. Eliminar los cepos, pagar algunos meses por accidentes fatales en faena, no echar a las viudas y huérfanos si fallece el trabajador y pagar tres días a los enfermos que no puedan trabajar.
No habló nada de reajuste de salario, ni de las fichas y menos aún de pago en dinero chileno como tampoco de libertad de comprar en donde se nos de la gana. Yo creo que no fue mala la reunión, así lo hemos conversado con Juan y Gustavo, se los comunico ya que hay que decidir, tenemos dos alternativas: recibir lo que nos entrega y regresar al trabajo o seguir la huelga.
Yo, no estoy de acuerdo con regresar al trabajo, es poco lo que ofrece, pienso que hay que seguir con el movimiento, es un momento en que nosotros podemos ayudar a otros proletarios a Redimirse y por este camino algún día vivir dignamente.
Ustedes tienen la palabra.

—Me permite, Alamiro.
—Don Juvencio, tiene la palabra.

—Compañeros, ya lo ha dicho nuestro presidente, o seguimos o regresamos, pienso como Alamiro, aún es poco lo que se nos ofrece y si lo hizo en la primera conversación es que debe estar dispuesto a ofrecer algo más. ¡Qué siga la huelga!

—Alamiro.
—Señora Ernestina. Por favor
—Hablo por muchas mujeres, por las que estamos cocinando, por las damas de la Filarmónica y las promeseras de la virgen de La Tirana, queremos decirles que ustedes deben tener firmes los pantalones, que lo que se nos quiere dar es poco, casi nada, seguiremos apoyando si la huelga sigue, si yo hubiese nacido hombre, diría ¡Qué siga la huelga!
—Alamiro, los herramienteros decimos que estamos contigo hasta el final.
—Nosotros también –dice el niño delegado de los matasapos.
—Y nosotros.
—Alamiro, mi marido no puede estar acá, hoy no se puede mover. Ustedes han logrado algo importante y me toca por que morirá pronto, pero, digo que han de seguir luchando por que no es mucho para lo que ganan los ricos, seguiré en la olla común y si llegan los milicos estaré con ustedes.
—Gracias, señora Clotilde.
—Compañeros, preguntaré a todos. Levanten la mano los que estén por continuar la huelga.

La sala se levantó entera, los hombres levantaron el brazo, sólo diez no lo hicieron.

—No hay más que decir, seguiremos y en cuanto llegue Fernando Gómez se lo diremos. Hay que tomar medidas, si llega tropa, la disciplina ha de ser mayor, nadie deberá meterse con los milicos, sólo los delegados, nadie debe aceptar provocaciones, todos hemos de estar reunidos en este lugar, que nadie ande armado por el campamento. ¡Nosotros tenemos la razón y con la razón hemos de ganar!

Un inmenso aplauso recibe el término de las palabras del Hombre que les ha levantado las ansias de ser personas con dignidad.

—Lucía. Avísale a la señora que está listo el trabajo.
—Ya poh, voy al tiro.

—Terminé señora Estela, dejé algo sucio su baño y su habitación, si gusta limpio.
—No Ernesto, alguna de las niñas lo hará. Le cuento, acaba de llegar un telegrama de mi marido, dice que no regresará hasta tres días más, que lo más seguro es que llegue con la tropa. ¡Tienen que cuidarse!
—Señora Estela, cuando a uno le llega la hora, sólo llega.
—¿Podrá venir mañana, por favor? Quiero arreglar un nuevo jardín, usted me puede decir lo que necesito.
—No lo sé, señora, ya sabe que me siento mal abandonando a mis compañeros, van a creer que los traiciono.
—Me acompaña afuera, quiero mostrarle donde haré el jardín.
—Usted manda.
—¿Le costó reparar la llave?
—No, pero, su sala de baño es más grande que toda mi casa y su tina es más grande que mi cama, señora.
—No es mi culpa, Ernesto, cuando nací ya era rica, no me hice rica a costa de ustedes, a veces quisiera las cosas fuesen diferentes, pero, ¿qué puedo hacer?
—¿Es católica usted, señora.
—Sí, lo soy
—¿No le dice Dios que no pueden tener tanto y nosotros tan poco?.
—Si supiera usted cómo he tratado de conversar con él en estos días. Mire acá quiero hacerlo, ¿qué se necesita?
—Yo creo que hacer un hoyo de medio metro y rellenar con tierra de la que se hizo la plaza.
—¿Lo podría hacer usted?
—Cuando termine la huelga
—Hablaré con Fernando para que lo deje acá. ¿Hace mucho calor, cierto?
—Como cuarenta grados han de hacer, yo trabajaba en los cachuchos de derripiador, allí hacen mas de cincuenta, es infernal ese trabajo, señora
—Voy a entrar. Gracias.

Doña Estela, metió la mano en su bolsillo iba a sacar un billete, pero se arrepintió.

—Le quiero pagar el trabajo, Ernesto.
—No, señora. No me debe nada.
—¿Y sí le entrego un dinero que es más de lo que gana en un día?
—No lo haga, por favor.

Estela, intentó nuevamente, tomó la mano de Ernesto para pasarle algo, este le miró con sus ojos grises, casi negros, se veían más duros y filosos como cuchillo sacramental de obsidiana. Un frío recorrió todo el cuerpo de Doña Estela, la mirada de Ernesto no fue de rencor, sólo firmeza y dignidad pocas veces visto por ella. Dio media vuelta y entró en su casa. Ernesto, comenzó a caminar hacia la salida. Desde el interior y a través del trasluz de una cortina Estela vio como ese hombre, sencillo obrero salía con la cabeza en alto, dejándola prisionera en la casa que habita y también de sus confusiones.

¿Jesús, en donde estás?, háblame, dime algo, no me dejes en la incertidumbre. Dicen que perdonaste a María Magdalena. ¿Lo harás conmigo? Yo ya me he quemado con el pensamiento.
Escribiré a los abogados que tengo en Inglaterra, que vean cuanto dinero tengo, cuanto han ganado las acciones y en cuanto tiempo se liquidan. Me escaparé de ti, Fernando. ¡Nunca me encontrarás, no te necesito!


—Alamiro.
—Tito, alegrándonos que ya estés acá. ¿Qué ocurre?
—Fernando Gómez llega en tres días y lo más seguro que con los milicos.
—¿Cómo lo sabes?
—La doña me lo contó.
—Gracias, Ernesto y perdona por tener que ir allá.
—Mañana quiere que vaya.
—Tenís que ir, hay que saber que pasa.
—¿Y si va otro?
—Vaya usted compañero – dice Elías- no es malo tener alguien que nos cuente lo que ocurre, acá hay muchas manos y en esa casa ninguna.
—Gracias, iré

Me daré un baño para refrescarme, trataré de buscar en la Biblia alguna respuesta, quiero hacer algo por esta gente, no me importa mi futuro en este desierto, pero, antes de irme haré lo que me decía mama Rosalba. Luego, no lo sé.
Con pena he descubierto que el amor también puede morirse antes de morir uno, a pesar del juramento que hice en el altar.


Curiche
Junio 5, 2007

Texto agregado el 05-06-2007, y leído por 262 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
08-06-2007 Me gusta como la doña lucha contra ella misma por sentir ese deseo que no la deja tranquila. Me gusta como Alamiro va ganandose la confianza de sus hombres. En resumen, fenomenal. Como siempre Juan. Mil besos de una jaenera. currilla
08-06-2007 Curi... En este capítulo lo dicho es señal y camino de lo callado. Cuánto puede enredársenos el alma en esta confusión entre el Dios de la libertad y la vida con ese otro embaucador del Deber compulsivo e insaciable... Esta Elvira descubriéndose desnuda y pueril en esas pupilas filosas de dignidad y desprecio ha aprendido más de sí misma en este instante insólito que en toda su vida. La verdad, me ha admirado enormemente tu capacidad de sumergirte en el entramado complejo de sus vivencias y recuerdos tan "femeninos", como si estuvieras en su pellejo. (Te dejo mis estrellas aprendices. Gracias) vacarey
07-06-2007 Con pena he descubierto que el amor también puede morirse antes de morir uno, a pesar del juramento que hice en el altar. ... Realmente llena de acontecimientos tu historia... Me quedo con la última frase de éste capítulo. Un gran abrazo 5***** Francisca Sofía amal
07-06-2007 Muy bueno, la trama se va hacíendo más tupida.***** tequendama
07-06-2007 Lo siento, Curiche, no me atrevo a juzgar otras vidas, y mucho menos personajes de novela, pero sí me atrevo a afirmar que las respuestas se buscan en la propia conciencia, no en la Biblia. El mejor tirante de los pantalones se llama solidaridad; y el de las faldas, se llama dignidad, y viceversa. Un fuerte abrazo y cinco estrellas. maravillas
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