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"No es lo mismo ver a los toros
sentados en la barrera".

Para Fernando

Una de las diversiones de mayor arraigo en el pueblo español y lo que fueron sus colonias fue y han sido las corridas de toros. Y aunque no es exclusiva esta nación por la práctica de la llamada “Fiesta brava”, porque también la practican otras naciones europeas, se puede decir que el pueblo español tiene, sin embargo, la mejor reputación en cuanto al cultivo de este evento ofensivo, injurioso y humillante para la casta animal, hasta hoy día.

No son nuevas las reacciones que actualmente se vierten en tintas de los diarios, las protestas de sociedades protectoras de los animales, grupos ecologistas y espíritus delicados; pues su contraposición, podemos decir se originó desde el momento en que éstas comenzaron a celebrarse como forma de diversión, pretendiendo perpetuar una etapa de confusión en la mente de los hombres, cuando adorando y enfrentándose a la divinidad, pretendían honrarla y a la vez alzarse con su poder y con su fuerza.
Por más que se ha criticado este sanguinario e ignominioso espectáculo, el dominio de la violencia atávica que forma parte del patrimonial humano desde su rebelión primigenia, ha seguido imponiéndose; sobre todo ahora, cuando ya no vale lo bueno, lo noble, lo bello, lo justo, lo leal, ni se busca el arte por el arte, ni la diversión por sí misma con talante, puesto que todo ha corrompido el color del metal.
Pues en realidad, en el corazón ambicioso de muchos seres que se dicen humanos, más vale el dinero que la compasión, la riqueza que la humanidad, la fortuna que el respeto a seres de otra escala, que se le dieron al hombre para que se sirviera de ellos, no para que los martirizara para saciar su hambre de bestia salvaje.
Cierto y nada inconfesable es que el hombre se alimenta de la carne de los animales, que los sacrifica con el grave deber y noble fin de preservar la vida. Que de uno y otro modo se entra en la rueda de un ecosistema en la que unos seres mueren para dar vida a otros. Y que el que consume a otro lo hace con placer. Esta, ciertamente es una enseñanza de la vida que nos impulsa a darnos también en bien de los demás. Pero que machaquen y aporreen a uno, que lo aguijoneen y trituren, que lo vilipendien y lo maten sólo con el fin de divertir y ganar dinero, esa es una vil y grosera repugnancia.

Y la aceptación de este triste espectáculo que deshonra al linaje humano y a la nueva conciencia que nuestros tiempos reclaman, se ha apadrinado hasta por espíritus de quienes se esperaría pensamientos y actitudes más nobles.

Un ejemplo claro son las apologías que de ellas encontramos en todo tiempo, salidas de personas de reconocido prestigio en el mundo del pensamiento y de las letras, de la política y de las altas esferas sociales. Y en modo invariable a ellas recurren los actuales y serviles defensores y aficionados infectados y aturdidos, cuando son hostilizados por censuras intrépidas a tan salvaje y sanguinario entretenimiento; pues blandiendo las críticas “infalibles” que han hecho los pseudo evangeliarios apóstoles de la cultura, que aceptan en su atollado cerebro tan viles y injuriosos espectáculos, con lo cual quedan muy satisfechos, o dormidas sus conciencias, como si aquellas medradas defensas encallecidas de aberración y dislate con sus necias cogitaciones en su concepto fueran dogmas de fe que se han de aceptar, so pena de ser excomulgados, o pasar por ignorantes e indoctos quienes osen elevar su voz contra tamaña barbarie, bienquista muchas veces hasta por contaminados altos miembros de la clerecía.

Y como el abuelo es un individuo desposeído de toda esa necedad que mejor diremos ciencia vana, pero en cambio es un hombre de prez por su ancha y grande conciencia humana, y por lo cual una persona a quien no se le puede tachar de partidario de uno u otro bando en la querella, vamos a recurrir a su voz y a su experiencia, para que con su festivo y talentoso estilo que destella, nos diga algo ponderado y por qué él también interpelaba, así como el sentido y pensar que tenía sobre la llamada “fiesta brava”.

* * * *

Narraba el abuelo que en un pueblo sin nombre, sucedió una vez una antinomia, digna de recordarse por generaciones, pues tuvo como principal motivo y dedicatoria divertir y agasajar por una tarde a la raza subyugada de la familia vacuna, especialmente la clase explotada de los toros de lidia. Esto, aunque algunos de los toros sabios lo consideraban una locura, sin embargo, seguía prevaleciendo la pasión y excitación buril por ver morir a los hombres bajo las lides estoqueadoras de los artistas en “el hombreo” o lucha entre las implacables huestes boyales y los apasionados y desdeñosos hombres que tiraban la vida en los ruedos, para que los empresarios cernícalos continuaran haciendo de las suyas ensanchando sus costales.

Los carteles festivos y sus pasquines por la ciudad de los toros estaban apostados uno a uno repartidos en todas las esquinas, y cada una de las familias de raza bovina que callejeaba o tomaba el aire displicente, curiosa se detenía haciendo corrillos frente los anuncios pintorescos que veían una y otra vez atractivos y sonreían.
—¿Qué cómo se le podría llamar a la ciudad de los toros del cuento?
—Torilandia, por supuesto.

Era la propaganda sugestiva para un día de feliz esparcimiento familiar de la sojuzgada familia rumiante, que como tal no era ordinario, pues la temporada de “hombremaquia”, o los famosos encierros de hombres de lidia, acababa apenas de empezar en aquel andurrial, y algunos sentían recelo y estremecimiento al ver que contendían un toro y un hombre en aquel coso de arena, en un combate mortal por necesidad, pues el toro debía matar al hombre para recibir aplausos y unos sacos o talegos de pastura rumial. Pero, además, cada hombre rendido en el coso taurino era un tesoro, sacrificado y ofrecido al dios toro... que estaba por ahí sentado, contando su dinero y planeando más muertes violentas.
—¿Qué si era “toro sentado”?
—No, éste era uno de sus descendientes, porque a aquél lo lidiaron los americanos hace mucho tiempo y lo dejaron despelucado.

Para esta corrida hombrera se anunciaba festivamente la lidia de 8 hombres 8, representantes de los países y regiones más famosas de la tierra; a estos entes particularmente valientes, los lidiarían 8 famosos toros 8, de los reconocidos más diestros, entre los cuales destacaba la figura del popular y afamado cornúpeta “Silabario Perros”.
Era este un toro cejudo y correoso poseedor de un abultado palmarés de heroicas faenas disputadas en los mejores ruedos humanoides del mundo, el cual esta vez alternaría con los más templados toros hombreadores del momento. Entre lo mejor que había estoqueado en su última presentación de Silabario Perros, se hallaba un encierro con 6 gigantes o “titanes” rubios, traídos de un corral del imperio norte, a los cuales arrancó no sólo la cabellera, las orejas y los ojos azules, sino hasta los zapatos con sus hebillas y de marca hecha en Taiwan.
Este Silabario, decían todos los toros entusiasmados, es garantía de espectáculo, pues ha venido cosechando aplauso tras aplauso y calurosos pezuñasos, enfrentándose a los más bravos hombres de lidia en las principales plazas de “hombreo” de todo el globo terráqueo.

Para hacerle el quite en esa hombreada señalada, venía otro rumiante de armas tomar y a muchos hombres su nombre les hacía estremecer, pues era nada menos que el insuperable y renombrado toro “Manoestilete”, un buril que había hecho faenas a toda clase de hombres de raza blanca, zamba, negra y cobriza, a los cuales en cada capea les daba una enloquecedora paliza.

Les hacía honores en aquella faena programada a los anteriores boyales, diestros y expertos hombreadores, un novel pero ya hábil y de empuje bureador, llamado “El Torito de la Capita “.

Otro gran toro hombreador que estaba en la lista de los 8 de la fiesta 8, era el fino arremetedor y artista del hombreo clásico y de gran peso “Solodoy Carambazos”.

Por supuesto que se contaba entre los lidiadores más fuertes y valientes, el considerado símbolo de espectáculo y podía ver toda la familia vacuna en aquella ocasión, el finísmo toro diestro en el arte de hombrear, el bóvido espontáneo aclamado por el completo tropel de toros en cada presentación de plaza, el indiscutible hombreador del momento, “Churrito Revira”.

Había una ternera morlaca que también hombreaba y nombraban la “Cretina Chances”, ésta era una vaquilla sueca, ágil, ligera y cacariza, que había dejado en los primeros a varios hombre sin camisa. Esta rumiante cantante y sandunguera fue invitada también a la especial fiesta bullanguera, pues en el país de los toros no existía discriminación ni machismo tópico, y al escenario del hombreo asistían vacas y terneras acompañadas de sus infantas pequeñas.

Como invitado de honor, habían contratado para este espectacular encierro, a la gloria de los astados de todos los tiempos, que pasaba entre los mejores picadores del siglo, y que a pesar de sus años todavía las podía en eso de hacer faenas a los hombres; era el reconocido y bravísimo bóvido, garantía de encierros hombrunos, el fenomenal “Pan Silvestre”. Sin duda que este toro internacionalmente famoso por sus desplantes suicidas, llamado el tigre de asalto, y también el buey de fierro, fue uno de los más aplaudidos del cotejo aquel día.

Cerraba aquel cuadro burilado un astado valiente propio para arrancar faenas y aplausos a más no poder, el temible y gigantesco morlaco recental que parecía un espartaco “Lalo Topes”, a quien le apodaban “Sí-ti-aloko“.

* * * *

Y llegado que hubo el día señalado, la ciudad de los toros se quedó tan desierta que parecía un abandonado erial. En efecto, desde muy temprano se veían las calles transitadas por parejas y familias enteras de los bovinos, quienes se encaminaban alegres, pues toda la familia vacuna se dio cita en la plaza del hombreo local.

En los vestidores toriles, haciendo banca, se encontraban muchos toros ilustres de fama internacional, listos para hacer el quite a cualquiera de los cornúpetas en el momento más preciso, con el fin de que no se detuviera la fiesta brava, por si resultaba herido algún astado. Había entre ellos también muchos morlacos ya programados en las carteleras de la temporada hombril de aquella plaza.

En primera fila se hallaba el robusto e insuperable toro mundialmente famoso, el Gordolfo Jamona, que debía darse un agarrón con un encierro de 6 hombres 6, de bastante clase el domingo siguiente; a su lado había otras lumbreras del arte del hombreo, que esperaban la alternativa en aquel celebrado evento. Junto al anterior, se paseaba el diestro hombreador “El Cordobán”, acompañado de cerca del toro que había incursionado en el cine y tenía gran demanda taquillera, llamado el Mono-ríel Copetillo.
Impacientes se balanceaban igualmente impetuosos, con vivas ansias de entrar y tomar parte en aquel cotejo hombril, el fino desmochador de orejas “Formen Argollitas”; y por ahí sentado, catando una copa de fino licor, saludaba a todos con una sonrisa el diestro toro que le gustaba aporrear hombres, pero más el vino francés, “Mano-solo martinis”; se movía también inquieto el admirado e indiscutible joven toro que había hecho recorridos por toda Latinoamérica y había conquistado las mejores plazas, el fino astado que apodaban “El Chulis”; y no podía faltar el robusto toro Alfrío Legal, que había hecho faenas asombrosas a muchos hombres del polo norte; finalmente, picándose los dientes con un palillo, sentado y muy sereno entre los astados hombremaquios, se veía al insuperable hombreador denominado “Pico Cominos”.... Continuará....

Texto agregado el 04-03-2004, y leído por 374 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
08-03-2004 ¡Olé! Matador de matadores. barangel
04-03-2004 Estoy de acuerdo contigo, se hizo una fiesta barbara y criminal yo deje de asistir hace años por deshonor a mi persona, pagando por mirar la masacre, te admiro el valor para declararlo felicidades. gatelgto
 
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