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Hailie

Es un sentimiento extraño. Es como estar pero no estar. Es como vivir simplemente por…. ¿por qué? No lo sabe. Ni siquiera sabe porqué los demás no saben siquiera pronunciar su nombre: Hailie. Hasta el mismo nombre le da una seguridad incomparable, que la dota de un poder que pocos tienen, aquel poder que habla por sí solo, que no depende de cosa alguna para valerse, y que es irremediablemente respetado. Y ese poder, lo tiene Hailie. Y se jacta de ello, y goza también por la inigualable energía que un simple nombre le otorga. Sí, es una sensación agradable la que percibe con el puro hecho de leer “Hailie”. Ya es toda una identidad, conocida internacionalmente, por la más variada clase de gente, humanos que viven sujetos a normas pero que cuentan con una pequeña posibilidad de escapar de la prisión en la cual se hallan. Y las palabras los liberan, al igual como liberan a nuestra Hailie.

Lo curioso es que Hailie olvida que es una niña común y corriente y osa entrometerse en lo que no debe. Juega con fuego frecuentemente, aún sabiendo lo doloroso que es quemarse. Y a causa de ello sufre y sufre, y cuando no encuentra un sufrimiento nuevo, regresa a uno antiguo y así se siente con vida otra vez. Vida inerte. Vida inventada. Lo cierto es que Hailie no existe, Hailie es un disfraz que cuenta con el don de volar, volar muy alto hasta más no poder, y soñar y vivir los sueños que ella misma se construye. Esa es Hailie.

Ocurre a menudo que el disfraz alcanza alturas inimaginables, y le llega a faltar el aire. Ese asunto si que es serio, pues la versatilidad de aquel cuerpo es demasiado compleja, y muchas veces está a punto de desfallecer, a punto de morir. Y es porque el disfraz juega a ser mago siendo sólo un trapo que cubre a la niña. Sí, es una niña, con un disfraz que la convierte en Hailie, su personalidad inventada, su segunda personalidad.

La niña sueña cosas reveladoras, y Hailie se encarga de hacerlas notar a la persona indicada. Ella sabe que nada conseguirá, lo cierto es que no desea conseguir nada concreto, mas permite que su disfraz cree maravillas con ciertas normas, ocupando como recurso la magia de las palabras. Puede que Hailie sea maga, pues gracias a ella inventa realidades mezcladas con una pizca de la vida de la niña, y las moldea cuando el universo le susurra “Juega”.

La niña sufre, sufre a causa de Hailie; porque se entromete en asuntos inadecuados, descubre cosas que jamás desearía descubrir, y su excitante poder la hace ocupar el cuerpo de la niña por primera vez en la vida real. Mientras la niña implora algún consuelo desde lo más recóndito del inconsciente, el disfraz demuestra su valentía y enfrenta a los mortales, más débiles que él, débiles como la niña. El entorno está sorprendido, ellos ignoran que la niña chilla de modo silencioso mientras que la que realmente interactúa y revela la dolorosa verdad, es Hailie. Hailie no tiene piedad, juzga como un severo juez, expone los hechos sin siquiera vacilar, por muy duros que éstos sean. No teme. No sufre. Apenas siente. Mas cuando el disfraz menos se lo espera, aflora la niña, cansada, gastada de tanto llorar en aquel rincón oscuro que Hailie escogió para ella. Y todos la miran, la reconocen, suspiran de alivio al reconocer a la niña otra vez, esa que llora, que besa, que abraza, que demuestra su ternura sin vergüenza, y que grita para pedir auxilio. La niña está gritando. Grita sin piedad, busca desesperadamente una mano que la acoja suavemente y que le devuelva la tranquilidad una vez más. La verdad es muy dolorosa, la niña prefiere olvidarla y seguir adelante para soñar como antes una vida perfecta, o al menos la búsqueda de ella. Y es ahí cuando Hailie alza su voz reteniendo la energía de la niña tal cual fuese un pequeño y delgado hilo dorado, imponiendo su presencia – fría, inteligente, despampanante, autosuficiente y perturbadora – con el único objeto de volver a reinar nuevamente en ese cruel y despiadado entorno que le dio a la niña la oportunidad de respirar. Mas la pequeña lucha, no desea regresar a aquel frío y lúgubre rincón en donde el único sonido que escucha es su respiración angustiada y agitada, se niega a asimilar las discretas pero decisivas palabras que Hailie va escribiendo en su mente “Déjame a mí, en esto me manejo, no debes negar la realidad, déjame que yo la enfrento y sé lidiar con ella”. La niña cae exhausta. Pierde por un momento la razón y sólo ve dos opciones: volver al rincón y permitir a Hailie arreglar su vida, o simplemente morir. Curiosamente aún confía en que la felicidad está reservada para ella, en algún lugar, con alguna persona, y decide esperar a que ese momento por fin llegue. Es entonces cuando el triunfante disfraz retoma el control de la situación y vuelve nuevamente en lugar de la pequeña.

Lo realmente extraño es que Hailie está sufriendo una metamorfosis, se está volviendo cada vez más real. El disfraz está perdiendo aquella actitud fría e indiferente que tanto lo caracterizaba. Juega más que nunca, se atreve a confesar hasta sus más íntimos secretos y…siente. Sí, pues le agrada percibir los rostros de las personas cuando él examina cuidadosamente cada respuesta, hasta el más ínfimo de los detalles, para luego refutarlas de un modo agresivo y sarcástico, en el que las palabras cumplen dos roles que indican cada uno su presencia innegable y su brillante inteligencia.

¿Olvidé decir que Hailie se ama casi más que a todo en el mundo? Ahora pueden estar seguros de ello, y así comprender que una entidad con tanto amor hacia sí mismo, sí que es especial.

En fin, Hailie se ha convertido en un traductor para la niña, que dicta sus anhelos y sentimientos más ocultos, para que el disfraz se encargue de manifestarlos. Y la niña ya no grita, ya no sufre por la oscuridad de aquel rincón, sino que goza de esa eterna soledad y tranquilidad para ella sola, que nadie en el mundo puede usurpársela. La niña está casi feliz. Digo casi, porque la felicidad plena no existe, lo que existe es el frenesí de una emoción imitando a la supuesta felicidad, y eso es sólo y tristemente, momentáneo. Así Hailie pasa de ser una cosa a ser una identidad con personalidad propia – y muy atrayente, por cierto – que disfruta de un poder semi inventado que la hace ver por sobre los demás.

Hailie ahora es real, lo que no significa que ello haga desaparecer a la niña. El problema es que está adquiriendo rasgos de humanos, inclusive actitudes. El increíble deseo masoquista está muy latente en Hailie, y a veces le juega en contra. Mas Hailie es una excelente jugadora, y hasta ahora, cree tener todo bajo control, pues conoce todos los riesgos, ventajas y desventajas que los juegos traen consigo, y está dispuesta a aceptarlos.

Preocúpense cuando Hailie desaparezca, pues querrá decir que la niña ya no es niña, y que finalmente creció.

Desconfíen de las palabras…siempre engañan.

Texto agregado el 04-03-2004, y leído por 557 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
20-03-2004 Una gran descripción pero muy buena. Repito, me encanta tu juego de palabras, mezclas ficción y diría que realidad. Peklo
16-03-2004 Lo copio y lo leo en la noche. Luego te cuento. Saludos franlend
10-03-2004 ¿Te confieso algo?: Tengo 41 años, pero mi niñez ha permanecido incorruptible. Aún hay oscuridades que me asustan y juguetes que pretendo... venicio
06-03-2004 Llueve la promesa sonriente en tus letras, Hailie. Continúa con el esfuerzo. Un placer leerte. Gabrielly
06-03-2004 La fusión del poder y autoestima de Hailie con la autenticidad y vulnerabilidad de la niña, descartando el resto, es la respuesta a este acertijo. Así crecí yo también, en beligerante dualidad. Tejedor
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