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Todo en Ella
(¿cómo habría de estar mal?)




La contemplaba, y todo cobraba sentido.
Cada segundo compartido, cada sonrisa regalada, cada palabra intercambiada, llenaba su interior iluminándolo todo. ¿Cómo habría de estar mal, algo que se sentía tan bien?.
Toda su vida giraba en torno a ella, a sus largos y sedosos cabellos, sus grandes y brillantes ojos, su mirada penetrante, su dulce voz, sus caderas meciéndose al caminar, nada tendría sentido si toda ella le faltara. Se embelesaba viéndola coquetear, se le alegraba el alma al oírla reír, todo en ella.... todo en ella. Su entusiasmo contagioso, su carácter fuerte y valentía inquebrantable, tanto como sus rojos labios, su blanca piel y su perfecta figura, le removían hasta el más recóndito rincón de su cuerpo y le hacían estremecer.
Desde el minuto en que la conoció, supo que ella era especial, que nada sería igual desde entonces, y que tendría que enfrentar muchas batallas, contra el mundo y contra todos sus principios. Pero, ¿qué sabía el mundo?, ¿qué importaban los principios?, si con su sola cercanía podía sentir surgir la vida en su corazón.
Mientras más la conocía, más se sorprendía de su singularidad. La complicidad de su amistad le ayudó a ver las cosas que nadie más veía en ella, aprendió que la inocencia y la ingenuidad que mostraba al mundo no eran más que jugarretas de su coquetería, y que aunque no lo pareciera, era inteligente y muy madura.
Muchas veces la vio llorar, muchas veces la cobijo entre sus brazos deseando sufrir su dolor a cambio de verla reír, muchas veces se desveló contemplándola mientras dormía, o escuchando sus infantiles ocurrencias. Cuidó de sus heridas y ahuyentó uno a uno sus fantasmas, deseaba más que nada protegerla de todo y de todos, sin importar lo que costara.
Todo en ella... todo en ella, su confianza y complicidad, su cariño y su inmenso corazón, le brindaba un agradable sensación de calidez. No importaba cuanto tuviera que hacer, con tal de que esa calidez nunca se fuera de su lado.
Cada día, estos mismos pensamientos le atormentaban, y se recriminaba duramente por sentir cuanto sentía, pero era completamente conciente de que no podría hacer nada contra ellos.
Se obligó a prestar atención al relato de una de sus nuevas conquistas, pero irremediablemente su vista se desviaba hasta los rojos labios que se movían sin parar, y los largos y delgados dedos que jugueteaban con las trenzas de su cabello.
-Camila, ¿me estás escuchando?- despertó de sus ensoñaciones para ver su rostro muy cerca y sentir las blancas manos sobre su rostro.
-si, lo siento, me distraje, ¿qué decías?- y el relato continuo donde había quedado como si nunca hubiese sido interrumpido, volvió a hundirse entre un mar de nombres de chicos, lugares y fechas que estaba segura de que no podría recordar. Pero eso no le importaba, nada le importaba mientras esa voz melodiosa la siguiera adormeciendo.
¿Cómo habría de estar mal?, si su amiga jamás sabría que cuanto sentía por ella era más que una amistad.

Texto agregado el 08-05-2007, y leído por 119 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
09-06-2007 Final inesperado, interesante... TejeCuentos
09-05-2007 Me ha traído a la imaginación "las mil y una noches"; ya sé que no es eso, pero me lo ha sugerido. Me gustó. sereira
09-05-2007 es un relato muy tierno, me gusto mucho plapla
 
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