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Inicio / Cuenteros Locales / DavidCalderon / El árbol de la Noche Triste

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Tan sólo habían pasado algunos días desde que la guerra comenzó. La naturaleza se había vuelto en contra de su longevo dominante. La guerra “humanidad-tierra” se había convertido en la más sangrienta de toda la historia. Los animales histéricos atacaron a niños, mujeres y hombres. Habían empezado desde la selva lacandona y fueron avanzando por el país hasta formar un bosque en lo que era el desierto de Sonora.
No sólo fue dentro del cuerno de la abundancia. También en todo el globo sucedía tal fenómeno. Varios generales eran derrotados, varias armadas padecieron ya que hasta los mismos vientos y el oxígeno se volvieron en contra de ellos. Pero era aquí en México donde sobrevivía uno de los mejores. Un general en el momento que la humanidad perdió la esperanza hizo que el nuevo mundo resurgiera invadiendo al enemigo, matando a todo ser para conquistar sus riquezas. Se desconoce el nombre de ese general. Pero aquí en sus tropas, se le conoce con el alías “Cortés”.
Cortés, aquel sin nombre había conquistado la tierra perdida por los hombres. Lo hizo contaminando, casi violando a estos seres causó terror. Su poder era tan grande y con llamas, hachas, rifles, tractores y demás herramientas, destruyó gran parte de la naturaleza. Por supuesto con el fin de lograr el progreso y supervivencia del hombre y de la madre patria.
Pero esta noche fue distinta. La soberbia lamió su deshonor. Se sintió perdido, hoy vivió una derrota que le enseñaría el dolor. Había ganado una experiencia pero a la vez perdió la confianza en lo que hacía. Esa noche meditó sus acciones. Parecía que en la mañana todo iba de maravilla. Las tropas humanas amputaban los brazos de los árboles y pisotearon demás animales. Pero una reversa dada por el enemigo hizo que la derrota fuera inevitable para el general. Dio un pasó atrás en su invasión y descansó triste a las orillas de la costa. Le quedaban pocos soldados pero aún así tenían el potencial para ganar. Aunque Cortés sentía una inquietud. Ya no sabía lo que hacía.
Fue a meditar, miró el cielo y no recibió una respuesta. De pronto se encontró solo. Sintió peligro. Frente a sus ojos había un árbol. Pudo haber sido su final. No contaba con ningún arma que lo ayudase. Cortés parecía estar muerto pero no fue así. El árbol lo llamó y le pidió que se acercara a él.
Era ancho y grande. Estaba lleno de hojas y no parecía ser hueco por dentro. Tenía sabiduría que a Cortés le transmitiría. Este último se acercó lento, con miedo y miró que el árbol tenía un rostro humano. Sus rasgos eran como los de un indígena. Pero su piel áspera y arrugada como la de uno de su especie.
—Anda, siéntate—le dijo el árbol a Cortés.
Este se quitó de miedo e hizo lo que el árbol le pidió. El árbol empezó a hablarle, disgustado, molesto por lo que pasaba en el mundo.
—Me da orgullo ver a tu especie unida. Me alegra que no se discriminen por el color ni dinero y otra cosa que los haga diferentes. Pero tristemente es pura conveniencia. ¿Recuerdas Tenochtitlan? ¿El imperio inca? ¿Vietnam? ¿Acaso se abrazaron en Irak, Vietnam y en las otras guerras que existieron? La conquista…parece que existen solo para querer el mundo a sus pies. Son la especie que hace las cosas sin tener que hacerlas. ¡Anda! ¡Límpiate esas lágrimas!

Cortés estaba llorando. Sabía que la guerra ya no se podía detener y que al matar al enemigo destruía a su especie también. En vez de arreglar las cosas de una forma pacífica, el hombre recurrió a la violencia. Ya nada se podía hacer y todo estaba escrito. De nuevo el árbol le habló a Cortés.
—Ojalá y ese llanto sirva de algo. Que cambie a tu especie. Antes eras un monstruo que deseaba tenerlo todo, querías matarnos a todos pero te diste cuenta que matabas tu hogar. Me doy cuenta que no sabes que hacer. Quieres atacar pero ya no estas seguro de ello. Quieres quedarte sin hacer nada pero los humanos perderían. ¿Qué harás Cortés? ¡Anda! ¡Dime lo que harás!

Cortés perdió el honor. Sabía que hacía mal al mundo peor ya no había marcha atrás. Todo estaba escrito. Tenía que seguir con la batalla y esclavizar nuevamente al mundo y dañarlo con la contaminación que antes existió. Y ahora la amargura le hacía sentir el deseo de venganza. Una venganza tan fuerte como la de la madre naturaleza al atacar al hombre. Pero en el fondo de su corazón sabía que en el futuro debía cambiar todo para que esta guerra nunca jamás volviera a suceder.

—Se lo que harás pero recuerda, que ese llanto de derrota te haga saber que estás matando a tus hermanos. Que la muerte de esos animales y plantas no sea en vano en un futuro. Que esa excitación en tu enojo mate a la humanidad pero que la haga nacer pura. Esta guerra debe enseñar que se deben arreglar las cosas de la mejor manera. Pueden vivir con nosotros, compartiremos esta tierra pero no se aprovechen de nosotros. Cortés, desaparece la avaricia del hombre. Ve y conquista de nuevo a México. Ya no puedes controlar esto. O eres tú, nosotros o la igualdad. Espero que sirvan tus lágrimas para cambiar la maldad que existe en tu especie. Son idiotas y no lo comprenden. Se pelean entre sí pero esta vez están unidos. Ojalá y no se separen y el mundo cambien.

Habían platicado toda la noche. Quedó claro el futuro y la matanza estaba próxima.

Cortés se levantó. Sus lágrimas habían desaparecido y un soldado lo llamó para avisar que las tropas enemigas se acercaban al brillo del amanecer. El árbol desapareció y las tropas humanas se alistaron para comenzar el ataque.

—¡Naturaleza a la vista! —gritó un soldado y Cortés miró como se adornaban las colinas con hojas, troncos, pieles, colmillos y naturaleza.
Todos dirigidos por Gaia, al final de la luz del sol. La batalla final por la supervivencia estaba por empezar. Cortés levantó su hacha, Gaia una rama y el destino estaba hecho. El hombre saldría victorioso pero a la vez saldría derrotado.

Texto agregado el 03-03-2004, y leído por 1628 visitantes. (2 votos)


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