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Siestas clandestinas

Son las tres, y las chicharras anunciaban la hora de la siesta. Las sabanas frescas de una habitación en la cual no entra el sol, nos incitan a realizar el tan prohibido arte de dormir en el horario no correspondido. Momento ceremonioso si los hay. Todo empieza bajando las persianas de la habitación hasta la mitad, cosa de que entre un destello de luz para recordarnos de que estamos haciendo un acto clandestino, como diría Zitarrosa, pero que a la vez, esa luz no nos moleste en los ojos no acostumbrados a dormir de día. Continua con el avisarle a toda la familia de que uno se va a dormir y que no nos despierten, salvo que venga alguno de los pibes del barrio para invitarnos a jugar a la pelota en el terreno baldío de la vuelta. Luego, y mientras cerramos la puerta de la habitación lo mas herméticamente posible, se procede al encendido del artefacto que es imprescindible para soñar con esos viejos amores que tratamos de olvidar, la majestuosa máquina que mientras que con su aire nos espanta los mosquitos, no acaricia suavemente el rostro como si fuera la mano de una dulce mujer. Al recostarnos, mientras damos las primeras vueltas para tratar de dormir, empiezan como siempre los primeros ruidos de la tarde. Sonidos que aun en el mas desolado lugar, se van a escuchar.
Se empiezan a oír allá a lo lejos, los primeros ecos de aquel terrible suceso. Hecho el cual uno siempre tiene la esperanza de que doble antes de pasar por casa, pero ya presuponiendo con la experiencia que nos da toda una vida, sabemos que va a ser imposible que acontezca tan ansiado deseo. La camioneta de la sandia aparece siempre que uno pretenda dormir la siesta, y va a pasar por la puerta de nuestro domicilio. No solo eso, sino que mi abuelo, acostumbrado a dormirse sentado, cosa que lo hizo olvidarse del tan preciado arte el cual otros tomamos tan enserio, se va a levantar desorientado, pero sabiendo porque se despertó, para lanzar su mejor chiflido para llamar al tan repudiado vendedor y, si este no alcanza a atravesar los estrepitosas resonancias que este vehículo descarga, va a recurrir al archí conocido grito. Es en ese momento donde se nos va a producir la primer dualidad de la siesta. Por un lado, seguir intentando dormir pese a los chiflidos y gritos y a que se a comprado una sandia, previo calado de la misma para ver si era bien colorada y jugosa, o por el otro, levantarse a degustar uno de los principales manjares del verano, junto con la chocolatada y los helados palito de agua.
Pretendiendo continuar con la singular ceremonia, pese a las tentaciones del demonio, pero sabiendo que a la noche la peculiar fruta va a estar fresca luego de pasar por el frió artificial, intentamos darle un desarrollo a nuestro esbozo de siesta.
Mientras la calle nos empieza a mostrar sus primeros destellos de silencio y las chicharras empiezan a cantar al unísono procurando una especie de arroró para nuestros tan delicados oídos en circunstancias sestiles. Un nuevo sonido se empieza a hacer presente en el tan etéreo ambiente. Empieza como un mosquito que sobre vuela nuestra cabeza a la espera de encontrar el momento justo para atacar con su mortífero aguijón. Transcurre como una puerta vieja mal cerrada que chilla y resuena por el viento hasta el momento en que este de un soplido la cierra generando un gigantesco estruendo. Y sucede. Justo cuando ya nos estábamos acostumbrando a dormir con ese tenue pero molesto sonido, se escucha el grito de gol que retumba en todas las paredes del barrio, grito que es seguido por el mismo grito, pero ahora generado por el relator, ya que el vecino se ve en la necesidad, producida por la pasión y la imposibilidad de haber podido ir a la cancha, de subir el volumen de la radio hasta sus niveles mas altos. No vaya a ser de que alguien en el barrio no se entere de que en ese preciso instante se esta realizando una de las maravillas mas soñadas por todos los padres cuando fueron chicos y por todos los abuelos cuando quisieron volver a ser nietos.
Ya transcurrida la mitad de la tarde, y empezándonos a resignar a la idea de ver cumplido nuestro emprendimiento, hacemos uso nuestra última e infalible carta. La cual consiste en el intercambio del albergue por uno que se encuentre mas alejado de la ventana de la calle.
Procede entonces la tan malhumorada y refunfuñante mudanza con el fin de encontrar el mejor refugio que nos permita aislarnos de las estridencias de la tarde de verano. Un cubil que nos acceda a invernar en este caluroso verano alejándome de las voces indeseadas.
En nuestra nueva guarida, y a punto de que nos invada la tristeza y el fastidio por no poder dormir nuestra tan ansiada siesta, emprendemos nuestro ultimo intento.
Los párpados pesados mas por las ganas de dormir que por el sueño en si mismo, lentamente se van desplomando sobre nuestras mejillas como dos bolsas de cal. Los primeros vestigios de un sueño de carnaval empiezan a aparecer en nuestra conciencia justo cuando de repente suena el timbre. Una vez mas, el rito es interrumpido. Voces que empiezan a aparecer en el escenario denotan la llega de nuevos actores a la casa. Por un momento no sabemos con que intenciones arriban a nuestra humilde morada, pero justo en el instante en que sentimos el sonido de la pava cargándose de agua, suponemos que la finalidad de los auto invitados es la de merendar compartiendo unos amargos.
En ese momento con mucha bronca y resignación, nos procedemos a levantar. Sin ganas de conversar y medios atontados por los vestigios de una tarde de peleas entre los silencios y los ruidos, procedemos a hacer nuestra aparición en escena. Al asomar nuestro apenas entre abierto ojo derecho por las ranura de la puerta y observar que no dos, sino cuatro tíos han venido de visita, nuestra desazón se agranda mas y mas. Al emprender el camino hacia la cocina, nuestra pena y congoja empieza a ceder al observar que nuestros tíos trajeron facturas y masitas, y en especial cuando vemos que hay muchas con dulce de leche.


Maro, 23/2/04

Texto agregado el 02-03-2004, y leído por 130 visitantes. (0 votos)


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