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Capítulo IV... El Final

Ella caminaba un poco mas adelante de mí, insistía en maldecir el momento en que nos conocimos, yo no estaba escuchándo por completo todo, caminaba con las manos en los bolsillos y la mirada sobre el piso, veía sus huellas sobre la banqueta tras la lluvia, cuando entramos al parque el cuadriculado me hizo levantar la cabeza y el taconeo se detuvo frente a la estatua de Juarez:
- Yo no quería que me salvaras, nadie te pidió estár ahí en ese momento, yo tomé una desición y tu no la respetaste ¿porqué tenía yo que respetarte a tí? si por culpa tuya fui violada una y otra vez en el psiquiatrico hasta quedar embarazada, tampoco te pedí que te hicieras cargo, pero tu culpa siempre fue mayor... "El respeto al derecho ajeno es la paz"... - sentenció y acto seguido continuó maldiciendo su vida a partir de cuando la conocí.

La sirena aullaba y chispeaba a gran velocidad, yo cerraba los ojos y sentía paz, pero aquella mano tras la pequeña luz intermitente no me dejaba dormir, pensaba en aquella vez que subí por primera vez a una, era Marcela quien vomitaba sangre y alcohol, pero yo ya no sentía mas culpa, ahora ella caminaba por alguna parte de la ciudad amarrada a mi memoria y a mis culpas... mis culpas... quiza cada segundo de chillido de sirena se dislocaba en las manos del destino hasta ser nada, como mis culpas ya para entonces, que en una tregua con la vida habían terminado por desaparecer, por ser absorvidas por el dharma de mi existencia y me brindaban paz superior a cualquien incomodo de entonces; no era yo quien controló la sonrisa de satisfacción que se dibujó en mis labios y tampoco era yo quien controlaba aquél supuesto ataque de histeria que sobrevino después, sentía que la vida me abrazaba mientras Marcela caminaba delante mío hacia el bar, cerraba los ojos y ahí estaba ella con sus cabellos rojos y sus ojos miel, con mi abrigo negro queriendo entrar al bar en medio de miradas y voces indiferentes, queriendo abrazar a su hijo y no sintiendo mas que desprecio, queriendo olvidarme y recordar mi rostro golpeado, hinchado y marchito, tratando de reflejarse en el espejo de la barra tan solo para confirmar sus sospechas, y yo, seguía inmovil atado a la cama de aquél hospital, en un infinito ataque de histeria que solo podía contener cada vez que llevaba flores a la fosa común.


Texto agregado el 14-03-2007, y leído por 14 visitantes. (2 votos)

Lectores Opinan
2007-03-14 01:10:20 muy muy bueno, me quedaorn algunos puntos en el aire pero la gracia de un cuento es dejar mucho a la imaginación. ^^ Me agradaría muchoq ue leyeras de los míos, ultimamente me he estado promocionando y aunque sé que es un poco vurdo, me agradaría mucho que lo hicieras. Felicidades por tu relato. Mil saludos, Bruno ^^ brunoporterceravez

Texto agregado el 22-04-2007, y leído por 170 visitantes. (2 votos)


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