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¡ Linda mi Negra Tomasa !

Contaban las abuelas que los muñecos, tan calladitos y quietos durante el día, despiertan a vivir de noche. Decían que la Luna es la madrina de los juguetes y les envía, en cada estrellita del cielo, el don mágico del caminar, del ver y del hablar. Se apena tanto de ver a los indefensos muñecos maltratados por algunos niños que les da la vida por las noches para que ellos tengan también un poquito de felicidad.

Los niños rara vez participan en los juegos nocturnos de los muñecos, porque estos viven cuando sus dueños ya se han quedado dormidos en el arrorró de las mamás. Apenas escuchan el quiquiriquí de los gallos, antes que se levante el Sol, todos los juguetes vuelven a sus lugares a esperar quietitos y callados.

Los cuentos de las abuelas eran verdad. Yo mismo conozco la historia de una nena que quería mucho a sus juguetes y nunca los maltrataba. Tenía una muñequita de trapo, carita color café, renegras las motas del pelo sujetas en dos chapequitas con cintas coloradas y unos ojos picarones. La llamaba Negra Tomasa.

También tenía un oso de felpa, un mono pitucón, un burrito, un muñeco de plástico vestido de gaucho, una cocinita y varios juguetes más.

Ni bien el Sol secaba el pasto de los prados, salía la niña armada de un palo de escoba y ahuyentaba al enorme pavo real. El muy cargoso se empeñaba, todos los días, en pavonearse justo en el lugar elegido por ella para jugar. Después, traía las cositas y armaba una casa con sillas, almohadones, el jueguito de té, la cocinita y un montón de cachirulos más.

Aquí sentaba al paisanito que vino de visita. Allá tomaba su biberón el oso de felpa. El monito quedaba en penitencia por las travesuras de ayer. Ella, la mamá, se acomodaba en la silla petisa y, peine en mano, pasaba las horas tratando de alisar los rizos a la Negrita Tomasa. La muñeca se dejaba peinar y una sonrisa grandota de dientes de perlas le brillaba en su carita morena.

¡Qué buena es esta nena mamá!, pensaba, ¡Cuánto me quiere y me cuida!

Cuando el pavo real se acercaba con ganas de dar un picotón al monito, la niña lo corría con la escoba. Terminado el biberón del osito, era la hora de servirle al burro un sabroso manojo de hierba. Todo entre charlas y conversas en que la niña ora rebuznaba, ora hablaba a lo gaucho, luego reía en lugar de la negrita o daba saltos y chillaba imitando a un chimpancé.

Así pasaban los días. Pero lo lindo, lo que se dice lindo, ocurría por las noches.

Cuando ya todos en la casa dormían, colábase una estrellita por las rendijas de la ventana y despertaba a la Negra Tomasa dándole un pellizco de luz en el moflete. La muñeca se levantaba de un brinco y comenzaba a trajinar ordenando las sillas, acomodando la meseta, limpiando aquí y allá con un plumero. Luego, calentaba la pavita de agua en la cocina de juguete y preparaba unas ricas semitas con chicharrones. Cuando tenia todo casi listo, chistaba a la estrellita para que les diese luz a sus amigos.

¡Vamos dormilón, despierta! Debían zamarrearlo una y otra vez al oso remolón ¡tanto le gustaba dormir!

¿Llamamos a la nena para que juegue con nosotros?

¡Claro!, contestaba Tomasa, mientras sacaba las cemitas del horno.

Esa noche jugaron a la ronda ronda. Todos giraban tomados de la mano, mientras la Negrita cantaba.

“A la ronda ronda,
la ronda catonga.
Cuando pare el juego,
el mate y cemitas
serán p’a mi Doña.”

¡Gracias Tomasita, están exquisitos!

La ronda rodó y rodó en su repartir de mates, tortitas y risas. Y como todo tiene fin, terminaron cantando a coro.

“A la ronda ronda,
vamos a dormir,
que si el gallo canta,
el Sol va a salir.”

Así viajaban los días entre juegos y alegrías. Pero después de aquella noche en que la niña puso sus zapatitos en el pasillo, ya no quiso acompañar a los muñecos en sus juegos nocturnos y rara vez los sacó al jardín por las mañanas.

Erase que los Reyes Magos habían traído a la nena una muñeca nueva. “Mi Princesita”, la llamaba. Y bien podía ser la hija de algún Rey de los Juguetes, pues tenía un vestido largo de tules celestes y una coronita dorada que le sujetaba su cabello rubio y suave.

Ahora la niña sólo tenía ojos para su Princesita. Con ella jugaba, para ella eran todas las caricias. De noche la acostaba en su camita y le cantaba villancicos y arrorrós hasta quedar dormida.

De a poco se les fue metiendo la tristeza a los demás juguetes. Se acabaron las picardías del monito. El oso de felpa ya no que quería levantarse a jugar y se quedaba durmiendo. De todos, la que más sufría era la Negrita Tomasa; andaba tan apenada que, sin darse cuenta, se le fue borrando la sonrisa y se apagó la brasita brillante de sus ojos azabache. Versos y cantos quedaron para el recuerdo de otros tiempos.

Ya no nos quiere, pensaba Tomasa, sólo se fija en la muñeca nueva.

Una noche llegó la estrellita con su luz mágica y ¡oh sorpresa! la Negrita había desaparecido. Buscó bajo la cama, en los cajones del armario y nada, Tomasita no estaba. Entonces despertó al monito y le dio la mala noticia.

¡Qué desgracia!, exclamó el mono pitucón dando volteretas, chillando y golpeándose la cabeza con sus manazas. Seguro que la niña la dejó olvidada en el jardín, si la encuentra el pavo la destrozará a picotazos.

De un salto subió a la cama de la nena y consiguió despertarla dándole tironcitos de la oreja.

¡Vamos, vamos, el real Negrita pavo!, chillaba tan exitado que se le atropellaban las palabras. ¡El Negrita real pavo!

Al fin, la niña pudo comprender que sucedía, se levantó y salió de puntillas para no despertar a sus papás. Cogió la escoba y avanzó hacia el oscuro jardín. Detrás venía el monito armado con espada, escudo y casco de general, parecía que marchase a combatir contra un dragón.

Doña Luna, hasta entonces tapada por una nube, apareció redonda en el cielo e iluminó el lugar como si fuese de día. Allí, cerquita, ¡el pavo real!, abierto su gran abanico de plumas, zapateaba enfurecido tratando de picar a la negrita de trapo que estaba escondida tras un espinudo rosal.

Al primer escobazo, volaron largas y coloridas plumas en todas las direcciones. El valiente monito arremetió dando pinchazos con su espada de juguete hasta que el pavo no tuvo más remedio que retroceder, rengueando de la pata izquierda.

Con la alegría del triunfo el monito olvidó, por un momento, a su amiga de trapo que acababa de salvar y se burlaba del pavo con todo tipo de piruetas y musarañas. La niña, en cambio, corrió hacia la negrita y, sin importarle las espinas del rosal, la alzó en brazos para besarla. Dos lagrimones de rocío brillaron en los ojos de la Negrita Tomasa.

¡Cuánto miedo había tenido! Y, sin embargo, ¡que lindo saber que su niña no la había abandonado!

“¡Linda mi Negra Tomasa!
Mañana, su Doña
le hará un vestidito
con vuelos y moña.”









Texto agregado el 29-02-2004, y leído por 2301 visitantes. (0 votos)


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