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Una de charros.
Por Luís M. Villegas Salgado. HSP.
Como muchos de los lectores, crecí viendo películas mexicanas y lo que es peor, creyendo en ellas, de tal forma que con el pase que mi hermano mayor y yo teníamos, disfrutábamos sin pagar del hermoso cine de estilo art decó del pueblo, donde nos hicimos adictos al cine de charros. Las imágenes de Pedro Infante, Jorge Negrete, Pedro Armendáriz, Miguel Aceves Mejía, José Alfredo Jiménez, Fernando Casanova, acompañados de María Félix, Dolores del Río, Columba Domínguez, por mencionar algunas estrellas eternas, sin olvidar a sus simpáticos ayudantes; “Chicote”, Manuel Medel, “Borolas”, “Mantequilla”, Pedro D´Agillón y los admirados viejos Soler y las abuelitas Sara García y Prudencia Griffel, quienes complementaban con gran picardía la imagen familiar. En la mayoría de las películas el argumento era simple y solo buscaba la diversión del espectador, de tal forma que con poca inversión, se produjeron gran cantidad de tragicomedias, siempre salpicadas de sentimientos primitivos que eran asimilados por los espectadores de toda edad, principalmente por los niños asistentes. Junto con ello, las imágenes de las escenografías recreadas en los estudios Churubusco-azteca, daban marco a las historias en: la hacienda, la cantina, la calle oscura, el balcón de la serenata, la fiesta y en exteriores; los caminos enmarcados por sauces o el contraluz genial sobre el lomo de los cerros, eran inevitables foros a caballo para las canciones rancheras, conformando un entorno común a todas las películas. La vestimenta de los charros combinaba sus trajes clásicos de faena hasta los de media y gala completa, incluyendo el sombrero adecuado según el momento de la historia y las mujeres lucían diversas versiones champurradas de vestidos indígenas con el de chinas poblanas, luciendo gruesas trenzas multicolores y todos, casi siempre, con las cejas levantadas en actitudes de incredulidad o desprecio. A éstas alturas debe usted estar totalmente ambientado en México. No lo está. Estas imágenes que no existieron en la realidad, por vía cinematográfica, llevaron al mundo un mensaje ideado originalmente para satisfacer nostalgias bucólicas locales, logrando propuestas tan seductoras, que fueron asumidas y hasta adoptadas en versiones locales en Centro y Sudamérica. Por algún extraño proceso mental aceptamos esa asignación simbólica, talvez porque exaltaba valores de identificación que denotaban nuestra carencia de ellos como nación y que a través de la imagen del mundo charro, se recuperaba algo de valentía y gallardía para una sociedad que prefirió identificarse con el hacendado poderoso, siempre guapo del cine, que con el campesino común, el ranchero pobre, feo, que se catalogaba en ese entonces englobado con el término de “indio”.
El caballo llegó en su versión moderna con la conquista, causando el horror de los aborígenes, quienes los imaginaban monstruos de una sola pieza con los españoles. Su monta estuvo prohibida a los naturales bajo pena de muerte, reservándose para los europeos. Los requerimientos del trabajo en el campo fueron permitiendo paulatinamente a los indígenas el acceso a las bestias que cuidaban cotidianamente, compartiendo sus vidas en las rudas tareas del campo, esto siempre a conveniencia de los hacendados. La historia de México da testimonio de sus movimientos sociales mas importantes; Independencia, Reforma y Revolución en donde los jinetes de ambos bandos fueron importantes protagonistas, inmortalizándose en poemas y corridos la valentía, virtudes y nobleza de hombres y caballos.
Al triunfo de la Revolución se acelera el proceso de urbanización pues con la nueva Constitución se da por terminada oficialmente la era de los latifundios, iniciándose la industrialización y con ello el crecimiento de las ciudades. Es así que la charrería surge en el Estado de Jalisco en 1920, para constituirse en 1921 la primera asociación nacional de charros en el Distrito Federal. Para 1931 el presidente de la república Pascual Ortiz Rubio establece el 14 de septiembre como “día del charro”, culminando en 1933 con la declaración, también presidencial, de Abelardo L. Rodríguez de la charrería como “Deporte Nacional”, apuntando que ambos eran miembros de ésta cofradía.
La charrería es una reminiscencia urbana de la vida campirana y establece sus protocolos en cuanto a su práctica, suertes, vestimenta, música y forma de hablar e incluso de vivir, participando toda la familia, generándose linajes y abolengo en su ejercicio, por lo que solo un grupo selecto de personas, económicamente solventes, pueden acceder a ella.
La estudiosa del tema, Dra. Cristina Palomar señala: “La imagen del charro adquirió estatuto de estereotipo nacionalista en México en la segunda y tercera década del siglo XX, cuando el Estado posrevolucionario desplegaba todas las estrategias posibles para consolidarse y legitimarse, para unificar la nación y lograr la paz social, y para convertirse en un estado moderno…Es decir, se trata de un estereotipo particular que viene a representar a un universo amplio y variado, para producir una imaginaria homogeneidad que se sobrepone a la enorme diversidad real existente en el territorio nacional.”
De tal forma que nuestros íconos de identificación nacional solo representan a un sector limitado de nuestra población que fué impulsado ante la necesidad de una política integradora del Estado que no tomo en cuenta a ninguna de la mas de sesenta y cuatro etnias originales que constituían las naciones originales y que solo aparecen como figuras de acompañamiento y siempre en calidad de sirvientes. Si bien en el artículo 2º constitucional se expresa la calidad pluricultural de nuestra nación, ésta no se ha traducido en términos del reconocimiento de su diversidad y del necesario apoyo que se requiere cuando menos para elevar su nivel de vida a la media nacional, constituyéndose en focos de pobreza y marginalidad, condición que les lleva a migrar a las ciudades e incluso al extranjero. La CDI; Comisión Nacional para los Derechos Indígenas, antes INI, organismo federal encargado de los asuntos indígenas da cuenta de que entre los municipios con el menor índice de desarrollo a nivel nacional (Es decir; más pobres) se encuentran los conformados por las etnias originales del país.
Esto constituye una injusticia y un testimonio de la situación inaceptable en que se mantiene a los indígenas como ciudadanos de tercera, víctimas del abuso, la marginación y el racismo. Para aquellos mexicanos que se consideran distantes genéticamente de nuestros ancestros originales, deben consultar los resultados de la investigación recientemente publicada sobre el genoma mexicano, encabezada por el Dr. Gerardo Jiménez Sánchez, Director del Instituto Nacional de Medicina Genómica, en donde se establece que después de analizar más de medio millón de casos se encuentran presentes en los mestizos mexicanos los genomas caucásico, africano y el indo-americano, o sea que portamos, aunque no lo hagamos orgullosamente, el legado de nuestros ancestros indígenas, en lo más profundo de nuestro ser.
Talvez esto explicaría nuestra querencia a la cocina mexicana, tan diversa y a la vez uniformizada por su majestad el taco, de todas las especies, que triunfa ya a nivel internacional, contenido por supuesto, por nuestra esponjadita y deliciosa tortilla de maíz. Si aún le quedan dudas de su origen, haga la siguiente prueba: Asista el próximo septiembre, tradicionalmente patriótico, a una de las noches mexicanas que se celebran en nuestro país y en el extranjero y luzca el traje indígena típico de la región de donde usted proviene. Véase en el espejo y salude a uno más de sus paisanos mexicanos.
Urge desterrar el paternalismo de la política oficial hacia los indígenas y sustituir los subsidios, despensas y becas por el apoyo real a sus potencialidades regionales, que generen fuentes de trabajo congruentes con su diversidad y propiciar la autogestión en las soluciones para su sustento y desarrollo, sin olvidar el respeto a sus dialectos, en peligro de extinción, a su cultura y a su cosmovisión, como parte insustituible de nuestra nacionalidad.
Quizá haya llegado el tiempo de terminar con el ciclo de los charros, ya cumplida su misión y tomar orgullosamente la imagen de nuestros indígenas, quienes lucirían dignamente en los escudos heráldicos de los Estados que conforman nuestra Federación.







Texto agregado el 13-04-2007, y leído por 1107 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
29-04-2007 cuando penaba que te ibas a tirar una de las tantas peliculas de la epoca dodrada, me sales con un articulo de fondo.. joder tanto ahorrar para comprar un caballo...excelente undia
 
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