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Con tu puedo... Cap 27
Oceano Pácifico, mar de dudas.

Aún cuando es domingo y recién son las seis y media de la mañana, varias personas esperan el tren que les llevará a Iquique. Una hora y media de viaje. La locomotora se anuncia con su pito enronquecido por la fría camanchaca. En dos minutos todo el mundo se embarca y la locomotora se comienza a mover por la planicie desértica. Los más felices son Ramón y Alicia, quienes miran el paisaje embelesados. El Tamarugal hace variar la vista, arbustos verdes bajo el sol inclemente, debajo de los tamarugos, algunos animales retozan comiendo de las hojas del porfiado árbol que no se secó con la salinidad. Dicen los más antiguos, los que a su vez le oyeron a sus antiguos qué: toda la pampa estuvo cubierta por millones de tamarugos. Cuando llegaron las salitreras a explotar el suelo, fueron cortándolos uno a uno para alimentar con fuego las bocas de las calderas. No quedaron arbustos, salvo los que ven ambos niños.

Al llegar al borde de la Cordillera de la Costa, ven como la ciudad se muestra al final del barranco que el tren comienza a bajar, más allá de la ciudad. El mar en su inmensidad. Los ojos de ambos niños, crecen al ver la magnificencia del océano.

—¿Es agua, mami?
—Sí hija, es agua y, allá se ven los barcos.

—Mami, el pueblo que hay abajo es muy grande.
—Sí, hijo es muy grande.
—Pero, no lo voy a poder conocer entero.
—No, hijo, esta vez no lo conoceremos entero.

—Ramón.
—Sí, Francisco
—En el puerto buscaremos una librería y compraremos un silabario, en donde usted comenzará a aprender a leer.
—¿Verdad? ¿mamita, verdad?
—Sí, es verdad, no podría engañarte en algo así. Por que a lo mejor – creo yo dice Francisco– van a ir a la escuela. ¿Cierto, Alamiro?

—¿De qué hablan?
—Le digo a Moncho, que a lo mejor pronto tendremos escuela en la Oficina. ¿Conoce usted a Moncho y a Alicia?
El es Ramón, le gusta usar el sombrero como usted, es el mayor, hijo de Lastenia. Y mi niña Alicia, la menor, también de Lastenia.

—Mucho gusto, Don Ramón – le dice Alamiro, tendiéndole su mano y dándole un pequeño apretón.
Un gusto niña hermosa ¿Usted me permitiría la salude con un beso en su carita?
—Sí puede, pero a lo mejor que su novia suya se puede enojar conmigo, pregúntele a ella primero.

Mariana mira sonriente a la niña y la ternura de los dos hombres.

—Marianita, ¿usted me permitiría le dé un beso en la mejilla a esta linda niña, sin que usted se vaya a enojar con ella?
—Sí, por cierto y luego que usted le bese lo haré yo. ¿Le parece, señorita linda?
—Sí, me gustaría.

Ambos jóvenes besaron a la niña, que ya no da más de felicidad. La novia de Alamiro la ha besado y el propio Alamiro ha hecho lo mismo.

—Moncho – dice, Alamiro – hemos pedido una escuelita para la Oficina, si lo aceptan, tendrán que ir a aprender allí. Pancho no les ha mentido.
—Gracias, Alamiro – le dice el niño, con sus ojos parecen soñar con una pizarra y una maestra enseñándoles.

Alamiro se sienta al lado de la Julita, va callado. Cierra los ojos sumergiéndose en su mundo interior. Desde que llegué a la Oficina casi no he salido de ella, este viaje se me hace extraño, amo a Mariana, hoy le diré que quiero casarme con ella, José Manuel y la señora María confían en su hija, no les pareció mal que viniese conmigo, Mariana tiene mucha fuerza y convicción eso hace que la ame mucho más, si acepta, en dos meses me caso, quiero vivir con ella.
Nunca pensé que seríamos tantos en este viaje, los hermanos, son buenos compañeros, por ello le dije al Administrador que podían hacerle ese jardín de fiesta. Casi nunca dicen nada pero siempre están presentes. Desde que los vi hablando con Atanasio, este último anda como perseguido, me rehuye. Al regreso conversaré con mi compadre y ahora, Don Luis Emilio quiere conocerme, a la señora Julia no me le puedo negar, así que para allá vamos, me han hablado de este hombre, lo he leído, se entiende lo que dice, habla de Redención y Emancipación de los obreros. Veré lo que pasa en Iquique. Ahora me sentaré con mi Mariana
.

—Julita
—¿Dime, Niño?
—Parece que Pancho no sólo encontró pareja, sino que además una hija. Alicia, no se ha separado de él y le mira con tanto cariño.
—Sí, Alamiro, van a ser una familia, Pancho es buen compañero para cualquier mujer, se ha enamorado de Laste. Ellos, van a vivir juntos desde hoy y hasta siempre.

—Julita Lo que me intriga es; ¿Por qué van hoy a Iquique?, Se fija que casi ni se han hablado entre ellos. ¿Qué hay escondido Julita?, ellos se ven felices sí.
—Cuándo Pancho supo que veníamos, se sumó ya que le presentará a su nueva familia a Don Luis Emilio. Así es la vida de estos dos hombres. Quieren a Luis por que los sacó de la ignorancia, lo miran como a un padre. Francisco no se perdonaría no contarle en primer lugar a él. El Tito va a casarse con la Mireyita. Por ello vienen a Iquique. Los hermanos no se perderían esta ocasión para hablar con Luis. Ambos te estiman mucho Alamiro, te quieren y respetan, mientras estén cerca de ti, nadie te atacará a traición.
—Julia, usted me quiere decir que, ¿ellos me acompañan para que no me ocurra nada malo?
—Algo así, y ya no me preguntís nada más.

El tren llegó sin retraso. Bajaron, fueron a desayunar al Mercado. Cada uno se sirvió su tazón de té con leche y un sanguchito de carne o pescado.

Cuando terminan de desayunar habla la Julita:
—¡Vamos niños! – Dice Julia

—Alamiro.
—Dígame.
—Allí está la Escuela Santa María, allí casi quedamos huérfanos de padre, allí la Julia, mi tía Julia, quedó huérfana de hermano y también viuda, todos estamos marcados por esta Escuela. Nunca debe olvidarse, Alamiro, Nunca jamás olvides que acá en esta escuela mataron a miles.

A Julita, se le llenaron sus ojos de agua. Alamiro quedó mirando la Escuela Santa María. Pancho y Ernesto esperaron a Alamiro, uno a un lado y el otro al otro, siempre con una mano dentro del bolsillo de la chaqueta.
Al llegar a la casa de dos pisos, Julia abrió la puerta e hizo pasar a los visitantes. Salió un hombre alto, peinado, de ojos capotudos. Con terno y corbata, sus bolsillos de la chaqueta llenos de papeles, saludó uno a uno. Se alegró mucho de ver a Pancho y a Ernesto, un gran abrazo se dieron.

—Gracias Pancho, gracias Ernesto, gracias por venir con Alamiro.
—Don Luis, es que hoy es día especial, para todos. Mire nosotros sabemos que quiere conocer a Alamiro, pero yo, vine porque quiero presentarle a alguien muy importante para mí.

—Alamiro, me han hablado mucho de usted, por eso quise conocerlo, quiero conversar con ustedes, pero, primero conozcamos a esa persona tan especial para Francisco.
—Es mi nueva familia, compañero, ella es Lastenia y ellos sus dos hijos, hace años quedó viuda y hace poco nos enamoramos. Y si me acepta, armaremos una casa los cuatro, por ello quise los conociera.
—Don Luis, y para no ser menos, yo estoy por pedir a esta niña, Mireya, que se case conmigo.
—Que bien, me alegra, le felicito señora Lastenia, también a usted Mireya, han logrado algo que conversamos con este par de hombres hace mas de cinco años, que se estabilicen en algún lugar, que se casen. Me alegra y sólo tienen que ser felices y, me imagino, esta señorita y este joven han de ser hijos de la señora Lastenia.
—Sí, mis tesoros, Alicia y Ramón

—Francisco.
—Dígame, Ramón.
—¿Vamos a comprar el libro? No se vaya a olvidar.
—¿Qué libro vas a comprar, Francisco?
—Un silabario, compañero, para que aprenda a leer y escribir.
—Ramón, luego lo compraré, le preguntaré a Don Luis y él me dirá en donde buscarlo.

Julia, tomó del brazo a Mariana y en un rincón del salón le habló en voz baja, Mariana sonrió, y regresaron, pasado un minuto, Mariana habló.

—Mireya, Lastenia, vamos a dar un paseo por la ciudad, luego los caballeros nos encuentran en la playa. Pasamos por el mercado y compramos algo para que los niños no pasen hambre, ¿Vamos Alicia, vamos Ramón?
—¡Sí, vamos!! – gritaron los niños.
—Me dicen que usted es hija del maestro José Manuel.
—Sí, soy Mariana, la mayor.
—Hace años que no nos veíamos, salúdame al papá y a María, por favor.

—Pancho.
—Sí, mi niña Alicia
—No te vayas a perder.
—No mi niña, voy lueguito con ustedes.

—Ramón. La próxima vez que venga a verme, te invitaré a que conozcas las máquinas con que hacen los libros, ¿te parece?
—Gracias, señor, le diré a Pancho.

Las tres mujeres salieron, Julita pronto se iría a ver a su Sergio y si tenía tiempo iría con los hijos de su negro a la playa.

—Les invito a que nos sentemos, estaremos más cómodos.
—Gracias.

—Nos han contado mucho de usted, Alamiro, tiene buenos amigos en la Oficina. Quizá más tarde pase por acá uno de ellos, si llega, le pediré a usted que no le cuente a nadie. Si para usted ya es peligroso vivir en la Oficina, para este amigo será peor.
—Cuente con mi silencio Don Luis.

—Es la persona que le robó lo que usted le iba a regalar a los niños anarcos, aquellos que palomearon. Me contaron que usted pidió a su patrón construya una escuela, espero les vaya bien. Voy a ver con Elías y otros compañeros cómo le ayudamos escribiendo algunos artículos en la prensa. Dicen que construyen una plaza y que también lo pidió usted.
—Prefiero decir que la plaza la pedimos con el maestro Juvencio, eso de decir que yo, no me gusta mucho.

—Alamiro, ¿qué le parece lo de la Mancomunal y de organizar una allá en la Oficina?
—Le puedo preguntar ¿para qué?

—Porque ha sido la organización que se ha dado la clase obrera en Chile y es lo que se requiere.
—¿Y qué se ha logrado?, ¿Cómo hacerla funcionar en la Oficina?

—Hay una ley de la República que establece la libertad de organización para los trabajadores.
—¿Cómo aceptan los patrones esa ley? ¿Quién hace cumplir la ley?
—Los patrones se niegan a aceptarla. Debemos ser nosotros mismos los que logremos hacer que se cumpla con la ley.
—Tiene razón Don Luis, pero, ¿A qué precio logramos hacernos respetar?

—Poco a poco, tenemos que ir ganando respeto, la Emancipación de la clase obrera no será corta, aún falta mucho, pero hay que buscar la unión ya que es lo único que nos liberará.
—Tiene razón, Don Luis.

—Perdón, ¿por qué no me dice compañero?
—Cómo guste, compañero, le he leído y estoy en todo de acuerdo con usted y ustedes, tienen mi simpatía, no mi apoyo incondicional. Es verdad, la unidad nos dará redención, pero mire, si hacemos una sección de alguna Mancomunal en la Oficina, todo aquel que se asocie será echado de inmediato.
Pueden haber nuevos muertos y en eso no estoy de acuerdo con ustedes, es un precio muy alto. Tampoco estoy de acuerdo con los muchachos como Facundo, que quieren acabar a bombazos este sistema. Debe haber unidad, tenemos que terminar con el miedo a los patrones.
Pienso que hay instantes en los que podemos avanzar, saber elegir el instante caso contrario perderemos lo avanzado.
—¿Y cómo debiera ser según usted, compañero Alamiro?

—Yo soy un cabro, con poca edad y menos educación. La verdad no sé como hacerlo mejor, con el tiempo es probable que me haga socialista como usted, como la Julita y otros más, pero, no estoy listo y tampoco convencido.
A veces me siento, o mejor dicho me sentí tironeado por tres fuerzas, los muchachos que murieron, ustedes y el patrón. Le dije a Juvencio – creo usted le conoce- que no siguieran haciéndolo ya que no lograrán nada, ahora se lo digo a usted.

Mire, el otro día conversaba con mis compañeros del rajo, les preguntaba si estaban conformes como viviamos. Que nosotros hacemos más rico al rico, y no hacemos nada para vivir mejor. Les manifestaba que, a mi modo de ver, la Filarmónica no debería servir solo para bailar, hacer teatro y aprender a danzar, que todo eso es justo y debe hacerse, caso contrario nos embruteceremos mucho más. Por eso le dije al Administrador que debería construir la plaza, me salió de dentro, pude hablarle de otra cosa, pedir otra cosa.
El Administrador una semana después llevó tierra y me colocó a mí a cargo de la cuadrilla, lo hizo para tenerme cerca, me llama cada día.
A él le interesaba mostrar una mejor cara para el casorio de su hija, para él es una necesidad que eso salga bien, ya que vienen sus socios desde Inglaterra y gente de la capital. Por eso la construye.
Nosotros, veremos algo de verde, pero nuestra gente se sentirá mejor.

Les dije a mis compañeros que en algún instante tendremos que hacer algo para ganar más salario y se nos pague en dinero chileno. Yo, estoy convencido que se podrá hacer con un costo menor que en otras Oficinas.
Por lo mismo le pedí al patrón haga una escuela. Con la desaparición del jefe de la guardia, corrió la fiesta, lo que da un par de semanas más para insistir en la Escuelita.
Anteayer informé de ello en la asamblea de la Filarmónica.

—Alamiro, una duda ¿Por qué usted dice le pedimos, me dice que la plaza lo hizo con Juvencio y ahora dice que dijo que la habían pedido?
—Ah, eso, por una simple cosa. No me gusta decir que yo solo lo haré, me interesa, tal como usted dice, la unidad, de otra manera no va a existir unidad allá en la Oficina.

Luis Emilio, mira al joven de veinte años, le ha dejado impresionado la madurez que demuestra tener. Le interesa la claridad primaria que posee. Ve la proyección del lider, ve en Alamiro, la matriz de lo que requiere en su organización. Lo mejor es que el joven no piensa en si mismo como el superhombre que hará todo.

—Compañero Luis, podríamos hacer una Mancomunal, me voy a llevar un estatuto, pero, le digo, no nos sirve algo escondido que tengamos que reunirnos en los rajos y de noche.
Lo que viene es la escuela, sé que el Administrador lo piensa, me amenazó de expulsión, pero no lo hizo, yo se lo dije a la gente en la asamblea. Allí también les dije, que no importaba si me echan, porque mañana los hijos de ellos y míos irán a esa y otras escuelas.

Y si usted me pregunta ¿y luego que? Le voy a contar que luego vendrá la lucha por más salario sé que sí lo hacemos bien, con fuerza inteligente, algo ganaremos.
Algo hace que no nos eche. Mire a los muchachos de Facundo, los mataron, yo sé que los mataron.

Cómo le digo, ¿por qué no me echa? Él teme dos cosas: una que haya una huelga y eso es más malo que la expulsión, la otra es que requiere mucha producción y paralizar la Oficina le traería consecuencias serias. Por ello no me dejará fuera de la Oficina, por ello esperará otra ocasión para hacerlo. Esto nos da tiempo para fortalecernos.

—Me desarma los argumentos que tenía para hoy, creo que me gustaría volver a conversar, siempre se aprende algo y con usted he aprendido, tiene razón en casi todo, yo creo que luego nos vamos a divorciar del partido Democráta, pienso en un partido obrero así como en europa.

—Don Luis, compañero, usted en mil novecientos cinco, no quiso jurar, dijo “Prometo” yo le entiendo. Es como lo del sombrero, una muestra de dignidad y hacer valer lo que uno es. ¿Sabe de esa lesera del sombrero?
—Oh, sí lo sé

—Mi duda, compañero, es ¿Los obreros, ganamos o perdimos con decir Prometo en vez de“Sí Juro”? Yo creo que no ganamos nada, que si usted estaba participando de la elección, debía hacerlo de acuerdo a esa ley.
A lo mejor lo iban a echar igual de la Cámara de Diputados, yo creo que usted metió las patas. Cuando la cuestión con el guardia yo me la jugaba sólo con eso del sombrero, nadie había detrás de mí, así que, si me hubiesen azotado y metido en el cepo, sólo yo era el castigado, en cambio perder un Diputado, es más complicado.
—Tal como dice, me iban a echar igual, aprovecharon una equivocación para sacarme, seguiremos peleando en todos los terrenos y ese es uno de ellos.

—Compañero vendré en otra ocasión, que usted vaya para allá es más difícil, pero, también en su momento le invitaré.
Cuénteme ¿y Elías anda cerca? Me gustaría saludarlo y ver su cara, esa noche estaba oscuro.
—Sí, luego vendrá, anda en la prensa tratando de imprimir una proclama.

En ese instante tocaron la puerta, llegó Sergio – compañero de Julia- con un conocido. Alamiro abrió los ojos por tamaña sorpresa. Era Eloy, su capataz de rajo, quien saludó a cada uno de los presentes y cuando llegó donde Alamiro, le sonrió y se abrazaron con un abrazo de hermanos.

—Alamiro, aunque me dijeron que estaba usted acá y que podría venir en otro instante, quise me viese usted, confío en usted. Yo soy quien le hizo la broma de robarle la pólvora, al día siguiente usted mismo la utilizó en uno de los tiros. No cuesta nada hacer una bomba, usted sabe hacerlas, yo y la mayoría. Algún día, quizá, tengamos que usarlas. No es el instante aún, nos faltan aún muchas fuerzas, hay que lograr que sus compañeros adquieran consciencia de lo que son capaces de hacer si se unen.
Alamiro, cuente conmigo porque entiendo que los trabajadores de la Oficina cuentan con usted.
—Gracias, Jefe, de verdad, con los días he llegado a la misma respuesta.

—Compañero Alamiro —dice Sergio, compañero de Julita.

—Un gusto conocerlo. Julita habla todo el día de usted, ya me estaba sintiendo celoso. Cuídeme a la niña Mariana.

Luis Emilio manifiesta a los hermanos y a Alamiro.
—Por hoy hasta acá quedaremos, miren que Pancho tiene deberes de padre. En una de las esquinas de la plaza hay una librería, allí encontrarás el silabario. Me alegra el paso, esa niña te ama. Pancho cuídala como si fuese tuya.
Alamiro, cuando quiera alléguese por acá, le voy a enviar otra dirección a donde llegue, yo me voy a reunir con Eloy y Sergio, ¿me disculpan? Vayan a conocer la playa y pásenlo bien.

Curiche
Marzo 27, 2007

Texto agregado el 28-03-2007, y leído por 279 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
09-06-2007 y de color rosa curiche_en_versos
09-06-2007 es solo una mierda curiche_en_versos
04-06-2007 Este Basura es un sinvergënza. Bueno el capitulo muy bueno, y de verdad tus personajes son muy fuertes, les vemos cambiar poco a poco. Gracias Curiche por tu labor muy importante. Mis 5* salambo
11-05-2007 si fuese hombre o mujer, se presentaría como tal curiche_en_versos
11-05-2007 el señor de la BASURA es absolutamente un pajero intelectual, sin nombre, sin cara, cierto como su nombre lo indica, solo caca curiche_en_versos
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