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Inicio / Cuenteros Locales / ireniKa / Naufrago en la Gran Manzana. Primera parte

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Andaba por la acera entre la multitud desordenada de la ciudad. Cada una de las personas que se cruzaba, rostros anónimos de miradas inexpresivas, iba a un trabajo, una cita ineludible o algún compromiso apremiante. Todos se dirigían a una dirección concreta mirando de reojo sus relojes con la esperanza de llegar a tiempo. Todos ellos tenían algo que decir, una historia que contar, aquellos desconocidos eran importantes en la vida de otros, aún más desconocidos. Cada uno de los millones de habitantes que vivían en su misma ciudad eran portadores de una historia entre millones de historias. Aquella masa constituía un complejo entramado de relaciones personales o sociales que les unían unos a otros sin darse cuenta.

Chocando entre sí, en la carrera histérica de las horas punta, pasaban a su lado sin verle. El humo negro que escapaba del tubo de escape de los autobuses, con las ventanas veladas por el vapor de la respiración de muchas personas, le ocultaba de la vista como una cortina caprichosa. El centro de una gran ciudad es un buen escondite, sobre todo si quien te busca no quiere verte.

Un semáforo en rojo provocó un atasco y los dueños de aquellas máquinas de acero desesperados, aporrearon los cláxones que rasgaban la suciedad del aire como gritos agonizantes de animales muertos. Absorto como estaba en sus meditaciones, el aullido del tráfico le golpeó en pleno pecho. Aquella aglomeración informe se le antojó una recua de monos chillones, beduinos insoportables. Una manada de hienas grises y sucias que dejaban entrever, entre sus convulsivas carcajadas, los colmillos rotos.

Comenzó a caer una lluvia fina pero persistente. Las gotas de agua querían lavar la ciudad con su caer tenaz y continuo. El cielo, oscuro espejo omnipotente, descargaba sin tregua su carga húmeda sobre los tejados. Desde su asiento vio abrirse los paraguas como peligrosas flores de varillas metálicas. La lluvia, monótono cántico de las nubes le hizo sonreír, pero en la gente de la calle tuvo el efecto contrario. Llegaron los empujones, las salpicaduras, las riñas por subir a un autobús lleno ya de hombres y mujeres que miraban a la calle con el ceño fruncido, apretados como sardinas en una lata tras haber disfrutado de la inmensidad del mar.

Vio como el semáforo mudaba de color y un guardia de verde, con la cara encarnada por el esfuerzo de intentar sacarle a su silbato hasta la última nota, gesticulaba exageradamente para tratar de hacer cumplir su voluntad sobre aquel maremagnun de bocinas y humo. Decidió quedarse allí para verlo, sentadito y sin dar guerra. El embotellamiento fue poco a poco despejándose y dio paso a los peatones, que como si de una carrera de fondo se tratara, cruzaban atolondrados por los pasos de cebra, salpicándose el agua negra de los charcos. Estrellándose unos con otros, clavándose los paraguas, los bolsos, los codos, las miradas.

Texto agregado el 26-03-2007, y leído por 176 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
12-04-2007 muchedumbre trotamundos
28-03-2007 Buena narrativa. Parece que el autor llevara consigo una handycam para mostrar el pulso gris y tísico de occidente. Le falta el quiebre, el giro, la sacudida, algo que te saque del viaje lineal y cronista. Con todo Notable. cao
26-03-2007 uy al leer todo ese caos extrañe mi ciudad :P ... arcano20
26-03-2007 bien, muy bien..... ismoag
26-03-2007 je me gustó.. sentí que me deslizaba por esas calles repletas de zombies y cosas que muchas veces nos pasan desaparecibidas. Mis 5* para ti y tu relato. Un saludo, kikoyu
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