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Inicio / Cuenteros Locales / huallaga / El casillero 34

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DESDE QUE SUBÍ no dejan de mirarme. Lo hacen de costado, casi con malicia, siento que sus sonrisas esconden algo. Ellos no son capaces de hablarme. Me siento incómodo a pesar de estar viajando en un autobús, sentado en el último asiento libre que encontré, como si desde hace mucho tiempo hubiera estado destinado para mí. Pero, lo que termina por ponerme nervioso es mi vecino de asiento que no deja de sonreír cada vez que abre el periódico y me dirige la mirada.
Al principio traté de corresponder la cortesía de mi compañero de asiento con un ligero movimiento de cabeza. Pero su entusiasmo por el periódico terminó por contagiarme. Observo más por curiosidad que por querer enterarme de las noticias. Estoy harto de tanta tragedia diaria que un poco de buen humor no está mal. Eso es lo que pensé al notar que mi vecino alargaba su sonrisa con un ligero movimiento de cabeza. Pero no consigo nada, apenas los titulares de siempre. Sin embargo, su sonrisa extraña al observar la página central, me está poniendo nervioso
Voy a pararme y bajarme en el siguiente paradero. Prefiero romper esta tensión a imaginarme cosas que terminarán por lastimarme. No sé por qué he empezado a notar que algo anda mal. No he visto subir a otro pasajero. Soy el único desde hace un buen rato.
Al fijarme por la ventanilla, el cristal de la luna me dibuja el rostro de mi vecino, compungido, como si hubiera preguntado algo y esperara una respuesta rápida. Detrás, se deja traslucir el rostro de otro pasajero, sonriente, con el pómulo saliente y el mechón caído en forma desordenada. Al darse cuenta que le observo por la luna de la ventana me dirige un saludo poniendo dos dedos en forma de V.
No sé dónde me encuentro. He perdido la ruta. Creo que estamos pasando por calles que no conozco. La ventana está algo opaca y sólo se observan sombras que pasan raudas. Me paro y sin querer me fijo en la página central que lee mi vecino y que tanta risa le causa. Lo que leo no me causa gracia pero lo que sigue es un estrépito de risas que los otros pasajeros acompañan. Mi vecino de asiento alarga el periódico y me enseña la página central donde se hallan insertadas una serie de fotografías (aproximadamente 34) precedidas de un titular extraño: “La galería de los muertos”. Trato de preguntarle qué de alegre puede tener un titular que no dice nada y que sólo exhibe una serie de fotografías. Pero he ahí que empiezo a cogerle interés al asunto. Con sus dedos va recorriendo cada una de las fotografías, hasta detenerse en una de ellas donde expresa su júbilo. Esa fotografía está junto a un casillero vacío. El, sin abrir la boca se golpea el pecho mientras un ligero frío empieza a recorrer mi espalda, entumeciendo mis talones. Mi vecino se parece al retrato que me está señalando. Entonces, pienso que alguna maldita coincidencia sirve a este individuo para burlarse de mí.
Observo los demás retratos que están en el periódico, y de pronto, casi llegando al casillero 32, el retrato se parece al pasajero que está un asiento adelante. ¡Dios mío! Giro el rostro y él hace lo mismo que mi compañero de asiento: golpearse el pecho, ufano. Trato de cerrar los ojos. Estoy soñando, no me he levantado, debo esperar la llamada de mis padres para abrir los ojos. Pero, ¿y las clases escuchadas? ¿Los amigos despedidos en el paradero?, ¿Fernando, Carmela, Ricardo, forman parte del sueño? No... Debo levantarme.
Pero, mi compañero de asiento me jala del brazo obligándome a quedarme quieto mientras me señala el casillero 34, vacío. No lo entiendo. Hago a un lado el periódico y me levanto a pesar de su insistencia de seguir mostrándome el casillero vacío.
Me paro cerca al chofer quien está manejando despacio, por unas calles oscuras que no reconozco. ¿Dónde estoy? Muevo la cabeza tratando de ordenar mis ideas. Pregunto al chofer sobre al calle a la cual me estoy dirigiendo. Su respuesta es un silencio categórico, cortante. Trae puesto unos lentes oscuros que me parecen inapropiados para el momento. Vuelvo a insistirle pero para toda respuesta escucho su risa espesa. ¡Oiga Ud.!, le grito, pero él quitándose las gafas me mira fijamente mientras yo trato de cogerme del pasamanos para no caerme. Es entonces que lo reconozco: el chofer es otro de los personajes que se parecen a la galería de los muertos. Dejo de pensar en la maldita coincidencia y observo a cada uno de los pasajeros: todos son personajes de la galería y están distribuidos de la misma manera que en el periódico. Entonces caigo en cuenta: el asiento que yo ocupo pertenece al casillero 34, todavía en blanco.
¡Dios mío! No sé cómo he llegado a esta situación. Recuerdo que mis compañeros me dejaron en el paradero esperando un autobús que me llevara a casa. Subí en el primero que se apareció porque la insistencia del ayudante del chofer y sus signos de cortesía me desconcertaron.
Trato de bajar pero la puerta herméticamente cerrada no permite ninguna aventura. El chofer empieza a acelerar mientras los demás pasajeros aplauden y ríen. Ahora sus risas se dejan escuchar con insistencia. Si no pongo orden en mí terminaré por volverme loco. Trato de abrir la puerta con mi zapato, pero no consigo nada. Golpeo la luna, pero algo me impide continuar. Grito al notar que pasamos por una calle iluminada, pero nadie me escucha, ni siquiera yo creo haber escuchado mi grito. Debo estar soñando. En cualquier momento me despertaré. ¡Cómo tardan mi padres en tocar la puerta de mi cuarto!
Los veo levantarse mientras mi vecino insiste en mostrarme el periódico señalando el casillero vacío. Muevo la cabeza y cierro los ojos, arrimándome a la puerta, tratando de negar esta realidad, pensando que ya es hora de darme un pellizco. No puedo dilucidar entre un sueño y una realidad. No puedo darme cuenta de nada, ni siquiera cuando el chofer abre la puerta, violentamente, y mi cuerpo se precipita al vacío cortando mi aliento de un tajo.
El autobús se detiene media cuadra más adelante.
Al poco rato me levanto tranquilo, y camino lentamente hacia el autobús. Todos me ayudan a subir, llevándome directamente al lugar que había estado ocupando. Recién puedo oír la voz de mi compañero de asiento.
—Te estábamos esperando —dice—. No podíamos irnos sin ti.
Y me enseña el periódico donde al abrir la página central observo que mi fotografía ocupa su lugar en el casillero 34

Texto agregado el 25-03-2007, y leído por 204 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
05-04-2007 Me parecio buena la narrativa, aunque igual que cvargas, el final parece muy anunciado, pero la idea es original Saludos blindman
02-04-2007 me pareció acertado el nivel de sugestión que obliga a quien lee ha llegar hasta el final, aunque se devela un tanto el final, o el destino del personaje, quien confiado en estar viviendo una pesadilla, no se resiste de viajar realmente en el bus de la "galeria de los muertos"... Rescato también la fluidez del texto, los puntos seguidos hacen directa la narración, corta en descripciones, ocupándose plenamente de la interiorirdad del personaje, quien quisiera descubrir el por qué tanta extrañeza en su entorno, de algunos gestos burlones. En fin, interesante el recurso del periódico como el medio que conduce a la indefectible partida, el casillero en blanco, el casillero ya ocupado. cvargas
25-03-2007 Lleno de tensión. Muy bueno.- mariasol
 
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