Lo absoluto, la idea de que todo llegue a su máximo esplendor nos provoca miedo de que lo real, lo tangible no sea lo imaginado, lo proyectado. Miedo a que la ilusión se transforme en nuestra ruta y que el camino hacia los sueños sea la opción a elegir. Que la conciencia nos juegue una mala pasada y la niñez que se quedo dormida sobre un pedestal, resucite de la noche a la mañana. Del sentir que el reconocimiento de la propia ignorancia nutre el saber y lo hace necesario para nuestra existencia. Que el miedo al despertar y comprobar que todo fue un maravilloso sueño, se convierta en realidad y tengamos que empezar a elegir por nosotros y concientes de lo que elegimos. Y uno se pregunta para qué…. Para qué despertar…. Y la respuesta es sencilla….es necesario despertar para vivir y para recordar que solo viviendo se crece y se deja de ser una oruga que ruega hasta el ultimo segundo que la dejen ser libre, que la dejen volar y que no decidan por ella que le es mas conveniente. Que dejen de pensar si ese pobre insecto tiene derecho a ser perdonado y a ser artífice de su propio destino o si su destino sea morir para evitarle el sufrimiento que le genera ser conciente de su desgracia…de que la muerte le toque la mano en ni mas ni menos que 24 horas… 24 horas que son el suplicio de nuestros días, la rutina que nos atrapa y nos muestra que las cosas son así y que suceden y que solo depende de nosotros hacer un intercambio de piezas para terminar el juego y ganar la batalla o perder y aceptar la derrota aunque duela, y con el tiempo sepamos que nos fue necesaria, para qué…para qué nos fue necesaria…. Y la respuesta es la misma que la anterior…para crecer y para vivir conciente de que crecemos con cada elección y con cada minuto que dedicamos a pensar en nuestro interior, en nuestra persona y es en ese momento donde comprendemos que el vacío y la nostalgia siempre están presente, pero ellos son los que nos recargan para retomar el juego y no perderse la próxima jugada.