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Inicio / Cuenteros Locales / marsiposa / La fuente que querìa ser àrbol.

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I
La fuente.

La mañana era clara, transparente y el sol cubría la mayor parte del suelo. Un reflejo de paz se percibía en cada una de las miradas de los habitantes de Nueva Caledoña mientras las golondrinas hacían sus nidos en los techos de las casas armonizando el entorno con los frondosos árboles que dormitaban en la Plaza Mayor.
Que insaciables parecían ser aquellos días de nostalgia primaveral, el protegerse bajo las sombras de los árboles, niños jugando en los verdes prados y bebiendo agua de las fuentes para apaciguar la sed.
Pero no todo era tranquilidad, había una pequeña fuente abandonada cerca de la iglesia que lloraba sus penas, estaba vieja y desgastada, y sus aguas ya no eran dulces y transparentes, por lo que la gente ya no bebía de ella.
Aquel día recordaba como era en su juventud, una fuente limpia y por todos admirada; todos los días miraba al viejo álamo que dormitaba en la plaza mayor, no sólo crecía y cambiaba hojas, sino que mientras más envejecía mas aprecio y consideración recibía de la gente, aquel árbol testarudo que, cuidaba de los pájaros y regocijaba con su sombra a niños y ancianos.
La fuente, al verlo, sólo quería ser como él, y así, tal vez, recuperar los viejos tiempos, en cuando ella era útil y admirada.

II
El ángel y la fuente.

Y así los días pasaban, con el mismo y constante sueño. Todas las mañanas el sol la despertaba con su repentino fulgor, y luego venía la noche a cubrirla con su manta estrellada. A la pequeña fuente le gustaba ir a dormirse con las extrañas historias que la luna le relataba, y luego soñar con que algún día sus aguas volverían a ser transparentes y claras.
Una noche de luna llena, un ángel que pasaba oyó los ruegos de la fuente. Se detuvo presuroso, y se acercó pausivamente para oír mejor lo que le acontecía.
-¿Qué es lo que tanto te atormenta pequeña fuente que al suelo cubres con tus lágrimas? –Le preguntó el ángel.
Y entre suspiros y lágrimas la fuente respondió a su pregunta. El ángel conmovido le dijo que intentaría ayudarle, y partió a hacer sus deberes, pero con la promesa de que volvería la noche siguiente. Y así lo hizo.

III
Una nueva vida.

La lluvia golpeaba fuertemente, pero aún así su suavidad y frescura le animaban a crecer. Acobijada entre el polvo de la historia y hojas secas, esperaba sus brazos poder estirar y así abrazar con ellos los rayos del sol por el día, y jugar con las estrellas por la noche. El viento brincaría por sus ramas al igual que los pequeños pájaros antes de emigrar.
En su mente ya podía tocar el color grisáceo que el cielo solía vestir en invierno, al igual que saborear la nieve que en ella se posaría.
Mientras las lunas cambiaban, y los soles subían y bajaban al son del cantar de los ángeles, iba consumiendo los nutrientes que la tierra, cada mañana, amablemente, le ofrecía. Mientras más pasaban los días más crecía, y más se acercaba a la superficie que ya no parecía tan lejana.
En una mañana de aire tibio, frente a la iglesia, una ramita se escabullía entre las grietas de la leve capa de cemento que cubría la vereda lateral.
El joven campanero, después de una larga caminata, se dirigía campante y sonante hacia el campanario, cuando de pronto, una pequeña rama que por el suelo sumergía, le llamó su atención. Corrió presurosamente, para luego volver, con un pequeño saco de cemento.
Alegremente, bajo el caluroso sol del ya mediodía, miró su labor ya finalizada… Había tapado cada una de las grietas que en el suelo se habían formado.

Texto agregado el 21-03-2007, y leído por 132 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-03-2007 A no soñar con lo imposible, seguro que si te invitan a hacerlo, contandotelo con la ternura que pones en tus relatos, sera mucho mas facil. ouacosta
 
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