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Con tu puedo...Cap 19
Engaños y traiciones.

Cuando Atanasio, salió de la cantina dirigió sus pasos hacia la última calle del campamento. En la esquina se detuvo a mirar si le habían seguido, no vio a nadie, el mecánico que salió antes, estaba en otra esquina conversando con un compadre. No le dio importancia, ingresó a una casa desocupada; en el interior le aguarda Ramiro.

—Te demoraste niño, ¿por qué?
—Salió duro el Tito.

—¿Don Ramiro?
—¿Qué querís?

—Usted me dijo que me iba a mandar a trabajar a otra Oficina con mejor sueldo.
—Ah, eso, cuando acabe con estos malditos, lo haré, ahora cuéntame que te contaron los hermanos.

—El Ernesto es buen amigo, el Pancho también pero es más pesao.
—Es el hermano mayor, tiene derechos. Pero cuéntame ya.

—Mire, el Francisco se va a juntar con un porteño de Valparaíso. Me dijo el Tito que, era el amigo del Benardo y que era el que les enseñó a fabricar bombas, no se juntan en el campamento, dijeron que llega a un rajo antiguo, Francisco va a ir a decirle que manden a algún pariente del Bernardo a buscar sus pilchas.
—¿Cuál rajo. Lo dijo el Pancho?

—El Pancho no lo dijo, sino que el Tito me contó después. El rajo que está más cera del mar, yo no sé.
—Pero yo sí. Es el Luisa. Gracias cabro, te voy a dejar unos pesos para que le comprís algo a tu novia, la semana siguiente te voy a conseguir permiso para que vayas a Iquique. ¿Nadie te siguió?
—No, Don Ramiro, ni el Alamiro sospecha.

—Ya cabro, me voy, salgo yo primero y en unos minutos te vay vos. Chao

El guardia, abrió la puerta, miro a todos lados y no vio a nadie. De los que estaban en la esquina, no hay ni rastro, así que se va confiado. Enrumba hacia la cuadra de los caballos, saca el suyo, lo ensilla con rapidez y sale al trote. Camina hacia el lado en donde está la guardia militar, allí pide su carabina, la revisa, mira la recamara, carga las cuatro balas, cierra, pasa el seguro, toma tres peines con carga completa de balas y las mete al bolsillo de su chaqueta, coloca su arma en la canana que esta adosada a la montura de su alazán. Bestia que lo acompaña desde hace cinco años, se conocen a la perfección. A cazar palomas dice que va.
Los soldados, le miran y cuando ya está lejos, se persignan.

Huasos tontos, se entregan solitos, sin que siquiera haya que apretarlos. Voy a apurar a la bestia para llegar primero. Ese pelotas del Atanasio, quiere un puesto de mayor responsabilidad, le dije que no podía ser acá en esta oficina, le ofrecí hablar con el patrón para que le busque en otro lugar, jajajajajajajajaja, con un par de pesos está listo.
Cayó en mis manos sin siquiera llamarlo, esa tarde andaba sin un cobre, le ofrecí unos pesos extras por señalarme lo que hablaban en la pieza en las noches, yo quería saber de ese maricón del Alamiro.
Me fue contando todo, poco a poco, no vale mucho lo que trae. Lo de hoy si que vale, no le dije ni al patrón, para qué, si él nunca me dice quien le cuenta lo que ocurre. Don Fernando, tiene algún soplón metido en el grupo del Facundo. No fue difícil darle el bajo a cada uno de ellos, cinco fueron.
Hubo buen pago extra del jefe por este trabajito. Aalgún día me podré ir de acá y, nunca más regresar, con lo que he juntado, me alcanza para una parcelita en el sur. No le diré a Don Fernando que me voy y, menos donde me iré el viejo puede mandar a darme el bajo en donde esté. Yo le conozco muchos secretos que él quisiera se olviden.
Los pagos por los trabajos extras, lo junté con lo que cargaban los palomeados en sus bolsillos y lo que tenían en sus casas, todo ha venido a mis bolsillos, un pesito con otro se van juntando, un año más y me voy
.

El hombre avanza confiado, su caballo trota suavemente, el calor de la mañana no le molesta, tampoco al jinete que lleva su gran sombrero. El hombre quiere madrugar a Francisco, terminar antes de que llegue o se sabrá que Atanasio habló. Con ese trote le sacará más de una hora de ventaja.

En el rajo Luisa los tres amigos esperan silentes, cada cual en su sitio, atento a cualquier sonido que venga desde el interior, la soledad del desierto hará que cualquier sonido se escuche a mucha distancia, la misma soledad hace que cada uno de los hombres queden con sus fantasmas y dolores.

Mi hermano llegó a esta Oficina directamente de Oruro, era trabajador, tuvo la mala suerte de caerle mal al Ramiro. Cuando lo asesinó cuatro niños dejó huérfanos el hijo de la gran puta. Dicen que se reía, dicen que en algunos lados decía que: Había quedado un boliviano menos en el mundo. No se metía con nadie mi hermano, solo trabajaba e intentaba reunir dinero para llevarlo a su casa. Una tarde ya no llegó a su habitación, nunca más se supo de él, todos supieron había sido el guardia. Hoy pagará por ese y otros crímenes.

José Manuel, está sentado sobre un gran trozo de caliche, su mente viaja entre el pasado y el presente, sólo una duda le embarga. ¿Si sale mal, qué? Sus manos, acarician la boleadora confeccionada por su compañero Luciano.

Cinco son mis camaradas desaparecidos, si a eso sumo los cinco muchachos de ahora me suman diez, diez obreros asesinados por orden del Fernando y ejecutados por Ramiro.
¿Qué hace a un hombre colocarse en contra de sus hermanos? Este hombre es como uno de nosotros, fue campesino y minero, tuvo la mala ocurrencia de desgraciarse, no fue capaz de enfrentar la justicia y huyó. El padre de Fernando se aprovechó de él y luego se lo entregó al hijo para esto, para matar impunemente. Es tan confiado en su fuerza que caerá en el engaño si siquiera sospechar lo que le sucederá
.

Una vez trotado un par de kilómetros, Ramiro detiene la bestia, se apea, camina un par de metros y saca de un escondrijo una pala, al igual que la carabina, la coloca al costado de su montura. Mira el cielo, descansa un minuto para luego montar nuevamente y dando un giro guía su caballo hacia el mar, tan distante, tan desconocido para muchos.

Hay que creer a los borrachos cuando hablan, ese Ernesto, habló de más. Son pocos los cristianos que saben de este que viene a enseñar a fabricar bombas.
Luego, en un tiempito caerá el Alamiro, también otros socialistas. Me seguirá sirviendo ese Atanasio, lo estrujaré como limón de Pica, cuando ya no dé jugo, lo echaré con algunos pesos.
Ese Alamiro, me ha madrugado en varias. Hasta se acostó con la Clotilde, yo nunca he podido hacerlo. Es chúcara la yegua esa, si se me sigue negando, me la voy a llevar a alguna casa deshabitada y ahí le daré sin importar los golpes, ninguna mujer se me ha negado así, ya verá.
Falta poco para llegar al rajo, debe estar por llegar el porteño, me voy a esconder en la excavación más profunda, se oirá cuando llegue, mi bestia es fiel y ni siquiera meterá bulla
.

Luciano, se quita la chaqueta, saca de sus bolsillos dos boleadoras, las pesa, las mide, las mira.

Hace tiempo que nos las uso, estuve practicando, no he perdido la habilidad. El Ramiro se encontrará con lo inexplicable, es igual a los soldados que asesinaron a los de la escuela, es uno de ellos, con la salvedad que sigue haciéndolo día a día. Mi hermano cayó allá en Iquique, hoy lo dejaré vengado.

En un santiamén, los tres salieron de sus pensamientos cuando oyeron el lejano sonido del galope de una cabalgadura, miraron hacia el lugar en donde nacía el sonido. Ramiro se ve en la distancia, lo ven como frenar al caballo e iniciar un lento caminar.

Son apenas las nueve de la mañana, la sala de la Filarmónica abre sus puertas. Alamiro con el manojo de llaves en la mano las deja abiertas, entra, mira las tablas del escenario, sonríe, se nota nervioso, es su debut.
Algunos niños entran a saludarlo, hacen un ruedo y le dejan en el centro. Las niñas lo miran embobadas, la más pequeña le estira sus manos para ser levantada por ese hombre tan grande y lindo, como dicen ellas.
Los niños, con sus sombreros de paño o paja colocado a la manera que lo usa su héroe. Le tiran de los pantalones para que haga caso a todos al mismo tiempo, Alamiro sonríe con el cariño de los infantes.

—Más tarde pueden venir todos – Dice el joven

Ramiro se para en los estribos tratando de abarcar todo el desierto con su mirada, no ve nada, sólo tierra asolada y herida, avanza hacia la hendidura en la cual quiere ocultarse. José Manuel es quien está más cerca de los tres emboscados. Ramiro pasa a unos quince metros dándole la espalda a José Manuel, este comienza a hacer girar su boleadora, treinta metros hay entre los dos hombres. El guardia estira el brazo para alcanzar la culata de la carabina. José Manuel está de pie haciendo girar su honda, esta zumba, zumbido que es percibido por el guardia, comienza a girar la cabeza cuando José lanza su arma. Ramiro ve que algo viene girando en el aire, trata de sacar su carabina, pero es tarde ya, las cuerdas de cuero de la boleadora le han atenazado enrollándose en sus brazos. Trata de conducir su caballo con los pies, pero, desde otro lugar del rajo nuevamente siente el zumbido de las cuerdas de cuero del arma gaucha. Gira el tronco, sus ojos se abren, ve al argentino por un solo segundo, la siguiente boleadora vuela, la ve girar, va en su busca, se le hacen interminables las fracciones de segundo, los cueros se enroscan en su cuello. Un grito ahogado sale de su garganta, parece respiro de un enfermo de los pulmones luego de haber pasado años en los molinos de caliche. Sigue tratando de hacer correr a su animal, este trata de obedecer, no sabe lo que quiere su amo, lo percibe como enloquecido. Desde el otro punto emerge Inti, su honda gira haciendo circunferencias sobre su cabeza, el boliviano se afirma en el suelo, con diestro actuar, suelta una hebra, sale disparada la piedra, la que golpea al jefe de la guardia en su espalda. Es tal la fuerza que se siente arrancado con violencia inusitada de la montura, cae al suelo, ve con angustia que los tres hombres se dirigen caminando hacia él. El alazán al sentirse sin jinete larga el trote. Luciano hace girar la segunda boleadora, en un par de segundos la lanza a las patas traseras del animal que cae al suelo. La atadura es más fuerte que las maneas que le han colocado eternamente a lo largo de su vida.
Ramiro entiende que cayó en un engaño realizado por estos tres con la complicidad de los hermanos y la imbecilidad de Atanasio, y también por su propia estupidez. Percibe que a medida que los tres se acercan su respiración es más dificultuosa, le falta aire, siente su rostro ponerse rojo y amoratarse.
Trata de soltar las manos, pero, conociendo las armas utilizadas, sabe que es inútil; el piedrazo del boliviano le debe haber quebrado un par de huesos de la clavícula. Mira a los tres, los mira con odio y desprecio, quiere dar la imagen de odiosidad y superioridad. Los tres hombres caminan en calma, con lentitud, se siente cazado.
Ni siquiera avisó a su patrón que iba a la caza del hombre de Valparaíso, el que enseña y dirige a los anarcos, Don Fernando no le vio sacar al caballo de la cuadra. Su patrón no va todos los días a ver los caballos, se percatarán en la tarde de su ausencia, ya será tarde, ya es tarde. Su vida se va, la recorre desde su nacimiento hasta ese segundo, pasan los rostros de los hombres que ha asesinado. No clama a su Dios, se sabe imperdonable, más de veinte rostros desfilan, unos pidiendo por la vida, otros volando por los aires calientes de ese desierto, el mismo que lo acogerá ahora.

Ve a José que se para al lado del caballo, mete la mano en la montura. Quisiera que el hombre aquel sacara la carabina y le dispare, pero no, el sureño saca la pala, su herramienta, los tres hombres se detienen frente a él.

Ninguno habla, solamente le miran, le observan y esperan. El argentino toca las cuerdas que atenazan el cuello, están bien, le ahogarán poco a poco, - Dice que - le queda un par de minutos de vida. Le miran, se siente mirado por los que odia, o ni siquiera odia, eran sus enemigos, los tenía en la Oficina. Al boliviano le encuentra cara conocida, pero, para él, todos los paisanos son iguales, piensa, no ubica de dónde, Inti le recuerda: A mi hermano, también lo volaste.

Surge la imagen del hermano de boliviano, escupe al suelo, sabe que no negociarán nada con él, no hay nada que negociar, además sabe que no son tan boludos como para hacerlo, un fuerte ronquido sale de su boca.

¿Al porteño esperabas? – Dice José – No hay porteño, supimos que el Atanasio te cantaba, siempre recibiste lo que nosotros quisimos oyeras, desde que lo supimos te usamos, viste que no erai tan pillo, fuiste tan huevón a veces. Bluf, truco, engaño. Imbecil, y ahora te vay, vas a quedar en el desierto, con la misma pala que enterraste nuestros compañeros te sepultaremos. Ni rastros de ti quedarán, podríamos dejarte como carroña para los jotes, ni para eso servirás; mañana cuando rastreen no habrá nada, los jotes dejarían los huesos y no lo queremos.
Seguramente seguía Alamiro, no tendrás ese gusto, té queda menos de un minuto. ¡Míranos hijo de puta!


Los ronquidos comienzan a bajar de intensidad, el rostro está amoratado. Luciano quita la boleadora de las patas al caballo, le afirma bien de la brida, el caballo se para, quiere escapar de la prisión, no lo logra, el argentino lo tiene firme. Ramiro no comprende lo que hará, no sabe y poco le interesa. Siente la muerte llegar y sin que pueda irse.

—Este caballo, es mañero –Dice Luciano – pero, he sido amansador de baguales por años, sólo dos me botaron. Hermanitos yo me voy a ir con la bestia, lo llevaré a dar una larga vuelta, luego lo soltaré, si es inteligente llegará a las oficinas, sino, se empampará como su amo.
—Vaya, che, con Inti, sepultamos a este canalla y regresamos al campamento. Llegaremos a la hora para el ensayo.

José tomo la pala y comenzó a botar un trozo de murallón. Cuando da su último respiro Ramiro alcanza a ver lo que será su eterna morada.

Curiche
Marzo, 17 de 2007





Texto agregado el 17-03-2007, y leído por 505 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
31-07-2007 El peor oficio que puede conseguir un ser humano es ser delator (SAPO) y más aún cuando se comercia con la traición como Atanasio, a quien no le importa hundir a sus compañeros a cambio de una moneda. El capítulo presenta una trama sumamente emocionante, en la cual es imposible perder el interés. El asesino ha caído en una trampa porque el sapo lo usaron de carnada. Curiche se ha lucido como autor y narrador…. Nada sobra, nada falta, todo está impecable. Esa idea de la muerte se presenta como un mandato de justicia por ajuste de cuentas, el mensaje hace temblar la tierra y el cielo .***** SorGalim_Plus
03-06-2007 sigo la lectura curiche, vaya suspenso . mis 5* salambo
24-04-2007 es un capítulo fuerte, intenso, y muy bien narrado, donde uno se pone a reflexionar sobre el valor de la vida, si tenemos derecho a quitarla, pero a la vez deseamos que jose manuel y sus amigos lo hagan para hacer justicia por todos aquellos que sufrieron....es un dilema...muy buen capítulo. arianna
10-04-2007 Vuelvo a tu novela después de un tiempo, me había quedado suspendida en esa encerrona que no llegaba nunca. Sigo tu relato como si lo hubiese dejado ayer, recuerdo muy bien a cada personaje... Muy bien relatado, como siempre. loretopaz
19-03-2007 Un capítulo sumamente emocionante, de suspenso, intriga y emoción, donde el cazador salió cazado. Muy bien hecho ***** Catacumba
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