TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / curiche / Con tu puedo...Cap 17: De damascos el aguardiente

[C:276551]

Con tu puedo...Cap 17:
De damascos el aguardente

La noche del sábado fue larga para los hermanos Aravena, desde hacía tiempo no habían bebido tanto vino y aguardiente, más era imprescindible hacerlo. Ellos harían su parte en el plan de José Manuel.

Largo camino recorrieron para llegar finalmente a la pampa, habían salido de Curicó hacía ya más de 20 años. Oriundos de la zona ribereña del Mataquito. Familia grande, diez hermanos, hijos de padre mediero que Cultiva una parcela de cinco hectáreas en donde: los porotos, choclos y las cebollas se dan grandes y bonitos, pero doce bocas son doce bocas.

Allí las cosechas siempre son mejores para el patrón que, para quienes sembraron la tierra y cuidaron cada planta. Casi nunca todas las bocas en aquella casa están llenas.
Luego de cumplir sus dieciocho años, Francisco y Ernesto decidieron emigrar a buscar otros horizontes, un año y medio los separa la edad, siempre andan juntos, si pareciera que hasta los amores los hacen en pareja.

A sus pocos años se pudiera decir sin temor a ser grosero, Que han arado tanta tierra que; si fuese un solo surco, sería mas largo que los miles de kilómetros que es Chile de norte a sur.

Se encaramaron en un vagón de un tren de carga, viajaron de pavo desde Curicó a Santiago y en otro desde Santiago hasta Llay Llay, - Lugar de vientos- . Se quedaron un periodo en Las Vegas de ese pueblo, plantaron miles y miles de cebollas, los dedos de sus manos casi se gastaron por tanta cebolla enterada en los surcos pantanosos. Agiles y firmes de cintura, es que para cultivar las cebollas y los ajos se requiere de buenas piernas, flexibles y resistentes para estar agachados durante jornadas de muchos días.

Sus pies, siempre calzados con ojotas, están duros de tanto caminar, sus talones partidos, los dedos anchos y chatos. De ojos vivaces, alegres y dicharacheros, cantores de cueca, asiduos visitantes de algunas cantinas de Llay Llay. Una mañana, cuando se tomaban su chupilca de tinto con harina tostada y azúcar, escucharon decir a un huaso que en el desierto necesitaban buenos trabajadores, con mejor sueldo que en el campo, pagos quincenales y, que en La Calera había un par de enganchadores que embarcaban a quienes se enrolaran. Un día de la semana parte el Longino, hay pasaje seguro.

El Pancho y el Tito se miraron, no hizo falta ningún gesto, llegaron a la rancha en donde dormían, metieron todo dentro de un saco harinero. Llevaron algunas cebollas, ajos y tomates y se subieron a un vagón del tren que los llevó los pocos kilómetros que hay entre Llay Llay y La Calera.

Recién se había iniciado el año mil novecientos cinco.
En la estación de La Calera preguntaron por los enganchadores, hablaron, fueron anotados, y dos días después tendrían que embarcarse. El tipo que los anotó les mandó a una casa en donde durmieron con varios que iban al norte. Teniendo donde dormir, una cocina en donde prepararse algún alimento, porotos, arroz, sal, lentejas, grasa, yerba mate y azúcar rubia (a veces) – Es lo que les deja el tipo que les contrató. Luego de dormir, buscaron una cantina para tomar algo de vino y luego fueron una casa de putas, en donde alguna niña asilada les alivianó sus almas de las penas acumuladas.

Así llegaron a la pampa, anduvieron en varias Oficinas, hicieron de todo, conocieron otro tipo de gente, aprendieron más, supieron de la solidaridad obrera, poco a poco fueron a dar con los obreros organizados tras la figura de Recabarren, Celebraron la elección como diputado de su líder, sufrieron cuando se unieron todos en contra del diputado obrero por Tocopilla y le quitaron su diputación tan solo porque al momento de jurar dijo: “Prometo”.

En mil novecientos seis sobrevivieron a la matanza de la Plaza Colón de Antofagasta en donde murieron más de cien trabajadores. Finalmente llegaron a trabajar bajo la dirección de Fernando Gómez.

Han recibido las orientaciones de José Manuel y Juvencio, a quienes los hermanos respetan como a su padre. Cuando ha habido palabras fuertes y se ha llegado más allá que las palabras, siempre han afianzado a los dos “viejos", como les dicen, nunca ha sido necesario se metan por medio ya que los “viejos” también son de manos duras y no le hacen el quite a algún par de puños. Pero, ambos “viejos” saben que si en alguna disputa van a ser atacados a traición, no lo lograrán ya que están los hermanos, buenos con las manos y mejores con un cuchillo en la diestra.

La noche anterior encontraron a Atanasio en la cantina, le invitaron a compartir una botella de vino que beben con alegría y sin molestar a nadie.

—¡Atanasio! Acérquese amigo, acompáñenos, ¿cómo se le ocurre estar sólo?
—Gracias, Pancho, estoy esperando a un amigo.

—Espérelo con nosotros, tráigase una copa y si falta, ando con alguna plata para comprar otra botella.
—Al tirante me corro pa onde ustedes.

—Oiga Atanasio, me han contado que a veces ustedes los de Ovalle les mandan unos aguardientes, que son como para chuparse los bigotes. ¿Es cierto eso?
—Mi taita, tiene un compadre en el valle, bien arriba que a veces tiene un licor de damasco muy re gueno, pasa suavecito por el guargüero.

—¿Y ahorita compadre, tiene algo? Mire que tengo hambre de probarlo ¿Y usted hermano?
—También pos, Pancho.
—P´tas, lo lamento, pero no me queda nada, la otra noche le dimos el bajo con Alamiro y otro paisano de Ovalle.

—Que sea para la próxima entonces. ¿Jugamos una brisquita?
—¡No, yo no juego con ustedes! Me van a echar al medio y pierdo todo.

—Cómo se le ocurre Atanasio, si es solo por entretenerse, ni plata ni nada, para hacer que llegue más temprano la noche. ¿Usted, hermano, va a ir a la reunión esa, mañana?
—Qué te ocurre, Tito, no-vis que esa gente odia al vino y a los que lo toman y, ¡Si es tan rico! El vino es como las mujeres ¿o no compadre Atanasio?

—Sí, así mismo es, por eso a veces no voy a la Filarmónica, ahí se toma refresco y nada más.
—Justo lo que yo le digo a mi hermano aquí presente, ná de filarmónica y menos con esa gente, el que no toma vino, no es de confianza, yo no le confío nada a naiden que no tome.
—Yo tampoco, hermano.

—¿Qué reunión hay mañana?
—Nada, niño, olvídate, son cosas de mi hermano. ¡Usted, hermano, con un par de cañas se olvida del mundo y se recuerda de cosas que hicimos hace años!

—Perdóname hermano. Usted es el mayor, y hay que hacerle caso, ¿o usted no le hace caso a sus hermanos mayores, Atanasio?
—Clarito. ¿Saben?
—¿Qué cosa, Atanasio?

—La verdad que me queda media botella de aguardiente, pero, no le cuenten a nadie. Regreso en unos cinco o diez minutos, si me esperan, la tomamos.
—Vale, nosotros le vamos a decir a alguna de las chiquillas de la cocina nos preparen algo para echarle al buche.

Al salir el joven Atanasio, mientras sonríen los hermanos, una persona que está en la cantina sale tras él y regresa a los cinco minutos . Antes de que regrese el joven, la persona pide a la mujer que atiende le sirva una taza de té con leche. Ninguna palabra, la persona incluso se sienta dándole la espalda a los hermanos. El mayor se soba las manos. Diez minutos tardó en regresar Atanasio.

—Julia, señorita Julia.
—¿Qué ocurre, Pancho, ya andai curao? ¡Pórtense bien o los echo a escobazos de la fonda.

—Julita, háganos unos sanguchitos de carne, por favor, mire que el vino nos dio hambre.

Julia, no entiende mucho lo que ocurre, los hermanos son buenos compañeros, los ha visto incluso, en alguna reunión, los ve más habladores que de costumbre y eso que siempre son habladores. Se rasca la cabeza, se encoge de hombros y va dentro a prepararle unos sanguches con carne y ají picante. Ella no confía en el Atanasio, pero, no dice nada, a los minutos llega con los sanguches, mira con desdén a los tres y se va.

—¡Julita! Préstenos unos vasos chicos.
—¿No quieren que también les sirva ese veneno? ¡Maldita la hora que levantaron la Ley Seca!

—No se enoje, señora Julia, si tenemos un poco de pena.
—Ya, les llevo esas copas.

—Atanasio, usted vale oro.
—¡Un Perú vale el amigo!. Vamos a ver si es mejor que el aguardiente de Doñihue.

Luego de la primera copa. Ernesto Aravena le dice a su hermano.

—¡Pancho! Sabís este aguardiente que trajo Atanasio es mejor que el que tomábamos en el sur, ese de Doñihue que decís. Y ¡Por Dios que es bueno! Pero éste no es de uva, no, este es de otra fruta.
—Si, mi taita hace fermentar los damascos y su compadre los destila, por eso tiene ese gustito.

—Tito, tenís razón, es mejor, mucho mejor y no - té vay a curar mucho que té colocai más hablador que de costumbre.
—Hermano, a los amigos, no hay que esconderle secretos.

—¿Tenís secretos, Tito?
—Noooooo, hermano no tengo, pero, hay que confiar en el amigo, cuando traiga aguardiente del sur le invitaré yo, Atanasio.

—¡Gracias, compañero! Ya luego me voy a ir.
—¿Cómo se va a ir? Si aún le queda aire a la botella, cuando se lo saquemos todo ahí nos vamos juntos.

—Eso es, mi hermano tiene razón. ¡Julita. Por Dios que está bueno el sanguche, mañana me vengo a tomar desayuno aquí! ¿A qué hora abren mañana domingo?
—Mañana, a la misma, hay que tener abierto cuando salga el turno de la noche, y ustedes con la cura que tienen, difícil despierten temprano. No vengan tarde porque hay ensayo del teatro y no me lo pierdo por nada.

—Atanasio, lo invito a desayunar aquí mañana.
—Hermano Pancho, pero no puede ser tarde, mire que hay esa reunión.

—Atanasio, p´tas que está curao mi hermanito, si sueña con reuniones – La mirada que le da a Ernesto es casi de odio, cosa que se percata Atanasio, pero no dice nada – Y usted hermano, ¿de qué reuniones me habla?
—De esa con los socialistas, esa que hay allá...

—Quédese callado hermano, no sea huevón, mire que hablando de reuniones, si esas se acabaron hace años. No le haga caso, Atanasio, son cosas de curao. Y usted hermano, mejor se me calla o le saco la cresta ¿Me oyó? ¡Me escuchaste tonto hueón!
—Ya, ya hermano, usted sabe que soy boquiabierto cundo tomo. Me voy a hacer evangélico, para no tomar más.

—Sigue hablando de reuniones y te saco la cresta. ¡Sírvase otra copa, Atanasio! Así nos vamos luego.
—Ya poh, Salud.

—Atanasio, si hubiese alguna reunión le invito a usted, se nota que es gallo, pero no hay. Yo no me meto con eso, mira cabro, sea quien mande, hay que trabajar igual. Ni un socialista, ni un cura, ni el patrón nos can a pagar sin trabajar, así que mejor trabajo y no me meto en nada.

La tensión se nota en los tres, tensión y borrachera, Tito, cierra los ojos y coloca su cabeza entre sus manos que están en cruz sobre la mesa, duerme.

—Eso le pasa a este hueón, toma, tiene mala cura, habla lo que no debe, inventa historias y luego se duerme, mas tarde lo voy a tener que cargar hasta la casa, imagínese la de conchazos que nos vamos a dar.
—Si quiere, yo le ayudo con él.

—Ya poh, mañana hay que hacer temprano, pero igual le invito a desayunar. Le dejé pedido a la Julita, no me deje con la invitación, es como devuelta de mano por el aguardiente.
—Mire, cargue usted por el lado derecho y yo agarro a su hermano por el izquierdo, se ve liviano, soy cargador así que fuerza no falta.

—¡Vamos, mi gallo! Julita. Hasta mañana.
—Hasta mañana, y no me vayan a llegar curaos los tres.

La Julita sacó su cuaderno y anotó lo que consumieron los tres mineros, su jefa la mira por una ventanila. Los tres salieron a tropezones y caminaron por el campamento rumbo a la casa de los hermanos. Entraron los tres, tiraron al Tito en su colchón, lo desvistieron y taparon. Salieron, Francisco quiso ir a dejar a Atanasio a su casa, caminaron abrazados, dejó al joven en la puerta, y regresó silbando una canción. Al pasar cerca de la casa de José Manuel, su silvido creció.

Curiche
Marzo 15, 2007



Texto agregado el 15-03-2007, y leído por 266 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
24-04-2007 y comienza la complicidad entre los amigos y compañeros para detener de alguna forma la injusticia que los oprime... y seguimos... arianna
12-04-2007 Alamiro, José Manuel y los hermanos Aravena que se suman en complicidad, pese a las indiscreciones de Ernesto, - Al pasar cerca de la casa de José Manuel, su silvido creció -, una señal de Pancho: misión cumplida. Aumenta el suspenso, mis cinco estrellas. Ignacia
21-03-2007 Que problema la bebida, como lo rebaja al hombre. ***** tequendama
19-03-2007 Una magnifica historia, bien detallada y bien argumentada. ***** Catacumba
19-03-2007 El aguardiente quema penas, para cantar alegrías. Es un medicamento para el alma y también para el cuerpo. El agua al correr se depura, como tus capítulos. Y un abrazo también corre, con cinco estrellas en cada brazo. maravillas
Ver todos los comentarios...
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]