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El último cigarrillo

Pensé que cuando fumara el último cigarrillo de mi vida, me concentraría en cada una de las bocanadas de humo, le hablaría al pucho, o lo increparía por todos los años bajo su yugo, pero lo que no se me olvidaría jamás, sería esa última pitada, el último respiro, la colilla quemándose en el filtro, de un color diferente, cuando ya no queda tabaco. Pero no fue así, como siempre las cosas no suceden como uno las imagina.
Las ganas de fumar eran incontrolables y ya había hecho esa tortura de contar cuantos cigarrillos me quedaban en el paquete. En la mañana no hubo problema, quedaban varios y el intento por contarlos se esfumó cuando mi mujer me preguntó por el número de teléfono del pediatra. En fin, después de almuerzo la situación se tornó más difícil, solamente quedaban tres y todavía no almorzaba, por lo que, había que descartar al menos dos: el que se fuma enseguida de terminar de comer y el del café.
La decisión estaba tomada, me la había impuesto yo, con frases hechas como: La disciplina no se impone, sino que se auto impone, o voy a aprovechar que nace mi hija para motivarme y dejar el cigarro y otras dichas a la pasada, que no me las creía, pero era la manera de reforzar mis temores horribles de dejar de depender del tabaco.
Una semana antes de expulsar el cigarro de mi vida para siempre, asistí a un curso en la clínica Las Condes sobre el tabaquismo y sus enfermedades, en resumidas cuentas información sobre la sombra del cáncer que todo fumador lleva a cuestas. Un doctor de apellido alemán abrió la conferencia, dijo que fumaba dos cajetillas diarias, pero que lo había dejado hace diez años. En todo caso, todos saben que los que dejan de fumar suben al menos una cajetilla por cada año que no fuman, es decir, mientras más pasa el tiempo después de dejar el cigarro, dicen que eran las chimeneas más grandes de la tierra, pero yo nunca me tragué esa. Luego nos dijo que era posible siempre y cuando modificáramos nuestra conducta respecto de aquellas situaciones que nos hacían fumar.
Pensaba, mientras miraba a un gordo transpirado que estaba sentado a mi lado, que era bastante fácil decirlo, pero explicarle a mi cuerpo y cerebro que cambie una conducta que lleva haciendo durante quince o veinte años no iba a ser tan fácil como el doctor lo decía. Luego mostraron unas imágenes de pulmones negros, perforados como queso gruyére, lleno de tumores y viscosidades oscuras y brillantes. Como el alquitrán que ingieren cada vez que fuman una piteada, dijo el médico. Luego mostró la imagen del viejo conchadesumadre de la cajetilla, con su cara angustiosa y sus ojos semi cerrados, pálido, como pidiendo una balón de oxigeno y con el hoyo a la altura de la garganta. Don Miguel fumó veinte años y terminó con cáncer a la laringe, piensen en sus familias y mírense a un espejo, repetía el médico inquisidor. El gordo me miraba y levantaba las cejas. Luego mostraron la imagen de un feto de color gris azuloso, muerto por la ingesta de cigarrillos de su madre. Hay mujeres que fuman durante su embarazo, decía el médico; yo pensaba en fumar y cada vez que mostraban imágenes de gente crucificada por el cigarrillo, mis deseos por fumar se acrecentaban. El gordo ya no arqueaba las cejas, estaba con los brazos cruzados y tomaba un sucio pañuelo para limpiarse la frente. El doctor puso una imagen de todos los productos tóxicos que se ingieren por cada cigarrillo, fíjense,- nos dijo - que en cada una de las bocanadas de humo que ustedes inhalan existe: monóxido de carbono, igual al humo de las micros del Transantiago. Yo no me reí con el chiste del doctor. Pero, al menos me sentí más aliviado, mis cigarrillos eran Kent one, es decir: un miligramo de alquitrán y de nicotina por cada uno de los que fumaba. El doctor continuaba: Nicotina, alquitrán, arsénico; sí, el veneno. Con el gordo ya estábamos amigos de miradas y gestos corporales, ambos nos movíamos en la respectiva silla para adelante o para atrás dependiendo de lo grave de las palabras que pronunciaba el facultativo. Bien, haremos un pequeño break y posteriormente les vamos a mostrar la segunda parte a cargo del Doctor Vergara, especialista bronco pulmonar. Siempre he odiado la especialidad médica bronco pulmonar, es como el médico del fumador, a menos que la cosa se ponga fea y te manden al oncólogo donde se va todo a la cresta
Pedí un té, para que se me pasaran las ganas de fumar, el gordo me abordó y nuevamente me arqueó las cejas escondido en una taza de café. Está fuerte la cosa, me dijo. Sí, le dije. Cuántos fumas, me preguntó. Como unos… en ese instante pensé en mentirle y decirle como tres o cuatro, porque soy deportista y me gusta la vida sana, pero al ver al gordo, con su barriga prominente y con un colesterol que debía ser de terror, más el problema del cigarrillo, contesté francamente. Como veinte, pero si hay copete puede ser más. Nuevamente el gordo me arqueó las cejas. Vamos a fumarnos un cigarrito, me dijo. Vamos, le contesté. Caminamos hacia los estacionamientos y prendimos un cigarro cada uno. Puta la condena grande esta huevada, le dije. Sí, terrible, entre el peso y el pucho estoy atrapado. Pero la comida no la dejo ni cagando, el pucho tengo que dejarlo, me diagnosticaron enfisema pulmonar. Chucha, le dije, yo estaba que cortaba las huinchas por fumar en la sala, cada vez era peor. Yo también decía el gordo, transpiré como caballo. De ahí nos pusimos a conversar de nuestros trabajos, entonces el gordo me pasó su tarjeta. Eres contador, le dije. No, soy auditor. (No hay nada que les guste más a los contadores que hacer referencia si son o no auditores) Por que tú sabes, que contador es cualquiera que sepa de debe y haber, me dijo. Si, claro, le contesté. Y tú, que haces. Bueno, yo soy escritor. Ahhh, me respondió, como pidiendo perdón por preguntar. Luego me dijo ¿y para ganarte la vida qué haces?. Me reí bastante y prendí un nuevo cigarro. Trabajo en un diario de redactor de noticias policiales y esas cosas. En fin, la conversación duró un rato más hasta que el gordo me dijo que entráramos, que ya había empezado la segunda parte, Le dije que iba de inmediato, pero que tenía que hacer una llamada por el celular. Saqué el aparato mientras el gordo se alejaba y me fui en busca de mi auto. Cuando llegué a mi casa mi mujer me preguntó por el curso y mentí diciendo que era carísimo, y que no me había tincado mucho. Una respuesta bastante a la chilena eso de no me tincó, pero pasé colado. Luego regué el jardín y saqué a pasear al perro. Al finalizar el día y con mi mujer preocupada de la guagua intenté hacer un repaso y preguntarme por qué cresta fumaba. Entonces me acordé que cuando era chico me gustaba estar cerca de la gente que fumaba para respirar el humo.
Mi tía Loti por ejemplo, una señora de color gris, con el pelo siempre tomado y las piernas manchadas de moretones, fumaba un cigarrillo tras otro. Sin ir más lejos, mi papá, gran fumador, encendía el auto en las mañanas antes de ir al colegio y el primer olor que escupía el tubo de escape me parecía fascinante. En mi familia todos habían fumado en alguna oportunidad. En mi caso, cuando ya pude fumar, no paré más.
Mi último cigarrillo debía ser como lo había pensado, en completa soledad, enfrentándome a mis temores de niño fumador y de padres fumadores y de hermano fumador y de vida fumadora. Entonces fumé el cigarro del almuerzo y luego de prender el del café, junto a mi suegro en el jardín de mi recién comprada casa, mi mujer cometió el más terrible de los sacrilegios: preguntó cuántos cigarrillos me quedaban. Miré a mi suegro, quien fumaba con esa tranquilidad, que solo tiene quien no va a dejar de fumar y uno más o uno menos le da lo mismo. Le contesté que no sabía. Siguió pasando la tarde y mi suegro me preguntó si quería ir a fumar. Es que me queda uno, le respondí estúpidamente. Ahhh, te queda el último. Sí, le dije, maldiciendo mis palabras. Entonces vamos a fumarnos tu último cigarro. No, le dije, ese cigarro es mío y sólo mío. En fin, las visitas para conocer la guagua se incrementaron, entonces, cuando mis ganas por fumar, fueron más grandes que las de hacer la ceremonia del último de mis cigarrillos, salí al patio y en mi soledad, prendí ese último tabaco. No había dado la segunda pitada cuando se abrió la ventana de vidrio, era mi hermano con mi cuñada y los sobrinos. De ahí nos pusimos a conversar de la guagua que cuánto pesó, que cuánto midió y todas esas cosas que les encanta a los visitantes de guaguas. Yo hablaba sin parar, mirando el cigarro que se encontraba en el cenicero. No te quedan más me preguntó mi cuñada hurgando la cajetilla vacía, no, le dije, este es el último. Mi sobrino me pedía que lo tomara y mi suegra salió a la terraza y me hizo un gesto para que ingresara a la casa. Tenía a mi sobrino en los brazos y a mi cigarro consumiéndose solo, sin ser fumado. Partí corriendo hacia adentro y le pregunté que pasaba. Mira, es que hay que pagar seis mil quinientos pesos para que la niña salga en El Mercurio. Ah sí, le dije. Sí, es que los sábados salen los niños nacidos en las clínicas de santiago, ¿Quieres que salga?. No sé, pero se puede encargar usted, es que estoy con mi hermano. Sí, era para saber si querías, nada más. Volví enseguida, dejé a mi sobrino en el suelo y busqué mi cigarrillo, pero no estaba. Dónde está mi cigarrillo, grité. Mi cuñada me miró asustada y me lo devolvió. Ya casi no quedaba nada. Mi hermano me decía, no le grites a la Javiera huevón, menos por un cigarro. Entonces me alejé a un rincón, mientras todos conversaban sobre mi guagua y le pude dar esa última piteada, y sentir el último ardor de mis pulmones penetrados por la nicotina y por el resto de las toxinas que hablaba el médico, le di todas las bocanadas que pude antes de quemarme los dedos y me acordé del gordo enfermo, que fumaba y comía como bestia y sólo por ese instante me sentí más aliviado.

Marzo-2007.

Texto agregado el 08-03-2007, y leído por 1243 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
29-10-2007 Maravillosamente aburrido!!!! ojalá sea ficción y no parte de tu diario de vida avaristo. De cualquier forma es bueno el intento...sigue adelante! benedicto
26-10-2007 Demasiado largo el texto para una idea que no da para tanta descripción. Hubiera sido bueno sacar algunas comas del relato...se vuelve soporífero a ratos. _amilcar_
14-10-2007 ¿A quién plagiaste esta vez, Evarista? conchitasv
11-05-2007 Que farragoso, es cansado de leer... Ana_Rosa
05-05-2007 Un cuento excelente evaristo. Nunca he sido un fumador, y esta historia permite apreciar lo cómico y el drama de los fumadores que tienen que vivir y convivir con pulmones, alquitranes, cavernas y demases, como la grasa del pobre gordo. Saludos! mandrugo
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