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Si me ves te darás cuenta como asciendo con los días.
Verás como dejan de llamarme el pordiosero de las costas.
Verás que logro construirme,
Y galopar.
Ya no soy aquel hombre que todos conocían,
De cabellos sucios y mudos.
Barbas díscolas de guerrero.
Extensas y tan apenadas,
Que servían de redes para los pescadores de nuestro pueblo.
Recuerdas el lugar que nos sostuvo?
Encogido en el mapa.
Tuyo y mío. Nuestro pueblo de artistas y guitarras.
A veces solo el viento seco de montaña.
Y ese incurable escepticismo entre ambos,
que me terminó a mi volviendo triste forastero.
Y a ti... Ni recordarlo quiero.

De ti solo se que vistes de forma venerada.
Que remueves tu información sensorial a diario,
para no recordar que las manos que tan ardidamente antes te tocaban,
están implorando comida por las casas.
De ti yo se que jamás sentirás como antes,
Mis quietudes, mis desalientos explotando en tus cabellos.
La entereza de nuestras promesas,
Esas mil y una tardes temblando.
Me han dicho que exiges reverencias a quien se te cruce.
Y las sonrisas te las empapelas con modernismos y miserables riquezas.
Esas que yo jamás tuve y nunca podré darte.
Todo en ti es belleza de plantilla,
todo tan distinto a los gestos naturales que ti a veces pienso.

Descalzo por la ciudad vacía,
Solo recuerdo haber visto a las gaviotas cortándose las alas
Y lanzándose al mar.
Reemplazándolas por olas,
con el fin de imitar a las lágrimas y no ahogarse.

En aquellos momentos en los que seguía
sin saber la manera de respirar sin tu aliento-
Era yo el único hombre en el mundo.
Y sin embargo te perdía.
No tenía mas que mis harapos. Un poco de poesía-
(Había vendido mi orgullo, y me había comprado un acordeón)
(Tu empeñabas tu alma por un poco de vida luminosa)
En aquellos tiempos en que pateaba piedras por las plazuelas
Las ciudades completas las había barnizado con los tintes de tu rostro.
Y repetía en nombres propios cada una de las hebras de tu cabello.
En ese tiempo en el que mi única compañía era el perro ciego del muelle-
Yo preguntaba a los transeúntes la hora.
Pues creo que llevas 3 años de atraso
y no me convenzo!
Eran días costeros.
Me sentaba en la última calle del pueblo,
Ahí donde húmeda y mohosa espera una virgen de yeso-
Los jardines ya no tenían flores.
Yo había dejado de tener alma.
Pues a diario la intercambiaba por promesas nunca cumplidas y endebles.

Adormecida la santa.
Todo podía faltarme, mujer, menos la palabra.
Y la espera.
Con lo poco que tenía había rentado un plumaje de viento,
que por las noche me abrigaba.
Prefería tus manos desvistiéndome en medio de la plaza.
Nuestros besos desesperados en el tranvía.
Escándalos y risas urbanas.
Que terminaban con nosotros en cualquier sitio
Tu eras simple.
Yo digno caballero.
Y cogido de las profundidades de tus manos,
me reía de los solitarios en busca de amantes.

Si me ves.
Te darás cuanta como asciendo con el tiempo.
Algún día dejaré las calles.
Venderé mi acordeón y compraré un poco de nobleza.

Un día estando el hombre y su acordeón,
se acercó a su sitio una dama con prestancia de reina,
quería lanzarle una moneda.
Ella no levantó la vista.
Él la cogió por un brazo.
_ Lo que vuestro traje, señora, nos niega.
Al descubierto lo dejan nuestras pupilas.
La mujer asombrada le despliega una sonrisa..
_ No sé de que me habla, señor. No soy yo la dama que usted cree.
Pero su excelentísima música se merece de mí una reverencia.

-Han pasado dos siglos y al hombre del puerto ya no le llaman pordiosero.
Si lo ven se darán cuenta como asciende con los días.
Hoy el hombre y su acordeón se parece más a los monumentos.

Texto agregado el 01-03-2007, y leído por 111 visitantes. (1 voto)


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