Jeanette abrió la puerta, que sonaba insistente; y se encontró con Renzo, su novio, quien sostenía en la mano izquierda una botella, al parecer, de vino.
Entró rápido, nervioso, mirando siempre en todas direcciones; y al cerciorarse que nadie lo seguía se sentó en un mullido mueble, resoplando, al tiempo que Jeanette, ahora también nerviosa, trancaba la puerta y se acercaba al desfalleciente novio para preguntarle:
-¿ Conseguiste el veneno y el vino?
Renzo liberó un suspiro.
-Bueno, vino no pude … pero conseguí una botella de sidra que …
-¿Sidra? –interrumpió la novia poniendo cara de asco
-Ajá, sidra –terció el novio-. Vamos para el caso es lo mismo, no… Lo importante es el veneno … será cianuro…
Jeanette cogió la botella con ambas manos, la giró entre sus dedos, mirándola, y luego, sonriendo, le dijo al novio:
-Tienes razón… al menos con esto disimularemos el sabor del veneno…-Suspiró-. ¿Tienes las cartas listas?
Renzo movió la cabeza afirmativamente.

El día anterior Jeanette y Renzo se quedaron toda la noche discutiendo el destino final de su amor. Todos se oponían a que se concretara. La familia de ella. La familia de él. Nadie veía la relación con buenos ojos. Sin embargo, el amor crecía y crecía, desbordándose en una pasión desenfrenada: en un amor perfecto.
La noche anterior lo habían jurado una vez más entre lágrimas, y discutido el tema hasta la saciedad, decidieron que la única solución era el poder amarse más allá de la vida; es decir, amarse en la muerte, donde nadie pudiera molestarlos nunca.
Prepararon cartas explicando el porqué de su decisión fatal. Una al padre de Jeanette; Otra a la madre de Renzo; y una disculpa al sacerdote, quien supuestamente debía casarlos en el futuro.

Jeanette tomó las cartas y las dispuso sobre la mesa; luego cogió las botellas –la de sidra y la de veneno- y se fue a la cocina para llenar la combinación en gordas copas.
Renzo la observaba desde el sillón desde donde continuaba sentado; después de perderla de vista (cuando Jeanette entró en la cocina) se puso de pie y clavó la vista en las cartas. Pensó en su mamá leyendo la carta, en que pasaría después de su muerte… pero inmediatamente alejó esos pensamientos porque justo Jeanette entraba en la estancia con una fuente conteniendo dos copas rebosantes. Al verla tan resuelta, Renzo se convenció de que sí, de que valía la pena el sacrificio del dolor por su novia, por aquella mujer que demostraba amarla tanto como él a ella.
Minutos después Jeanette lo confirmaría, con la prueba más grande de entrega. Dijo:
-Renzo, mi Renzo, no podría resistir verte morir… de modo que déjame ser yo quien tome primero del veneno.
-No creo que sea lo correcto- inquirió Renzo, pero ya Jeanette se le adelantaba bebiendo el contenido de la muerte. Dos segundos después de terminar la copa cayó fulminada al suelo.
Renzo aun no terminaba de replicar, pero ya Jeanette yacía en el suelo, muerta.
Entonces, resuelto a terminar pronto, el prospecto de suicida cogió la otra copa y la acercó a su boca dispuesto a beber el contenido. Cerró los ojos, pero aun así no podía dejar de pensar. ¡ Caray, dos segundos!¡Qué bárbaro! Apretó más los ojos y más los dedos en la copa. No podía echarse atrás…
De pronto Renzo agarró las dos copas y las llevó para el cuarto de baño. Vertió con mano firme el contenido de su copa llena y lavó bien ambas.
Aun soy joven –se repetía- todavía puedo rehacer mi vida.-Se encogió de hombros-. Además, suicidarse es a fin de cuentas un pecado… también habría que pensar en eso…
En silencio, pero con prontitud metió las cartas en los bolsillos. Y sin decir nada más, se alejó del lugar, para siempre.

Media hora más tarde, Jeanette creyó que ya era tiempo de levantarse. Y lo hizo, en efecto. Fue a la cocina -donde había llenado solo una copa con veneno, minutos antes- y se colocó la bolsa al hombro. Al pasar por la sala, vio su imagen al espejo. Aprovechó para acomodarse el pelo y sonrió de forma siniestra. Y se fue.


FIN