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A los antepasados de Stevie, les era muy difícil balancearse entre las ramas de su hábitat y escapar así de sus depredadores. Pero a Stevie, el destino lo hizo poseedor de un pulgar capaz de flexionarse, otorgándole la habilidad de afilar piedras y construir armas, que le darían una excepcional ventaja por encima de los otros animales y de sus compañeros.

Por desgracia –o tal vez porque así tenía que ser–, también descubrió que, a través de aquellos primitivos utensilios bélicos, era capaz de intimidar, mandar y despojar a sus similares, conociendo los primeros vestigios de Poder y Propiedad privada.

Al principio, Stevie gozó de la abundancia y la privacidad, pero al poco tiempo reconoció la falta de compañia. A fin de cuentas, un mamífero de manada.

Aburrido de la soledad y sin nadie con quien compartir, Stevie fue a buscar a los integrantes de su estirpe e intentó acercárseles, pero éstos, al recordar cómo los ahuyentó con violencia y al verlo armado y vestido de pieles, sosteniendo sus lanzas que no dejaba jamás, se asustaron y huyeron lejos sin darle la oportunidad de hablar. Él gritó, agitó los brazos e hizo todo tipo de señas para llamarlos, pero nadie respondió. No quedó más que regresar a su territorio, donde los horizontes parecieron aún más largos de lo que eran, el silencio mucho más molesto, la comida no sabía tan bien como antes y sus pertenencias parecieron inútiles, en los tiempos que la temperatura de su cuerpo subió y se encontró completamente solo.

Así pasó el tiempo, hasta que un día notó cómo algunos miembros de su tribu lo espiaban, mirando con atención la carne que él guardaba bajo arena, cerca del mar. Al advertir aquello, Stevie no desperdició la oportunidad para presumir sus recursos y ofrecerles parte de su alimento; “los otros” dudaron en un inicio, pero al ver la insistencia de Stevie, aceptaron y ya en confianza compartieron sonriendo de vez en cuando entre cada mordida que daban al inesperado manjar. Cuando los nuevos conocidos de Stevie se encontraron satisfechos por la tensión que el estomago causa después de comer, recordaron que debían regresar con la manada, dejando a su benefactor sólo de nuevo, sin importar que éste suplicara –en un ruego mudo–: “No se vayan (por favor)”.

Después de lamentarse un rato, Stevie se enfureció y se hartó de su indefensión y de la imposibilidad de tener alguien con quien contar, cuando él quisiera. Buscó venganza y control sobre “los otros”. Expandió los limites de sus tierras, controló el paso a los ríos y lagos, e infundió temor con el propósito de obtener autoridad. Entonces, en caso de que alguien quisiera beneficiarse por los animales, plantas o agua que se encontrara dentro de su territorio, debería ofrecer algo que representara alguna clase de valor o beneficio para él. Así, Stevie se rodeó de objetos y lacayos que le permitían olvidar los tiempos de soledad y abandono.

Su imperio funcionó e incluso perduró durante largo tiempo, igual que sus planes de mantener cerca a otros que le agradaran, sin darse cuenta que, lo que en verdad querían de él, era protección y recursos.

La abundancia continuó arribando y la soberbia se volvió parte del existir cotidiano. El exceso de placeres, no le permitió notar la envidia y rencor que había despertado. Fue su primogénito, quien se organizó para derrocarlo y expropiarle concubinas, siervos, animales y comarcas, para después confrontarlo ante el resto de la tribu, que aprovechó la ocasión para golpearlo, arañarlo, lanzarle piedras y finalmente expulsarlo al exilio, viejo, herido y sin muchas fuerzas para recuperarse.

Stevie, al encontrarse en peor que nunca, intentó destruir con furia lo poco que le quedaba. Aventó, aplastó y trituró con coraje sus pertenencias, en especial las armas, y así hubiera continuado, de no haber percatado que la culpa no era de aquellos objetos. Alzó su extremidad derecha a la altura del rostro y distinguió al pulgar capaz de flexionarse, que le había otorgado habilidades por encima de los otros animales. Sin pensarlo, cogió una de sus lanzas y cortó el dedo de un sólo tajo. Gritó de dolor, pero no se detuvo. Se dispuso a continuar con el otro pulgar, pero la torpeza animal de su mano dañada se lo impidió.

No se dio por vencido. Intentó una y otra vez, hiriéndose el brazo, abriéndose llagas y pinchándose. Al poco rato se encontró envuelto en una masa de sangre. Se sentó experimentando un dolor interno, que iba más allá de las heridas. Gritó, rasgando su garganta, pero no encontraba alivio. Tuvo otro arranque de ira, pero ahora fue diferente. Con la mano menos lastimada, tomó un cuchillo que manchó con sangre y comenzó a transcribir imágenes. Entró en un trance en el que se perdió por horas, sin hacerle caso al hambre y al frío. Al terminar, la respiración ya no era agitada, el dolor no importaba y pudo pensar un poco mejor. Consideró vengarse de los que consideró malagradecidos o marcharse lejos, para buscar otros terrenos, otros amigos. Por más que meditó, siempre llegó a la misma decisión. Cogió la más afilada y larga de las dagas y la apuntó hacia el corazón. Al verse frente al exterminio, descubrió que podía prescindir de su existencia tal y como quisiera, teniendo en sus manos la opción de rendirse o prevalecer. Él, apretó con fuerza y la sangre escurrió.

Una mañana de expedición, “los otros” hallaron las imágenes junto al cadaver. Varios no entendieron lo que su antecesor intentó trasmitir y los que sí, no supieron qué hacer con aquello, así que se marcharon. Pasados ventiscas, nevadas y calores insoportables, no hubo más de qué lamentarse por el antiguo Cromañón. Stevie en el ámbito que no sucedió hasta que fuera otro, fue rescatado por alguien con una historia similar. Su hijo se llamó Sapiens.



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Texto agregado el 27-01-2007, y leído por 118 visitantes. (4 votos)


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