Hacía unos cuantos minutos que los primeros rayos del sol habían descendido sobre mis párpados adormecidos, cayeron las escamas del sueño y mis pupilas se asomaron al mundo descorriendo lentamente su cortina de carne. La luz me cegó y por unos segundos sólo ví alucinantes luces de colores, me dì vuelta y era ahora la parte obscura de la luna donde me encontraba.
Advertí la presencia de la ventana imaginaria en una de las esquinas de la habitación, como un animal al acecho esperaba semioculta en la penumbra del amanecer. Fingí seguir dormido, fiel a un ritual que se había vuelto costumbre; sentí claramente su desplazamiento mudo hacia el techo, colocándose precisamente arriba de mí. Su mirada fría e inexpresiva y su aliento invernal me envolvieron de súbito. Me incorporé rápidamente hasta quedar sentado sobre la cama, de cara a la ventana verdadera, aquella por la cual habían pasado los primeros rayos solares que me habían despertado en un principio y que en aquellos instantes era quizá la única realidad comprobable de mi habitación.
Y ahí estábamos los dos, conscientes el uno de la existencia del otro, sonreí pensando en la estupidez de aquel ente imaginario que jamás alcanzaría su objetivo de alcanzar la ventana real y fundirse con ella. La ventana se había quedado quieta y sonreía a medias, decepcionada.
Me levanté con la mirada fija en la ventana real, desplacé el vidrio y el espíritu del viento entró entonces acariciando furtivamente todo a su paso, una bocanada de aire fresco penetró en mis pulmones y sentí mi corazón latir con fuerza. La ventana imaginaria gemía de placer, sin duda, me envidiaba.
Ahora estaba yo asomado al mundo, los ruidos, colores y olores de una ciudad que despierta a la vida parecían querer envolverme, mi mente se proyectaba sobre aquella realidad que empezaba en mi ventana, era yo nube, semáforo, edificio, sol, calle, gente, todo al mismo tiempo.
De repente volví a sentir la presencia de la ventana irreal, de aquella pesadilla, sentí cómo se movía; me dí vuelta a tiempo de ver cómo se terminaba de colocar arriba de mi cabecera, enfrente de mí y de la anhelada realidad. La encaré con la seguridad que me daban experiencias anteriores, nunca llegaría, jamás lo lograría, estaba condenada a vivir perdida, vagando eternamente por mi habitación, era un ser inservible, ella y yo, yo contra ella, ella contra mí ¿por qué? No lo sabía, pero ahí estábamos los dos midiendo nuestras fuerzas en solitario torneo. Me sentí presa de un extraño frenesí y rompí a reír sin control, casi histéricamente, emulándome, la ventana irreal también comenzó a reír con una risa gigantesca y despiadada, de repente los dos éramos una misma risa, eso me desconcertó, -¿qué pretendía?.
En un momento que jamás podré olvidar, ví que el espacio que nos separaba se reducía ya que la pared donde ella se encontraba se desplazaba hacia mi amenazando con aplastarme; ahora la única risa que se escuchaba era la de ella. Yo no tenía escapatoria....lo único que podía hacer era tirarme por la ventana real, lo prefería a caer en el vacío de las fauces de la ventana imaginaria, donde quién sabe que locuras me atormentarían. La habitación se hacía pequeña rápidamente, dí un rápido vistazo a lo poco que quedaba de ella y lo último que ví fue mi rostro reflejado en la ventana maldita, mi propio rostro incrédulo así como también el rostro de la ventana
falsa, un rostro terrible que sin embargo –y fue de lo último que pude percatarme- , se parecía un poco a mí. Con un horrible grito que áun resuena en mi cabeza, me aventé a la calle donde no morí no se porque razón.
Desde que salí del hospital vengo a este sitio, situado precisamente bajo el edificio que albergaba mi departamento, y con la mirada fija en la ventana real, imagino lo que ahora es la habitación de mi ventana imaginaria.
TIGRILLA
(uno de mis primeros relatos locos)
|