El mel mira,
con los dientes apretados,
guarda dignamente en su memoria,
la herida estéril coronada de culpas
que se trepa por mis piernas
y hacen una orgia precipitada,
transformando mi vestido
de flores sutiles,
en una sombra roja
poblada de demonios,
que sostienen mi corazón
lleno de astillas.
Debajo de las nubes,
mi vientre de piedra
me advirtio del rayo;
quise salvarme,
me estire la piel
deslizándome inevitablemente
al precipicio del olvido,
pero la sangre,
celebra los gestos apagados
de una realidad sin rostro.

¿Qué forma corporal
deberia tomar el lenguaje?

Las vocales no alcanzan
y las consonantes no sostienen
el equilibrio caprichoso
que presciente la ausencia.
En la quietud atrapada
que susurra estrofas inutiles,
la hemorragia de los párpados
se arrastra sigilosamente
y cierra la puerta.
El me mira
detrás del amanecer...