En la claridad del día, en la oscuridad de la noche, desde siempre, en el recuerdo o en el presente, su silueta surge, erguida, inmóvil, pasiva, dócil; como esperando cubrirse para luego volver a vaciarse.
Me quedo mirándola, como esperando que algún día esa rebeldía oculta estalle y me grite a la cara, no más; pero cada vez que vuelvo a confiarle todo aquello que no tiene un lugar, hasta que decida darle un destino; callada lo recibe.
En su territorio, como una centinela, ella custodia lo nuevo, lo viejo, lo limpio, lo usado, de la misma manera, sin distinción como si todos tuviesen el mismo derecho y ella igual obligación de cuidarlos.
Poco a poco, sin que se dé cuenta la voy desvistiendo hasta quedar desnuda y parece que me mirara complaciente, como si esbozara una sonrisa.
Su sugestiva desnudez me incita a abrigarla, entonces reincido en encomendarle su otra misión, la que le atribuí, sin su permiso ni consentimiento, de recolectar todo aquello en desuso.
Agobiada por el peso, como no pudiendo sostener ni sostenerse, va dejando caer lo que ya no puede cobijar, lo cual me obliga a aliviarla de su carga.
Así sin nada, despojada de todo lo que no le pertenece, dispuesta a cumplir su rol, no la reconozco.
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