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"Conocer a un hombre y saber lo que tiene en la cabeza son asuntos distintos." - Ernest Hemingway


¿Dónde estoy? ¿Dónde me encuentro? ¿Qué hago aquí? No siento nada, camino.

Las sombras estaban juguetonas esa noche, se movían al ritmo de la escala del bajo. Esa clásica subida y bajada de jazz. Sentía el calor del club, ese olor de trago mezclado con sudor y humo de cigarro. Para mantener la noción prendí un cigarro, estaba solo en una mesa para dos. Me habían dejado plantado, esperaba con una tosca desesperanza que llegaría, y así se me fueron las horas. La cara me empezaba a pesar, el trago se estaba haciendo denso y los pensamientos largos. Ya ni recordaba a quien esperaba, si era hombre o mujer, vago o profesional, citadino o campesino. Lo único que sabia, era que tenía que entregarle algo.

El aburrimiento y la pérdida de fe en mi visitante, se unieron, así que me paré y me fui del antro, quería aire fresco. Extrañamente la ciudad estaba iluminada y melancólica, pero llena de gente, sin embargo no veía nada, ninguna tenía cara, pero a ese punto con la borrachera nada me importaba demasiado. Caminaba a pasos largos, pensaba acerca de lo que tenía que hacer, seguramente era inútil, así como todo en mi vida, el pensamiento romántico y moderno que antes había, en mí ya no existía. “¿Ubi sunt qui ante nos in mundo fuere?” ¿Qué fue de todo eso? Siempre me hacia la misma pregunta. La respuesta todavía no la tengo y la verdad, ya me está empezando a dar lo mismo sí la encuentro o no...

Luego de mis meditaciones, habituales en cualquier borracho con una mediana cantidad de angustia, seguí caminando. El camino se me hacía eterno, y ahora todas las calles me desembocaban en la misma avenida. “Avenida 25 de Octubre” Ahí me encontraba, una y otra vez. Raramente, no recuerdo nunca antes haber estado ahí. Seguramente, sin los lentes y con un par de copas más, veo 25 de Octubre, en vez de 11 de Septiembre. Sin ningún otro remedio, me senté en el asfalto. De puro ocioso me puse a contar las piedras del asfalto, asombrosamente llegue a contar quinientas, o eso creo. Me sentí atrapado por la angustia y el desacierto, quería llegar rápido a mi casa y acostarme, mentalizarme para la resaca. Holgué un poco la corbata, para respirar mejor, el aire se estaba tornando denso. Alcé la cabeza y de casualidad me vi en un espejo, tenía los ojos vidriosos, un aire demacrado, una barba mal cortada y el pelo desordenado. Nadie me ve, por ende a nadie le importa. Como siempre, me justificaba con indiferencia. Pasado un tiempo, mientras me entretenía haciendo caras en el vidrio, alguien se me acerco. “Toma aquí esta lo que necesitas” me dijo. Lo mire con extrañeza, no pude verle bien su cara. Me entrego una llave. La veo extrañado, era azul claro, como un hermoso día primaveral. Acordarme de la primavera, me hizo preguntar que día era. Saque funcionalmente el reloj y los cigarros del bolsillo. Prendí el cigarro y vi la fecha. El reloj no tenía manillas y el día marcaba un infinito. “Genial puedo estafar a un idiota con esto...”.

El sol empezaba a salir, era un nuevo día. Me puse el terno de siempre, ni me digne a mirarme al espejo. Tome el primer microbús con camino al trabajo. Ayer había visto Drácula. Me puse a pensar, nosotros somos igual que los vampiros en realidad, seres que ya no tienen nada, somos muertos en vida, nos aferramos a la nada, la banalidad, vivimos para trabajar, nuestra sangre es el dinero, nuestra lujuria los impuestos. Nos imponemos a nuestro amo y señor, el Conde de turno, y ahí vivimos, tan bravos como para criticar y tan miedosos para nunca renunciar. Seguramente si Bram Stocker hubiera nacido en nuestros días, su romance sería con trabajadores y jefes de la bolsa, jugando con acciones eternas. En fin, ya que mis reflexiones internas y divagaciones “pop” no cambiarán el mundo, me baje del auto bus y patee la primera piedra que vi. La calle parecía tapizada con personas “Nihil novum sub sole” pensé. Me detuve un momento ¿Por qué pienso en latín? ¿No sería mejor y menos “intelectualoide” decir nada nuevo bajo el sol? ¿Acaso soy mejor por hacerlo? Simplemente soy un miserable y necesito una excusa para no sentirme así.

Llegue a la oficina, marque la tarjeta y me dirigí a mi cubículo. “Obtienes un trabajo, te vuelves el trabajo” me decía a mis adentros. Prendí el computador, vi la sarta de papeles que mi amable jefe dejó. Pero había una extraña sorpresa. Una pistola y una nota estaban en mi mesón. Tome la nota y me dispuse a leerla. “Te espere hasta al aburrimiento ayer, ahora tienes que terminar el trabajo tu solo. Únicamente tu puedes tomar la decisión. Tienes sólo un disparo para la gloria o para el fracaso.” ¿Quién escribió eso? Seguramente un ocioso muy preocupado de mi vida. Mire otra vez la nota para ver alguna firma. Sólo encontré la fecha en que fue escrita “25 de Octubre”. Era bastante extraño, hoy es 7 de Noviembre, al parecer aparte de ocioso estaba loco el tipo este. No pude pasar por alto revisar la pistola, era un revolver. Un mágnum, tal cual en las películas de John Wayne, solamente me faltaban los Marlboro y sería un vaquero texano. Desarme el revolver, estaba en perfecto estado, tenía tres balas, dos de salva y una de verdad, puestas de manera arbitraria. Las saque y como buen niño reprimido que creo que soy, me puse a jugar a girar la pistolita. De creerme vaquero, pase a creerme Robert De Niro en Taxi Driver. “Are you talking to me?” Pensando que tenía un espejo enfrente. Esta mente televisiva que tengo, mientras nadie me viera todo bien. Guardé el artefacto y me dispuse a hacer las cosas por las que me pagan. Así estuve todo el día, entre computador, café, cigarros de entretiempo y una que otra charla con compañeros de cubículos. Mi compañero de cubículo favorito, Carlos, me invitó por unas birras. Como negarme. Vamos enseguida le respondí, fuimos al paradero, estuvimos ahí un buen rato, charlamos, en realidad él habló, sobre su familia, yo simplemente escuchaba. Me pregunto si yo tenía familia. “No, vivo sólo. Soy demasiado egoísta como para compartirme con alguien” dije. Se río de mi respuesta, le pareció particular al parecer. Pasado un buen rato, nos callamos hábilmente y miramos a la calle. “El bus no va a llegar parece...” dijo Carlos riéndose. “A pie no más habrá que hacerla” respondí. Así nos dirigimos al “Perseguidor” tal como el cuento de Cortázar. Sólo que ahí se tomaba y se escucha jazz, no se debatía ninguna clase de arte, ni nada por el estilo. Después de unas cuantos jarrones, la lengua se empezó a soltar. “Nuestro jefe es un desgraciado” “Vaya trasero que tiene la del cubículo 48” “ El del cubículo 3 es gay, te lo aseguro” y una sarta de comentarios irreverentes salieron al aire, como era debido, la verdad. Así estuvimos hasta el otro día, paramos el pelambre al pedir la cuenta. El mesero se acercó “¿Espera a alguien señor?” “Sí, pero parece que me dejaron plantado” le respondí. Vi la fecha, era 8 de Noviembre, el día en que celebran la gran revolución de Octubre. Hoy estaba dispuesto a hacer mi propia revolución, pero interna. Este deseo bolchevique me duró alrededor de cinco minutos, al ver que todavía no me venían a dejar lo que esperaba, me fui. Ni siquiera, la pistola y la amenaza, me ayudaron... en fin. Para la otra firmaré el papel.

Texto agregado el 09-01-2007, y leído por 465 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
14-02-2007 Muy interesante... naiviv
25-01-2007 Buen relato, entretenido, bien narrado, llevas intensamente al lector hasta el final sin ningun tipo de desgano, además de que enuncias varios juicios en el texto que son bastante ciertos, aunque nada nuevos , pero que de todas maneras nunca dejan de ser atractivos el echar mano a ellos , sobre todo si forman parte de una historia tan buena, como esta 5* Athelstane
19-01-2007 siceramente te dire es un buen escrito me gusto5* neison
18-01-2007 Te dejare mis estrells pues. las mereces. dalecaspa
15-01-2007 Ya lo habia leido pero teniaas otro nick. Que paso? dalecaspa
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