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El Gran Circo Norteamericano levantó su enorme carpa verde y blanca muy cerca de la Ciudad.

¡Gran Circo! Basta con mirar los animales traídos de todo el mundo, los muchos payasos, equilibristas, contorsionistas, malabaristas, motociclistas, ilusionistas, trapecistas y otros artistas, para darse cuenta que, en verdad, es un Gran Circo. Pero no me explico por qué lo llaman Norteamericano. Ningún payaso, domador, equilibrista, contorsionista, malabarista u otro artista habla inglés y, según pude saber, la mayoría de la gente del circo nació por estos lugares. Hubiese sido más propio llamarlo Gran Circo Ciudadano o Gran Circo de Aquí o qué se yo.

De todos modos, no es sobre el nombre del circo que les quería contar, sino acerca de un pequeño cachorro de león que nació un tiempo atrás.

Una noche de mucho frío, la leona Conga parió tres cachorritos. Los dos primeros en nacer murieron congelados, pobrecitos; eran tan pequeños y débiles que no resistieron la tremenda helada del amanecer. El tercero, por ser más fuerte, pudo aguantar hasta media mañana en que el cuidador trajo una manta para abrigarlo.

Conga estaba feliz con su hijo. Lengüetada va y lengüetazo viene lo peinó, bien peinadito. Quería que estuviese precioso para cuando viniesen a verlo Metro, el papá león, y todos los animales y gentes del circo.

Metro llegó primero. Frunció su enorme bocaza para darle un besito a Conga, meneó su hermosa melena negra y dijo impaciente y zalamero, ¿dónde está el querubín? La leona levantó la manta y dejó ver al cachorro.

¡Este no es mi hijo!, rugió el león enfurecido.

Los curiosos, que venían acercándose poco a poco, se amontonaron de golpe alrededor de la jaula. Todos querían ver que pasaba allí adentro. El elefante alcanzó a meter su trompa entre los barrotes, el chimpancé se montó en las jorobas del camello, las cebras se quejaban porque el oso polar les impedía acomodarse, los perros futbolistas ladraban, los caballos, el mago, los payasos, las contorsionistas, la gallina de los huevos de oro, todos, pero todos, querían ver, saber que ocurría.

¿Qué pasa? ¿ Qué pasa?, preguntaban unos a otros. ¡No se, no escuché bien, no veo nada!, se respondían haciendo un barullo infernal.

Conga, aturdida, cogió entre sus patas al cachorro y se puso a llorar.

¡Ese no es mi hijo!, volvió a rugir Metro y los curiosos enmudecieron como por arte de magia. ¡Dónde se ha visto un león de color blanco!

¡¿Un cachorro blanco de león?! repitieron a coro los curiosos. ¡Déjenme verlo!, gritó el trapecista, colgado de una rama del árbol. ¡Yo también quiero verlo!, relinchó el caballo alazán. ¡Yo y Yo y Yo! todos querían ver. Un montón de ojos verde, negros, amarillos, grandes, medianos, chicos, saltones, miraron al cachorro. El leoncito era blanco, blanco como la leche.

¡Tiene razón Don Metro!, habló el funambulista, un león no puede ser blanco. Ese no es un cachorro de león sino un gato.

¡Claro!, chilló la cebra. Es un gato pícaro y mimoso que se hace pasar por cachorro de león para estar calentito junto a Doña Conga.

¡Sí, sí, sí !, repitieron los curiosos. Es un gato blanco pícaro friolento y mimoso.

Voy a sacarlo de la jaula, rugió Metro.

¡Vamos a sacarlo de la jaula!, gritaron los demás en una batahola terrible.

Conga apretó al cachorrito entre sus patas y lloraba de tal modo que Metro
no se animó a quitarle a su hijo de un zarpazo. El leoncito, asustado, cerró los ojos y se acurrucó muy pegado a su madre. El llanto de Conga lo apenaba, mientras los rugidos de Metro y el barullo de los curiosos le causaban pavor, pero todo sin saber por qué. Era tan pequeño que no podía comprender.

Metro y los demás trataron de convencer a la leona para que echara de la jaula al gato blanco, pero ella se empacó. ¡No señores, no es un gato blanco, es mi cachorro de león !

Popof, el payaso, hizo dos piruetas sobre el lomo de un elefante para llamar la atención y propuso: ¡Haremos venir al viejo y sabio león Tongo. Él dirá
si es un gato o un cachorro de león !

¡Sí, sí, sí!, aprobaron todos. ¡Que venga Tongo, que venga !

Al rato apareció un enorme león africano de larga melena amarillenta y brillante dentadura postiza. Caminaba lentamente, apoyado en un grueso bastón de marfil, mientras conversaba en voz baja con el Director del circo. Seguramente vendría contándole sus aventuras, años atrás, cuando trabajaba en las películas de Trazan.

Los animales y artistas abrieron paso al viejo león y al Director. Tongo es un león muy respetado. Ha recorrido el mundo entero y en cuestiones leonísticas nadie sabe más que él. Entró en la jaula, se puso muy serio y dijo con aires de gran doctor: Humm, a ver, a ver. Efectivamente, este no es un cachorro de león.

Un murmullo corrió entre las miradas burlonas de los curiosos. El chimpancé que es muy zafado, no pudo aguantarse y chilló: Claro Don Tongo, cómo va a ser un leoncito si usted está mirando al oso hormiguero.

¡Ja, ja, ja !, rieron los curiosos.

Ejem, ejem, había olvidado mis gafas, se disculpó el anciano león muy avergonzado. Alguien del montón le pasó unas gafas y, entonces, pudo ver al pequeño acurrucado entre las patas de su mamá.

Humm, a ver, a ver. Efectivamente. Tiene boca de león, orejas de león, cola de león, patas de león, uñas de león, ojos de león, pero no tiene color de león. Jamás, en mi larga vida, he visto un león blanco, por lo tanto declaro que no es un león. Debe ser un gato pícaro, friolento y mimoso como dicen por ahí. Estoy seguro que si le pedimos que hable dirá “miau, miau”, en vez de rugir como león.

¡Claro, claro!, alborotaron todos con gran estruendo. Es un gato pícaro, saquémoslo a patadas de la jaula. El viejo y sabio Tongo dijo que es un gato.

Conga vio que, entre todos, le quitarían a su hijo. En su desesperación apretó tanto al cachorro contra su cuerpo, que el pequeño lanzó un grito de dolor. ¡ Oh, sorpresa!, el cachorro no dijo “Miau”, como los gatos, sino
“GGGGRRRAAAUUU” cual un verdadero leoncito.

El chimpancé, la jirafa, elefantes, camellos, monos, cebras, payasos, equilibristas, contorsionistas, malabaristas, ilusionistas y otros artistas quedaron paralizados de asombro. Todos miraron al viejo y sabio Tongo. El Director le preguntó: ¿Escuchó ese rugido Don Tongo? Un gato no puede rugir de esa forma. ¿Entonces ?

Humm, a ver, a ver. Tiene cara de león, ojos de león, patas de león, cola de león, uñas de león, orejas de león, tiene el pelo blanco y ruge como león.
Humm, a ver, a ver. Nunca en mi larga vida he visto un león blanco, pero este pequeño bien puede ser un cachorro blanco de león. Un león albino.

¡Un león albino, un león albino!, alborotaron los animales, los artistas y, también, los periodistas.

Al día siguiente, los periódicos pusieron una foto en colores del leoncito blanco. ¡Único en el mundo!, rezaba el cartelito en letras mayúsculas de imprenta.

Ahora se forman largas colas de gente que se pelea por entrar al “Gran Circo Norteamericano” para ver el curioso cachorro blanco de león. Albino, le llaman, y él sonríe contento, aunque todavía no comprenda, muy bien, por qué.



Texto agregado el 11-02-2004, y leído por 1957 visitantes. (0 votos)


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