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La timidez no la dejó ni hablar. Es más, había perdido esa facultad en el momento en que entró a la ciudad; era la primera vez que miraba un lugar como ese. En medio de tantos carros y edificios, abrió los ojos y la boca en una sincronía de asombro. Se concentró fuera de sí para no perder detalle de todo aquello.

Al fin, llegó donde el médico. Por nada del mundo soltaba la mano de su padre y memos en aquel momento. Se sintió tan pequeña, que se negó el derecho a caminar por ahí de forma independiente.

Miraba a su padre y miraba a una enfermera, luego a su padre y otra vez a la enfermera. Vio a su progenitor menos dominante que en campo. Con un poco más de conciencia, habría creído que actuaba con timidez y hasta con vergüenza.

“Esperen ahí”, dijo la enfermera, “ya los vamos a llamar”. Siguió a su papá hasta unas sillas anaranjadas y duras. Se sentaron.

Había un televisor, muchas personas esperando y una gran vitrina con lentes. Al principio, observó todo con asombro. Pero cuando una de sus miradas se encontraba con la de alguien más, salía del letargo y sus ojos buscaban un punto en el suelo adónde retraerse mientras intentaba que sus manos pararan de sudar.

Por fin, los llamaron. Con paso humilde, su padre la encaminó hacia una puerta cerrada. La abrieron y un hombre maduro de bata blanca les sonrió con gravedad. Los invitó a sentarse y, en silenció se posaron en un sillón en actitud de obedecer una orden.

El doctor le preguntó a la niña que qué sentía en los ojos. Ella no supo contestar, los nervios la estaban matando, apenas y pudo suspirar. El padre, entonces, se decidió a contestar: “a veces le pican los ojos y hasta pierde la visión”.

La mirada del galeno se clavó de inmediato en la de la niña. Era demasiado, no lo podía soportar. Trató de esquivarlo con un movimiento de impaciencia, pero el doctor se levantó y le tomó la cara. Su cuerpo entero se estremeció. Le alumbró las pupilas con una lámpara por cinco segundos… Un poco más, y habría llorado de la desesperación.

“¿Te pica?”, preguntó el hombre. Ella se limitó a mover la cabeza en son de asentimiento. Luego vinieron más preguntas… La timidez no la dejó ni hablar

Le puso varios aparatos en la cara y en los ojos y, por fin, hubo un diagnóstico: “esta niña es alérgica al polvo”. Desde este momento el doctor se dirigió al padre ara indicarle los medicamentos que debían administrarle, así como las medidas de higiene a seguir.

Mientras la conversación fue de los mayores, la niña sintió gran alivio. Permaneció quieta y callada, casi rogando que se acabara aquella entrevista. “Muchas gracias doctor”, dijo su padre. Otra vez se aferró a la mano que la conducía y se encaminaron hacia la puerta cerrada.

Otra vez, la enfermera conversó con el papá: “son $25 de la consulta”. Con un tanto de resignación, el hombre entregó la suma. Este apego a los billetes no se le podía llamar codicia; era justo lo que tenía para tratar la enfermedad de su hija. Se la pasó un año juntando tal cantidad y, ahora, la depositaba en no más que un diagnóstico.

“Vámonos”, le dijo a la niña. No pudieron comprar las medicinas. A penas tenían para regresar al campo. El camino de vuelta fue tanto tan excitante como el de llegada. La diferencia era que, esta vez, se pasó de lo asombroso, a lo conocido, Ella llevaba la misma alegría en los ojos, pero nuevos recuerdos en su mirada. Ya no sentía asombro, pero se juzgó sana en aquel lugar sin carros, sin edificios y con más polvo del que podía soportar su organismo.

Texto agregado el 02-01-2007, y leído por 120 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
13-01-2007 Creo gnomito que tu cuento no trata de dar una imagen de la pobreza, sino mas bien de las viviencias de la niña... breve pero con sustancia.. besos rub sendero
02-01-2007 La vida del pobre muchas veces es así, si pagas doctor, no te alcanza para remedios, da bronca, pero es así, las obras sociales-él que las tiene- no siempre cumplen.***** tequendama
02-01-2007 Más que triste...!Penoso! La resignación de los personajes, da un poco de bronca. castillo77
02-01-2007 Muy bonito, Y a la vez muy triste. ¡Triste y frecuente realidad que está más allá de un cuento!. IGnus
 
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