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Inicio / Cuenteros Locales / albertoccarles / Charla informal con el nuevo director

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Sentados escritorio de por medio, el director había solicitado café a la secretaria y se disponía a encender un cigarrillo. Él se arrellanó en su silla, contemplando los ademanes y gestos del nuevo jefe, que terminó echando una nube de humo azul al aire diáfano, que hasta ese momento se había podido respirar con deleite gracias a la primavera temprana. El tufillo irritante lo hizo toser varias veces, y el director, sin apagar el cigarrillo, preguntó:
-¿Le molesta si fumo? Porque, si es así, ya mismo lo...
-No, no hay problema...- y se acercó a la ventana, buscando un poco de aire libre. Minutos antes, él acababa de completar las epicrisis de una multitud de historias clínicas, entregándolas luego al secretario de la Sala antes de bajar los dos pisos hasta las oficinas de la Dirección del Hospital. No era aún el mediodía, por lo que siguió de largo frente al quiosco de diarios. Luego compraría su ejemplar, ya que nunca lo hacía antes de las doce. Saboreaba el café, muy rico por cierto, cuando escuchó:
-¿Cómo anda, doctor? Quería hablar con usted, ¿sabe?, porque usted es todo un...
-No siga, doctor- respondió atajándose. Terminó el café, apoyó la taza en el platito y luego volvió a recostarse en el respaldo de la silla-. Usted es nuevo aquí, en cambio yo soy casi un dinosaurio dentro de la fauna local.- El director sonrió. Volvió a echar humo por la boca mientras él completaba;- Usted empieza, y yo ya estoy terminando mi ciclo.
-No, no diga eso. Yo valoro en extremo a la experiencia. Usted tiene todavía mucho por hacer aquí, por la Institución.
-¿Le parece?- Un cierto escepticismo se había apoderado de su ánimo, y deseaba terminar la entrevista cuanto antes.
-Claro que sí. No sería lógico que el Hospital perdiese de golpe a personas como usted, con la experiencia y la trayectoria de tantos años... Pero, no era de eso que quería hablarle-. Se inclinó sobre el escritorio apoyando los codos en el vidrio, los puños unidos debajo del mentón, la boca cerrada con energía, y el ceño ligeramente fruncido.
-Usted dirá, doctor-. Ahora sí, se la veía venir y preparó la respuesta rápida.
-Mire, yo encuentro que los colegas de mayor antigüedad y prestigio en el Hospital deben contar con el justo y necesario reconocimiento. Pero éste no presupone una prerrogativa que los exima de cumplir con las tareas básicas o estimulando ejemplos poco, digamos, ortodoxos...
-No le entiendo, doctor- disparó sin esperar la ampliación del párrafo, que parecía bastante elaborado- ¿Por qué no va al grano y me dice directamente lo que quiere decir?
-Está bien. La situación del cumplimiento del horario de los profesionales ha llegado a extremos inaceptables. Creo que ha llegado la hora de ponerle el cascabel al gato, animarse, y apretar las clavijas de una buena vez...
-¿Y por qué se dirige precisamente a mí con ese tema? –Y casi incorporándose en la silla-: Haga lo que tenga que hacer, doctor...
-Bueno, sí, ya lo sé. Pero me interesaba particularmente su opinión al respecto. Si usted no se opone a esta medida, ¿quién se atrevería a hacerlo?
-Cualquier otro, doctor. Yo no soy representativo de nadie; a duras penas sólo de mí mismo. Creo que este tema lo debería tratar de una manera más general, con todos los profesionales.
-Pero...¿usted qué piensa de esto?
-Personalmente, me reservo la opinión, doctor. No quisiera opinar y que luego...
-Pero, por favor, doctor. Le aseguro mi absoluta reserva. Nada de lo que hablemos aquí trascenderá de este ámbito. Absoluta discreción, doctor.
-Mire que, tradicionalmente, estas paredes nunca han sabido guardar ningún secreto...
Ambos sonrieron, ya más distendidos, y el director apeló al teléfono interno para solicitar otra vuelta de café.
-Suponiendo que lo que usted dice fuera así- comenzó él- en primer lugar le diría que esa decisión invariablemente fue, es y será atinada, siempre y cuando...
La secretaria depositó las tacitas humeando sobre el escritorio. Lo miró de reojo, preocupada por la presión que había olido en el ambiente al entrar. Él se volvió y le sonrió al agradecerle el café.
-...siempre y cuando, ¿qué?, doctor.
-Siempre y cuando se tenga autoridad moral con los antecedentes adecuados para aplicarla y exigir su cumplimiento.
-¿Usted duda de que la tenga, doctor?
-No se confunda, no estoy personalizando. Y se debería tener muy en cuenta los efectos colaterales que puede traer esa medida tomada sin tapujos, a ultranza. Sobre todo si lo que se quiere es mejorar la atención en los Servicios, y lograr una alta calidad en la atención médica, lo que lleva implícito, el compromiso de los profesionales en las políticas básicas establecidas para el Hospital por sus autoridades...
-Y yo sencillamente pido que todos los profesionales cumplan con su horario establecido en la declaración jurada; que concurran regularmente a su lugar de trabajo y hagan lo que deban hacer en el tiempo estipulado para ello. Que se sientan obligados hacia la Institución, y no que se crean que le hacen un favor al Hospital puramente concurriendo. Así de simple, doctor.
-Sí, dicho así, suena muy simple, muy llano, muy fácil de cumplir y muy difícil de objetar, pero...
-Pero ¿qué, doctor?
-Que no es ni tan simple, ni tan fácil de cumplir, ni tan difícil de objetar...
-¿Por...?
-Porque la realidad de un Hospital es compleja, y tiene tantos matices como múltiples aristas muchas veces contradictorios entre sí, que al pretender unificarlos, pueden surgir situaciones conflictivas que hagan que sea peor el remedio que la enfermedad. Por ejemplo: Un médico puede concurrir ocho horas al Hospital y no hacer casi nada, y otro puede concurrir tres horas y hacer su trabajo y el de otros dos más. Se pueden atender adecuadamente diez, quince o veinte pacientes en un consultorio, indicándoles el medicamento o la práctica necesaria, o se les puede sacar de encima rápidamente pidiendo una enormidad de estudios o derivándolos al especialista innecesariamente. Un profesional puede faltar por licencia por enfermedad personal o familiar, muchas, demasiadas veces en el año. O puede concurrir a trabajar, incluso sintiéndose enfermo... Todo depende del compromiso que haya adquirido con su trabajo, con su grupo, con la Institución. Mire, hay algunos que con uno o dos diagnósticos acertados se ganaron el día, aunque para ello no hayan utilizado más de veinte minutos de su declaración jurada... Y usted sabe lo que significa una orientación acertada en un paciente difícil...Lo que puede costarle al Hospital una orientación desacertada o inoportuna, nada más que en estudios complementarios o de alta complejidad, cuando no en juicios por mala praxis. Creo que la medida debería ser meditada cuidadosamente y luego suficientemente explicada y finalmente consensuada, para evitar la sensación de una “declaración de guerra”, con el “sálvese quien pueda” consiguiente, y la alteración inevitable del ánimo general en desmedro del compromiso básico con los pacientes, con el grupo de trabajo, con la Institución en sí...
-Mire, doctor, su argumentación es válida si nos atenemos al cómo. Pero el porqué está primero, y mis objetivos son muy claros: Mejorar la atención de la creciente demanda de los pacientes hospitalarios, racionalizar los recursos estableciendo rigurosas prioridades, trabajar en una red de complejidad centrípeta, con este Hospital como referencia, donde todas las acciones de atención primaria de los Centros Periféricos u Hospitales de menor complejidad encuentren el apoyo necesario en tiempo y forma...Y para ello quiero ampliar los horarios de atención en los consultorios abarrotados y con largas demoras en los turnos, así como en el laboratorio, rayos, ecografía, etcétera.
-Y para ello necesita más horas profesionales, sin ampliar la planta, por supuesto, ya que en los papeles...
- He estudiado la provisión de horas profesionales del Hospital, y no es necesario solicitar su ampliación, doctor; las horas profesionales existentes son más que suficientes para lograr los fines que me propongo, que no son otros que mejorar la atención de la población...
-Bueno, entonces sólo me resta desearle suerte- y se inclinó hacia adelante con una mano estirada en señal de despedida. Cuando apoyaba la mano en el picaporte, oyó a su jefe que más allá de sus espaldas establecía:
-A propósito, doctor, le aviso que desde hoy la entrada y la salida quedarán registradas con firma y hora. Las empleadas de personal, hasta tanto se elaboren las tarjetas personales para fichar en el reloj, se ocuparán de anotar la hora de llegada y de salida. Y voy a ser riguroso al respecto...
Se volvió, con la mano en el picaporte, hizo varios movimientos afirmativos con la cabeza con la boca apretada, casi fruncida, como diciendo: "Ajá, qué bien... y ¿para qué carajos me estás diciendo precisamente a mí esto?" Luego pensó: “¿Y para qué carajos me quedé aquí tanto rato, dándote mi propia teoría, si finalmente terminás anunciando lo que ya sabía que dirías, y que hubieras debido notificárselo a todos antes de implementarlo?” Abrió la puerta y la cerró sin volverse. Sonrió a las secretarias y se despidió hasta... “No sé, me parece que no me siento bien, así que la semana que viene sería bueno hacer reposo... me siento medio engripado”, y sonreía para sí mismo mientras caminaba por el pasillo rumbo a la Sala de internación. Compró el diario, y en el ascensor se encontró con un residente que regresaba con un paciente de rayos. No pudo con su genio y le solicitó las placas: Contra la luz de la ventana de la entrada las observó y sugirió:
-Parece que va bien con el tratamiento. No hay que rotar los antibióticos, aunque siga con algo de fiebre. Están mejor que las primeras. Pero habría que preguntarle a los cirujanos si todavía no les parece oportuno el drenaje, ¿no?- E inclinaba las imágenes de las radiografías de tórax, que mostraban una neumonía con derrame plural, como pretendiendo hacer variar el nivel del líquido con esa maniobra, tal si fuera una botella con agua. El residente sonrió, pues ya le conocía la broma, y se perdió en la Sala detrás del paciente.
Cuando firmó la salida en la oficina de personal, una empleada se le acercó con roja lapicera en la mano, decidida a implementar la nueva orden de la Dirección. Pero antes de que lo hiciera, él le tomó con suavidad la mano y desprendió con delicadeza la lapicera de entre sus dedos, para anotar luego la hora con grandes números. Ella le sonrió y él le hizo un breve gesto con los labios, como besando en el aire, para luego saludar al resto con una mano, deseándoles a todos un buen fin de semana.





Texto agregado el 06-02-2004, y leído por 400 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
25-03-2004 Doctor (y ex-correligionario), un gusto encontrarlo aquí. Me está sorprendiendo con sus cuentos. ameliarena
06-02-2004 La carrera docente hospitalaria, las cuarenta y ocho horas semanales, políticas públicas en salud, racionalización de la medicina pública, conflictos éticos del profesional de la salud, ¿paciente o historia clínica?, cansancio enorme por el gatopardismo, ufffff, todo eso y mucho más en 1700 palabras con factura de cuento, al que debería haberle agregado estimado, cualquier parecido es mera coincidencia. ¡Como me gustó este trabajo, y no sólo por lo literario! Me daba vueltas algún Ministro de salud de la Provincia de Buenos Aires de hace mucho tiempo...Gracias por compartirlo hache
06-02-2004 Muy bueno. se lee con gran facilidad, deveras me gusto... vato
 
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