SACRIFICIO
Cromascape1963

Caminó por la vereda, mirando una y otra vez hacia la puerta.
Ya había golpeado. Nadie respondía.
Su cabeza era un puzzle. Sí, así le decía su hijita Noelia, que hablaba perfecto inglés. Si supiera. De dónde salía su “puzzle”.
Un auto giró en la esquina. Sí. Era ella. Definitivamente.
Cuando se abrió el portón automático, salió corriendo y se metió delante del auto. La mujer lo miró indiferente: “Corréte, Cacho, por favor” le dijo con desgano, desde el auto.
Lo entró al garage mirándolo despectiva: “¿qué querés ahora?” inquirió. “Necesito más plata, Nélida” le dijo, un tanto desconcertado. “Y ahora, ¿qué?” preguntó la mujer, bajando del auto.
Cacho se restregaba las manos húmedas, había leído en una revista que encontró en la casa de su hermana, que habían encontrado una cura para esa sudoración que lo afectaba, aunque él sabía que eran nervios. La mujer lo intimidaba.
“Pasá” le dijo, oprimiendo el botón que cerraba el portón de garage.
El la siguió como siempre, como un perro herido al que van a curar, hambriento, al que van a alimentar.
“Andá al jacuzzi, por lo menos ganátela” le dijo Nélida, sacándose los zapatos en el comedor.
El fue, obediente. Necesitaba pagar el sanatorio. Pobrecita, tan débil, ni pelo tenía ya. Temía que la quimio la mate antes que el cáncer. Se quitó la ropa, pasó por la ducha y fue al jacuzzi. Nélida ya estaba envuelta en sus caros perfumes y la seda a la que se le resbalaba de las manos cada vez que la desnudaba. Y siguió el ritual de siempre, hasta que ella quedó exhausta.

*
“Enfermera” llamó. El office estaba cerrado. Miró el reloj: eran las doce de la noche. Debería estar dando las medicaciones, pensó.
Se asomó al cuarto de su esposa, y vio la cama vacía. Se le hizo un nudo en el estómago. La enfermera se acercó con una bandeja metálica en las manos: “Cacho, lo siento”, le dijo. “ Se murió llamándolo” Pero él, ya no escuchaba. Dentro suyo, las lágrimas se morían. Una vez más.

******

DESPUES DE UN TIEMPO
_Guerrera

Entré y sentí la misma sensación que debe sentirse al entrar a una casa abandonada. Desolación, ausencia, silencio. Llamé pero nadie respondía. En otro momento acá hubo luz, tanta luz que nos peleábamos por no encandilarnos. Hoy la luz es sólo la de mis pasos que recorren este lugar con cuidado de no romper viejas carcajadas. Sigo caminando, entro a cada cuarto y miro debajo de cada huella. Algunas tienen algunos trazos frescos, otras están ya oxidadas. Al girar el picaporte de cada puerta y antes de abrir, siento vértigo. Una cascada que sube a toda velocidad por el pecho y se instala alrededor de la garganta apretando los tendones, devorando el aire, adueñándose del equilibrio. Pero dura unos pocos segundos, sólo hasta estar dentro y ver la misma desolación que en el living. Por momentos me parece escuchar pasos, pero enseguida la sensación se evapora en mis oídos dejando nuevamente que los ecos retumben a sus anchas.
Guardo una última esperanza. Tal vez en el altillo estén todos agazapados esperando mi llegada para saltar y gritar “sorpresa”, quizá por eso demore tanto el momento de subir los contados escalones que me llevan hacia ese pequeño lugar de confidencias y noches en vela.

No sé cuanto tiempo hace que llegué, pero está anocheciendo y hace frío y por si acaso estén ahí arriba con las piernas acuclilladas y entumecidas, subiré de una vez.
Es increíble como se resiste el ser humano a apagar la pequeña luz que titila en su alma.
Ya estoy arriba, pero la oscuridad traga mis expresiones. Silencio. Espero un poco más, tal vez explote la palabra que tanto espero. Silencio. Estoy a punto de irme, pero un leve destello llama mi atención. Me acerco a él y confirmo que no es uno, son varios, mas cuando intento tocarlos se esfuman detrás de alguna palabra inutilizada. Ahora sí me voy, no estoy del todo triste, sé que cada uno de nosotros está acá para siempre y eso es lo que hace que nuestro encuentro haya valido la pena.