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Gioconda

La ciudad se debate en el calor de la temporada estival, el sol del medio día es una inmensa bola de fuego que hace hervir todo lo que tacan sus rayos. La capital está alejada de la costa. Lo único fresco que hay a esta hora son la cervezas que salen desde las conservadoras de frío de los restaurantes y que bajan por las gargantas de los que se allegan a las barras. El sueño común de cada uno, es que llegue el día de inicio de las merecidas vacaciones para poder escapar de la ciudad.

—Este fin de semana voy a ver donde iré a refrescarme – piensa un hombre de mediana edad, que viste un terno gris, camisa blanca y un cuello casi ahogado por una corbata de seda de color celeste – con mi mujer no logramos hacer coincidir estas vacaciones, ella, se va por dos semanas a Varadero, anda feliz hablando de Cuba, no sé, se me hace que no hizo mucho esfuerzo por vacacionar juntos.

Arrienda una casa en lo alto de un cerro que da al mar, montada sobre las rocas. Caminando unos cinco minutos se llega al pueblo más cercano. Tiene todo lo necesario para pasar quince días de manera holgada. Al salir de la capital abandonó sus siempre planchados pantalones, su camisas blancas, las ahogantes corbatas y el brillo de sus zapatos los cambió por zapatillas.

Su dormitorio da al mar a través de un amplio ventanal. El cristal además de mirador excepcional es la barrera que lo separa del roquerío que va a caer a las aguas. La casa es grande, está enteramente a su disposición, sólo hay una habitación que permanece con llave, único lugar que no puede abrir. Llega la noche del primer día, no ha salido a conocer, hay una luna grande y limpia que se refleja en el espejo de agua, el espectáculo es impresionante.

A pesar de que deseaba el descanso, no vive el asueto con alegría, extraña a su mujer, es lo que lo hace no sentir ánimos de ir a beber un trago en algún pub. Lo que pensó iban a ser unos buenos días de viudez veraniega se le hacen pesados y latos, su mujer debió ir a un congreso en Filadelfia, van a ser diez días en el país del norte y de regreso estará un par de días en la capital para irse con una par de amigas al caribe. Las bromas de ellas acerca de un teléfono en donde encontrarán a un par de mulatos, “jineteros” según ellas calaron hondo en la mente de Carlos. En su primer sueño se dibuja una playa con palmas y hamacas, y en medio ve la figura de su mujer semi-vestida meciéndose sobre una hamaca y un moreno besando a su “Maruja”, luego se dirige a la noche habanera, y en la noche su Maruja siendo penetrada por el mismo mulato, despierta agobiado con su frente perlada de gotas de sudor.

Su mañana es larga, mira al mar, ve la playa, en ella y a unos 50 metros hay una balsa la que desde temprano y casi hasta el anochecer se llena de bañistas, se dirige a la playa, luego de tomar algo de sol, nada hasta la balsa , se tiende a tomar sol, tiene la gracia de que su cuerpo moreno acepta bien los rayos de luz UV. De entre unos diez de ocupantes sobresale el cabello rojo y crespo de una mujer que le da la espalda, de largo talle y bella figura, su rostro da un rápido giro, ojos verdes sonrientes. En el agua, dos lobos marinos hacen sus gracias, en un instante ella se levanta para zambullirse en el mar, reaparece diez metros mas allá, siguiendo con su nado armónico hasta la playa, Carlos ha quedado impactado con la belleza de la mujer que debe frisar los cuarenta como él, le llama la atención un tatuaje en su vientre. Carlos se lanza al agua, al llegar a la playa la busca, pero no la ve.

Los días siguientes se convierten en una búsqueda de la mujer de cabello rojo, se sienta frente a la ventana barriendo la playa y sus alrededores con un par de binoculares. Cuando la encuentra sale en su busca, pero cuando llega al lugar ella ya se ha ido; ahora está sentada en la balsa, va tras ella que mira las acrobacias de los mismos lobos, cuando se acerca a hablarle ella se sumerge para salir nadando a la playa. Es un nadador lento así que la pierde una y otra vez, la ve alejarse, alta y delgada, lleva un vestido color blanco invierno que se mueve al ritmo que le imponen sus caderas y obliga el siempre presente viento marino, sobre su cabeza, un sombrero blanco de ala ancha que le defiende el rostro contra los rayos ultra violeta.

Llega la quinta noche, no saldrá de la casa ya que hay un fuerte viento que mueve con furia los árboles de un boque de eucaliptos que hay en la cercanía, pareciera que se van a quebrar, La marea golpea con fuerza las rocas, el mar lanza rugidos que parecen a cientos de lobos marinos peleando por sus territorios.

Está inquieto sin poder conciliar el sueño, sale de su cama parándose en la ventana a observar el espectáculo, el cielo está encapotado, pasan las nubes en veloz carrera intercambiando claridad y noche, todo muestra que lloverá. Mira instintivamente a la balsa, la que sube y baja a merced de las olas y el viento, pareciera que en cualquier instante se va a desprender de sus amarras y se irá, en el borde de la balsa... La mujer se mueve al mismo ritmo, se aterra, coge los prismáticos y mira, no sabe que hacer ¿Cómo actuar? Quiere salir, lo va a hacer, cuando ella se lanza al mar, piensa que es un suicidio, mira el mar, ve que ella bracea, su cabeza sube y baja, se le pierde, ella nada en dirección a la casa. Quiere ayudar a la dama, o ver el final de la osadía, ella sigue nadando los cien metros, su nado es seguro. Carlos piensa que al llegar cerca de las rocas será azotada contra ellas, su corazón salta y ruge como el mar.

Se coloca un par de zapatos, un grueso suéter y sobre este una parka y una linterna de emergencia. Sale de la casa, camina hasta lo más cerca de la playa, se para frente al acantilado y mira en todas direcciones, no encuentra nada, ningún indicio de que alguien hubiese salido, mueve la linterna escudriñando las rocas, busca algunas cavernas y nada, la mujer se ha esfumado como por encanto. Piensa que el mar se la ha tragado, camina rumbo norte y luego regresa, más de media hora busca a la mujer y no la encuentra.

Cuando despierta, sale nuevamente a mirar el mar, rehace el camino de la noche, no encuentra indicios de la mujer, va al pueblo, pregunta, nadie vio nada, alguien dice que está alucinando, que sólo un loco o un suicida hubiese salido a bañarse en el mar con la tormenta de viento que hubo. No se da por vencido, llega a la caleta de pescadores, habla con un par de ellos que se encuentran revisando sus espineles, le miran con simpatía, le dicen lo mismo que otros, que era imposible que alguien en su sano juicio hubiese salido la noche anterior. Les pide le lleven a recorrer el sector donde vio a la mujer, les ofrece una buena paga, ambos pescadores, saben que es trabajo riesgoso, pero lo que ganarán será superior a lo que alcanzan en una buena jornada de pesca; miran el cielo y luego al mar y no habiendo presagio de mal tiempo, salen con Carlos, recorriendo la zona, le muestran algunas cuevas, incluso uno de ellos baja a tierra con él, observan con atención todo y nada, no había rastros, fueron varias horas de búsqueda, al final regresaron a la caleta, el hombre fue a su casa, aún más intrigado que la noche anterior.

Luego de almorzar, bebe un par de güisquis y duerme una buena siesta que le compuso el cuerpo por la noche pasada en vela. Se sienta frente a la ventana a escudriñar el mar y los bañistas, mira la balsa y... allí está ella, sentada mirando los lobos marinos y sus juegos. Se coloca su traje de baño, toma una toalla y parte hacia la playa, llegó a la balsa, la mujer del cabello rojo miró a los bañistas y al verle sonrió, cuando Carlos se acerca a ella, se levanta y salta al agua sumergiéndose, apareciendo a unos 12 metros, nada rápidamente hasta la playa, allí nuevamente se pierde. Cuando llega a la playa, ve su figura que se aleja, alta, viste un vestido color blanco invierno, es ancho y se mueve al ritmo de sus caderas y del viento playero, lleva en la cabeza un sombrero también blanco y un pañuelo que le afirma el sombrero para que no se vuele. Ella vuelve la cabeza, unos grandes lentes para el sol cubren sus ojos, apura el tranco y desaparece, él, desesperado busca y nada.

Cae la noche, con ella llega el sueño, para poder dormir se bebe varios whiskis, duerme inquieto, despierta cuando siente el viento que mueve las ramas de los árboles cercanos, se levanta. Corre cortinas, mira a las rocas, el mar está en calma, la luna se refleja en el espejo de agua, vuelve a mirar al roquerío y, ve como una figura comienza a emerger, su corazón da un brinco, el sombrero blanco de anchas alas y el pañuelo para que no se vuele de la cabeza, el vestido blanco. Es ella, se acerca a la casa, camina lentamente, da la vuelta, siente que una llave gira en la cerradura de la puerta principal, se abre la puerta y la mujer entra, se dirige a la habitación que él ocupa.
—Hola - Dice la mujer.
—Hola.
—¿Te asusté mucho anoche?
—¿Quién eres?
—Dime Gio, me llamo Gioconda.
—Carlos
—¿Me convidas de tu bebida?

Carlos se levanta a buscar una copa, puso hielo y whiski, se la pasó a la mujer, La luz de la luna dejaba ver el rostro se ella, cuando ella tomó el vaso dijo:

—¿Quieres beber vino?
—No tengo vino - Dice Carlos, extrañado.
—Yo, conozco la casa más que tú, espérame, no me sigas.

Gioconda mira con ternura a Carlos y con una sonrisa amplia sale de la habitación cerrando la puerta para que no la siga, a los minutos regresa, con dos copas y una botella de vino blanco muy frío, cubre su cuerpo con un plumón de color naranja, con dibujos oscuros - dijo tener frío - abrió la botella y sirvió las copas, diciendo:

—Por este encuentro

Levantó la copa, la chocó con la de Carlos y la bebió de un trago, él hizo lo mismo, era un vino dulce, los ojos de ella ahora están chispeantes de alegría, sirve otra copa y nuevamente la bebe apurada, pregunta por la vida de Carlos, Carlos por la de ella, ella mezquina sus respuestas, sólo dice

—Aprovechemos la noche en conocernos que mañana me voy y no regresaré.

Besa a Carlos y lo cubre con su plumón color naranja, es un beso prolongado, pasional, húmedo, se dirigen hacia la cama, caen en ella girando, en un instante queda Carlos sobre ella, levanta su cabeza negra, con mucho cabello, la mira, ella está con los ojos cerrados, una mano cerca de su cuello y la otra la abraza saliendo cerca de su oreja, quita, poco a poco, la poca de ropa que viste Gioconda, ella sonríe con ternura y pasión.
Gioconda le dice qué, se parece a un antiguo amor pero que se ha ido, que ella en la mañana también se iría, así que no se enamore porque no la va a volver a ver. Se amaron, tierna y violentamente, y se volvieron a amar, ya cansados, se separaron. Carlos luego de una media hora se duerme profundamente, para despertar cuando el sol ya esta alto, mira, no la ve, la busca y no la encuentra. Sobre el velador está la botella de vino blanco, las dos copas que se usaron una medio beber y nada más, la cama deshecha, caóticamente desordenada, el aroma del perfume que ella usaba inunda la habitación. La busca y no hay evidencia que ella haya estado en algún otro lugar de la casa, trata de encontrar alguna huella de la permanencia de Gioconda, nada de nada, nuevamente se ha esfumado, mira a la playa y nada, en las rocas, nada, tampoco en la balsa, recorre la casa, nada de nada. Ve que la única habitación que permanecía con llave está medio abierta, entra, es idéntica a la que él ocupa, mira la cama, está como recién hecha, el cobertor que la cubre es el mismo que llevaba Gioconda la noche anterior. Se desespera, busca, ve en una pared un cuadro, es una litografía reproducción de un cuadro de Klimt “El beso”

—Así estábamos anoche – Medita

Continúa la búsqueda, nada encuentra, en el interior de la habitación hay un closet y dentro una nevera, en la que hay varias botellas de vino blanco, del mismo que bebieron, nada más. Va a la mesa de noche, abre una y no hay nada, en la otra encuentra un marco para colocar fotografías, de metal blanco, lo saca, lo gira y, aparece la imagen de una mujer con un vestido blanco invierno, en la cabeza tiene puesto el sombrero con el pañuelo para que no se vuele con el viento.

—Es Gioconda - exclama a pesar de que nadie lo oye.
En la fotografía hay una dedicatoria firmada por ella en donde habla de amor eterno.

Busca con los ojos, sobre la cómoda hay un periódico amarilleado por el tiempo, lo abre y lee, en la página tres una noticia, la misma fotografía, Gioconda con el vestido blanco, el titulo “Gioconda (un apellido que no se lee) muere ahogada”
Más abajo, viene la crónica que relata el suceso, una noche de enero de hace tres años se metió a la playa y se ahogó, luego habla de su funeral, que asistieron...Mira la fecha de muerte, ese día se cumplían tres años.

Curiche
Noviembre 2006


Texto agregado el 12-11-2006, y leído por 400 visitantes. (17 votos)


Lectores Opinan
04-12-2006 Un enigma que se lee con placer. loretopaz
23-11-2006 Fscinante historia me dejas prendido de la misteriosa Gioconda que mujer qué voluptuosidad que maravilla de texto. como siempre tus textos...***** josef
20-11-2006 Concuerdo con la opinión de Ignacia. Está todo dicho. Estrellas para usted y un fuerte abrazo. pichon_de_elefante
20-11-2006 un excelente cuento. Fue una fortuna haber encontrado este cuento tuyo.***** FENIXABSOLUTO
20-11-2006 Como siempre excelente tus textos, me gusta como los vas llevando con tu lectura un cuento excelente, mito o leyenda, pero Carlos lo disfrutó, mis ******** para tí y mis felicitaciones... romantica_7
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