La incertidumbre aqueja los restos de esto que soy. Ser o no ser ya no parece ser la cuestión, sino cómo se es y por qué ser de determinada manera y no de otra.
Ver los reflejos de aquella persona feliz que fui alguna vez, y no saber si eso puede llegar a repetirse. Lo de la fugacidad de la felicidad lo tengo más que sabido. Pero ya ni esos instantes mínimos han quedado. La fisura es ya demasiado grande como para subsanarla. Todo es decepción y cantos frustrados.
Una, dos, diez ilusiones rotas en un instante en que todo parece ir bien, pero luego varía hacia un rumbo que definitivamente se llama carajo.
Y la sal quese queda en mi boca, sin una gota de agua que arrellane los granos gruesos que me curten. Besos que no se sienten, la maldita compulsión a decir que sí y lo que ello conlleva. Ser débil y saberse así, sin poder -o sin querer- remediarlo.

¿Soy feliz en la tristeza?

Y uno, dos, diez momentos que dejaría congelados en la memoria, pero ni siquiera eso. No poder conservar al menos lo que fue un pasado decente, digno de ser recordado. Mi mente se seca de recuerdos para dar paso un magma caliente y rojo que todo lo envuelve hasta llegar al hastío.