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El Gran Salto

Aktú se estaba haciendo viejo y el tiempo ya se le acababa, tenía treinta y nueve años y sabía que tendría que terminar pronto con su vida. La tribu a la que Aktú pertenecía siempre había hecho lo mismo, los hombres sólo podían vivir hasta que cumplían los cuarenta años y luego debían sacrificarse para que su espíritu pudiera llevarse hacia la eternidad una copia de su cuerpo en ese estado, antes que empezara a fallarle. A él también le parecía lógico, la eternidad era mucho más importante que unos pocos años más en la tierra, y él deseaba contar allí con un cuerpo sano. En algunas ocasiones Aktú deseaba haber nacido como hembra, y así no tener que llegar a ese momento del sacrificio. Sin embargo, el sólo pensar que su vida se acababa con su paso por la tierra y que no contaría con toda una eternidad para vivirla con sus ancestros varones, le quitaba rápidamente esos deseos del alma.

Los últimos meses de Aktú, al igual que el de todos los hombres viejos de su aldea, los dedicó a la meditación y las reflexiones. Era casi una preparación para el gran salto. Pasaba la mayor parte del tiempo solo o en compañía del único anciano de verdad de la tribu, el chamán, el hombre que era capaz de sacrificar su eternidad (viviendo ella con un cuerpo de hombre anciano) en beneficio del traspaso de su sabiduría para el futuro de su gente en la tierra. Algunos decían que los dioses se apiadaban de estos ancianos y agradecían su sacrificio devolviéndoles un cuerpo más joven en el momento de su partida. Eso nunca lo sabremos.

Mitzú era el hijo mayor de Aktú y ya había pasado los veinte años. Él sabía que ya había vivido más de la mitad de su vida y era quien más pena sentía por la pronta partida de su padre. Mitzú era considerado un adulto desde los quince años, cuando su educación estaba ya finalizada y comenzaba a buscar a la primera de sus esposas. A la edad de Mitzú él era ya un hombre maduro y respetado por todos en la tribu, lo que lo autorizaba a hablar con el chamán. Cierto día Mitzú se decidió a hablar con el anciano acerca de sus sentimientos respecto a la partida de su padre. Él ya sabía la respuesta del chamán, pero de todas formas creyó que se sentiría mejor si lo conversaba con alguien. Con las mujeres, ni pensarlo, ellas no sirven para hablar, y con sus hermanos menores tampoco, ellos parecían aceptar todo sin ningún cuestionamiento, cosa que quizá le haría a él más fácil la vida si se atreviera a vivirla así.

El chamán respondió como Mitzú lo esperaba. Lo aconsejó para que se alegrara por la partida de su padre y le hiciera más fácil el salto, ayudándolo a entrar a la eternidad con un cuerpo más feliz. Mitzú se atrevió finalmente a hacer al chamán la pregunta que le daba vueltas en su cabeza desde hacía algún tiempo. -¿Cómo estamos seguros que el gran salto nos lleva a la eternidad y no simplemente al fin de la vida? El anciano controló su enojo e intentó responder con calma – Recuerda con quien estás hablando, recuerda que me comunico a diario con los espíritus de nuestros antepasados y recuerda finalmente que soy el hombre más sabio de la tribu. No cuestiones mis poderes o tu vida será un largo sufrimiento. Mitzú se disculpó ante el anciano y se retiró.

El hijo no se atrevía a acercarse al padre, por miedo a infundirle más temor. La conversación con el chamán dejó al joven aún peor, con más dudas. Pensó en intentar convencer a su padre de huir, de escapar del gran salto. Recordó una historia de muchos años atrás, de un hombre que huyó del salto y que sus huesos aparecieron días más tarde mordidos por leones y hienas. ¿Acaso los espíritus nos obligan a dar ese salto o es una decisión de nosotros los hombres?

Aktú logró vencer la etapa del miedo y ya se sentía tranquilo y satisfecho con su pasar por esta tierra. Estaba preparado. Comenzó noche tras noche a despedirse de sus hijos varones, desde el más pequeño hasta Mitzú, el mayor. Todos ellos, a excepción de Mitzú se alegraron después de esa conversación a solas con su padre, se sentían contentos por el salto que él daría y porque comenzaría a protegerlos desde el mundo de los espíritus. Mitzú tenía más dudas que nunca. Ya hasta desconfiaba de la existencia de esos espíritus de sus ancestros varones. Por supuesto que esas dudas no las comentó con nadie.

La última conversación con su padre fue un momento muy difícil para Mitzú. Si le comentaba sobre sus miedos debía ser tan convincente como para lograr hacerlo desistir, o de lo contrario sólo conseguiría hacerle más difícil el salto. Finalmente no pudo reunir los argumentos necesarios para lograr convencerlo y ni siquiera lo intentó. Fue un momento triste, con el hijo intentando disimular su tristeza para no decepcionar al padre.

Finalmente llegó el día del ritual, el que incluía una fiesta que se iniciaba con la salida del sol y terminaba con el gran salto, justo en el momento en que el sol se ponía sobre el horizonte, dando inicio a la noche del aniversario número cuarenta del afortunado hombre que pasaría a formar parte del escuadrón de espíritus que protegían a la tribu. El salto se daba desde una gran roca al borde de un acantilado. Se decía que mientras más altura alcanzaran los hombres que se sacrificaban antes de comenzar a caer, ellos serían mejores espíritus. Para efectos más prácticos, daba absolutamente igual, ya que la muerte por el golpe contra las rocas al final del abismo estaba igualmente asegurada.

El clímax de la fiesta de despedida se acercaba y Aktú ya estaba preparado, vestido acorde al ritual y concentrado sólo en el salto. Todo el mundo se quedó en silencio mientras el viejo de cuarenta años caminaba pausadamente hacia la gran roca, decidido a dar el gran salto. Subió a la roca y se quedó un momento de pie, con la cabeza inclinada hacia abajo y los ojos cerrados. Respiró profundamente, dio dos pasos y al tercero un gran salto hacia el vacío.

Aktú se sintió elevarse más y más alto durante un par de segundos, los que parecieron toda una vida para el hombre. Cuando se percató que ya no seguiría subiendo abrió los ojos y observó dos grandes garzas blancas volando hacia él, una desde cada lado. La blancura de las garzas emitía una luz difusa que las hacía destacarse frente al horizonte que ya se oscurecía. Las garzas lo tomaron de sus muñecas usando alguna magia desconocida y lo siguieron elevando. Cargaron al hombre volando en círculos y formando una espiral que subía hacia las nubes justo por el centro de la tribu, sobre la choza del chamán, quien se despedía alegremente de él.

Mientras Aktú vivía esta fantástica experiencia, el resto de la tribu lo observaba dar el gran salto, uno de los más altos que todos recordaran, y luego caer en picada con una gran sonrisa dibujada en el rostro. Su muerte fue instantánea y todo el mundo se alegró que Aktú se hubiese llevado una copia de un cuerpo tan alegre hacia su otro mundo y que el salto hubiese alcanzado una altura tan alta, lo que le aseguraba una excelente posición en el mundo de los espíritus.

Una lágrima rodó por la mejilla de Mitzú, pero luego el alboroto y la alegría de la gente de la tribu terminaron por contagiarlo, debía de haber algo más allá del salto, algo que explicara la alegría de la gente y la que mostraba el rostro de su padre mientras caía. Se consolaba pensando que de no haber nada más allá ellos serían iguales a las mujeres, y todo el mundo sabía que eso no podía ser así.

Así fue como Mitzú se resignó y comenzó a vivir como un aldeano más, sin volver a plantearse esas dudas que alguna vez lo atormentaron y que le impedían ser feliz. El tiempo pasó y acarreó el momento en que Mitzú se hizo viejo y llegó a tener treinta y nueve años. Él estaba ya preparado para su gran salto, se sentía tranquilo y más alegre que nunca, hasta que una tarde, después de haberse despedido del último de sus hijos, el anciano chamán lo llamó a conversar a su choza.

- Querido Mitzú. Tú has sido el único en todos estos años en mostrar dudas acerca de los espíritus y nuestra tradición del gran salto. Lo que ahora voy a decirte va a causarte un gran impacto y espero que tengas la madurez necesaria para entenderlo, te contaré los inicios de nuestra tradición y quiero que sepas que te lo cuento a ti porque quiero que seas mi sucesor, ya que no me quedan muchos años por delante. Esta historia ha pasado durante muchas generaciones de chamán en chamán, y pronto comprenderás que es un secreto que nadie más puede saber.

Mitzú lo detuvo en ese punto y le explicó que él ya no tenía dudas, que estaba preparado para el salto y que no necesitaba ya de más consejos, a lo que el anciano respondió.

- Lo que me dices me hace dudar acerca de mi elección, pero sigo pensando que eres el más inteligente de la aldea y el único que sabrá comprender e interpretar correctamente los hechos que te voy a contar. Hace mucho tiempo nuestra tribu era dirigida por un consejo de ancianos. Al decir ancianos me refiero a gente como yo, de más de cuarenta años, los que terminaban su vida por medios naturales o producto de las guerras con los enemigos, los que en esos tiempos eran muchos. Los ancianos del consejo representaban a las tres Casas más antiguas e importantes de nuestra tribu, eran históricas aunque ya no se recuerden. Ocurrió entonces que las disputas por el poder se apoderaron del consejo de ancianos, lo que lo hizo ingobernable. Cada una de las tres Casas quería tomar las decisiones de la tribu con su representante a la cabeza y estas decisiones nunca eran tomadas.

Mitzú interrumpió nuevamente al anciano explicándole que no entendía por qué le contaba esa historia e insistiéndole que él ya estaba preparado y decidido para el gran salto. El anciano continuó.

- Cuando termines de escucharme te darás cuenta que no debes dar el gran salto y comenzarás a prepararte como mi sucesor. Permíteme continuar. Las guerras entre las tres Casas continuaron por años, hasta que finalmente una de ellas planeó la movida cuyos efectos nos han regido durante todos estos años. Ellos planearon asesinar a los ancianos de las otras dos casas lanzándolos desde la roca del ritual durante la noche, y proclamar que los espíritus se les habían aparecido y que les habían ordenado a ellos sacrificarse. Proclamaron esa misma noche, y en nombre de los espíritus, la regla del sacrificio de los cuarenta años para todos lo niños que desde ese momento nacieran y se aseguraron así el poder absoluto.

El silencio se apoderó entonces de la choza y Mitzú sólo hacía gestos de negación mientras pensaba en los últimos días de su padre. El chamán terminó su discurso con las siguientes palabras.

- Como podrás deducir de los hechos históricos, nuestra tribu no puede ser gobernada por más de una persona, un consejo de ancianos provocaría que nuestros vecinos nos destruyeran inmediatamente debido a la incapacidad de reacciones rápidas y a las luchas de poder. Te estoy ofreciendo el poder absoluto para la dirección de nuestra gente. Tienes las capacidades y has demostrado ser un hombre honesto.

El anciano no terminó de decir las últimas palabras cuando Mitzú salió corriendo de la choza a toda velocidad, causando el asombro de la gente de la aldea, y en dirección hacia la roca del ritual. La gente lo siguió sin comprender lo que sucedía. Mitzú subió a la roca, cerró los ojos y avanzó dos pasos caminando rápido y al tercero dio un espectacular salto hacia el vacío, definitivamente el más alto de que se tenga memoria en la tribu.

Jota

Texto agregado el 28-10-2006, y leído por 240 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
04-11-2006 Grandioso y reflexivo. Espectacular final. Te mereces 5 Lord_useless
29-10-2006 Muy buen cuento Jota! Entretenido y como siempre te deja pensando. ***** sinopsis
28-10-2006 Muy reflexivo, como todos tus cuentos. Generoso en contenido para reaccionar a muchos puntos elaborados y disfrazados con las costumbres, tradiciones e ignorancia del hombre. Aytana
 
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