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El Monstruo Vegetariano

En las profundidades del océano habita un gigantesco monstruo. Es el último representante de una especie que pobló los siete mares durante cientos de millones de años. Sus antepasados se alimentaban de calamares gigantes, los que hace millones de años también eran muy abundantes. La casi extinción de estos últimos provocó que todos, excepto uno de de sus predadores desaparecieran.

Los individuos de la especie a la que pertenece nuestro amigo eran capaces de vivir por miles de años, por lo que, a pesar de llevar tanto tiempo escondido en las profundidades, nuestro personaje sería considerado como un joven entre sus pares, si hubiese alguno de ellos con vida ¿Cómo logró sobrevivir nuestro monstruo? Se hizo vegetariano. A medida que escaseaba su alimento natural, nuestro gigante fue el único que se atrevió a probar otras alternativas de alimentación. Probó roca y no le gustó, probó lava de los volcanes submarinos y tampoco le gustó, probó algas de las profundidades y sí le gustaron. A diferencia de las algas que nosotros conocemos, las algas de las profundidades son transparentes, por lo que nuestro amigo se vio forzado a mejorar mucho su olfato para poder encontrarlas.

Al poco tiempo de cambiar sus hábitos alimenticios, nuestro monstruo se quedó sin más algas que comer a su alcance. Es necesario mencionar que estos monstruos viven casi toda su vida enterrados en los cráteres de los volcanes submarinos, los que abundan en lo más profundo de nuestros océanos, y que sólo sacan y estiran su largo cuello para atrapar alguna presa desprevenida. Con el estilo de vida que llevaban, les bastaba con sólo capturar una presa por año, excepto en los períodos de apareamiento, los que ocurrían de cuando en cuando. Volviendo a nuestro amigo, al poco tiempo se quedó sin más algas que comer al alcance de su cuello y se vio obligado a abandonar su seguro refugio en las profundidades, y así es como nuestro amigo se convirtió en un viajero de los mares.

Con el pasar de los años nuestro amigo comenzó a sentir el peso de la soledad. Él se sabía el único de su especie, sabía entonces que no dejaría ningún legado y que su especie terminaba con él. Hasta ese momento sólo se había preocupado de vivir y ahora se estaba preguntando ¿Para qué hacerlo? ¿Qué sentido tendría ahora el continuar viviendo si sabía que no habría nadie de su especie después de él? A nuestro monstruo se le acabaron en ese momento las ganas de vivir.

Dejó entonces de comer y de recorrer los mares, y por muchos años permaneció tendido sobre una roca a miles de metros de profundidad, allí en donde la luz no alcanza a ser una ilusión. Ocurrió entonces que un calamar gigante paso sobre él sin reconocerlo, y el agudo olfato de nuestro amigo comenzó a funcionar. Casi de inmediato su cerebro se reactivó, sacándolo del estado de adormecimiento en el que se encontraba por tanto tiempo. Su cerebro le trajo recuerdos de formas y sabores de muchos miles de años antes, y esto volvió a encender una chispa de esperanza en su vida. En ese momento nuestro amigo decidió comenzar nuevamente a recorrer los mares de nuestro mundo, ya no sólo buscando alimento, sino que además buscando cosas nuevas y aún desconocidas para él.

Volvió entonces nuestro gigante a surcar las profundidades de los océanos, pero ahora viendo su mundo de una forma diferente, ahora intentaba conocer cada lugar y a cada animal con el que se topaba. Se encontró ahí con su primer problema, todos los otros animales huían sólo con verlo. Sólo gracias a que él disponía de mucho tiempo y de una gran paciencia es que conseguía ganar la confianza de los otros animales. Esto le tomaba a veces varias generaciones de los otros animales, pero él estaba gratamente dispuesto a tomarse ese tiempo. De esta forma, nuestro amigo monstruo llegó a conocer más de lo que imaginamos acerca de los habitantes de su mundo. Conoció a todas las especies, sus estilos de vida y hasta entabló amistad con muchos de ellos. Sólo lamentaba tener que ver morir a muchos amigos, cosa que le provocaba depresiones que duraban cientos de años.

Un día nuestro monstruo miró hacia el cielo. Bueno, quizá sea más exacto decir que miró hacia arriba, hacia lo menos profundo, en donde siempre había visto sólo un leve resplandor que le asustaba. Se pregunto que habría allí y comenzó a subir una cierta cantidad de metros año a año y a recorrer todos los rincones marinos del planeta a esa nueva profundidad. Se asombró nuevamente con la cantidad de descubrimientos que realizó. No caben dudas que nuestro amigo era y aún es el animal más sabio de nuestro planeta y quizá del universo.

Un día nuestro personaje encontró una tortuga muy anciana que no le temía, o que quizá ya estaba muy cerca de su fin como para temer a temor. Ella le comentó que había nacido en una playa, desde un huevo enterrado en la arena por su madre. Le contó cómo había tenido que escabullirse entre cangrejos y picotazos de aves para llegar, después de una eternidad, hasta el seguro océano. Y que después, en el océano tuvo que buscar refugio inmediatamente en los bancos de coral para poder escapar de sus predadores. Nuestro amigo no podía creer lo que escuchaba, hacía miles de años que no tenía un mundo nuevo, con tantas cosas nuevas que conocer, a su disposición. Acompañó a la tortuga durante sus últimos años, los que correspondían sólo a unos pocos segundos de acuerdo a su escala de tiempo, para terminar de conocer todo lo que ella sabía de los mundos menos profundos, y especialmente de la playa, aquel lugar en donde termina el agua y comienza otra cosa que él no se imaginaba.

Conque el mundo tiene entonces un fin, pensó, mientras preparaba su viaje hacia la superficie. Año tras año subió y subió, hasta que la luz conoció. Muy a su pesar tuvo que esperar otros cientos de años a que sus ojos se habituaran a aquella energía nueva para él. Todo ese tiempo, a pesar de no ser relativamente mucho para él, se le hizo una eternidad. Se imaginaba toda una serie de nuevas especies de animales viviendo más allá del fin del mundo. ¿Cómo nadaban? ¿Qué respiraban? ¿Cómo vivían? ¿Le temerían también o él les temería a ellos? ¿Y si eran más grandes que él? Comenzó a sentirse algo preocupado, el miedo era nuevo para él, ya que nunca tuvo que preocuparse de predadores ni nada que se atreviera a hacerle daño. Ahora comprendía mejor a los animales que se asustaban con su presencia, y se sentía arrepentido por todos los años de su vida en que comió calamares.

Cuando decidió que sus ojos estaban lo suficientemente preparados, reemprendió su viaje hacia el fin de su mundo. Si en esos tiempos hubiese habido hombres capaces de navegar lejos de las costas, y si alguno de ellos hubiese estado navegando cerca de donde se asomó el cuello de nuestro monstruo, entonces se habrían hecho realidad sus peores pesadillas, junto con los mitos y las leyendas de los primeros navegantes. Quizá así sucedió.

Al emerger la primera vez, su vista no alcanzó a divisar nada diferente al límite entre nuestros mundos más allá del horizonte. Ese era el fin de su mundo acuático y quizá el fin de su viaje. Nuestro amigo conoció el aire, y no podía permanecer fuera de su mundo por mucho tiempo. La perseverancia de nuestro monstruo se develó una vez más y comenzó a practicar día tras día, año tras año, siglo tras siglo, hasta que consiguió respirar en nuestro mundo.

Comenzó entonces a recorrer la superficie conociendo muchos animales nuevos. Entabló una profunda amistad con una ballena azul, la que le comentó acerca de una especie terrible de predadores que habitan sobre la superficie de la tierra, aquella arena y roca que él aún no conocía. Estos predadores eran capaces de construir las armas necesarias para destruir a cualquier especie animal, incluso a él. Su más grande y quizá único miedo se había hecho realidad. No comprendía cómo unos animales tan pequeños como los describía la ballena serían capaces de destruirlo a él, pero su amistad con ella le hacían creer ciegamente cuando ésta le contaba acerca de cómo habían asesinado a toda su familia.

Nuestro monstruo se dedicó a viajar con su amiga por muchos años, hasta que ella murió producto de la vejez. Durante estos viajes llegó a conocer sólo las tierras cubiertas de hielo y los animales que en ellas vivían. Su amiga la ballena sabía muy bien qué lugares eran seguros y nunca se aventuró a llevar a nuestro amigo cerca de las tierras verdes.

Luego de la muerte de su amiga, nuestro monstruo debía tomar una decisión. ¿Continuaría su viaje de descubrimientos o se detendría producto de su miedo a los predadores más temibles del mundo? Mucho le había costado la decisión de seguir viviendo como el último de su especie, y no estaba dispuesto a entregar su vida a estos predadores desconocidos.

Sucedió que una noche, nadando cerca de la superficie, nuestro amigo miró hacia el cielo. Esta vez si vio el mismo cielo que nosotros conocemos, un manto negro en una noche sin luna y despejada, y lleno de puntos luminosos. Una vez más el ansia de conocimiento y sabiduría se apoderó de nuestro personaje y se decidió a conocer aquellos puntos luminosos. ¿Es que este mundo no tiene fin? se preguntaba. Debía averiguarlo, y comenzó a buscar una forma de dirigirse hacia las estrellas.

Demoró sólo unos pocos de años en encontrar una solución a su problema. Todos los conocimientos de tantos miles de años de navegación submarina le permitieron encontrar una respuesta. Recordó los volcanes que lo cobijaron durante sus primeros años, y supuso que en la superficie también deberían de existir. Otros pocos años demoró en encontrar entradas submarinas que se comunicaran con estos volcanes, gracias a sus conocimientos de las corrientes y la geografía de todas las profundidades del mar. Sólo necesitaba encontrar una forma de nadar por los aires y por el espacio hasta llegar a las estrellas. Encontró una forma de dirigir la energía de las profundidades de la tierra hacia esos volcanes y usarla para salir expulsado hacia el espacio exterior.

De cuando en cuando se produce alguna erupción en algún volcán del mundo por donde está saliendo sin ser visto nuestro amigo en una nueva aventura de conocimientos. De cuando en cuando cae algún asteroide en nuestro planeta que lo trae de vuelta, en busca del cobijo de sus añoradas profundidades y del recuerdo de sus antepasados.

Cada vez que veamos un cometa en el cielo recordemos que puede ser nuestro amigo surcando el universo en busca de nuevos conocimientos, animales y amigos; aquél monstruo que no nos desea conocer por miedo a perder su preciada vida, aquella que le costó tanto trabajo volver a vivir.

Jota

Texto agregado el 24-10-2006, y leído por 269 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
09-01-2007 Coincido un poco con Madrobyo. A mí me parece que tiene más personajes de la cuenta y un poco inconexos. Y la idea principal de que es vegetariano con su consecuente culpa, no s vedel todo reflejada en el final. Sin embargo es una versión "no autorizada", género muy bien manejado por usted, y que seguramente podrá afinazar su texto. roberto_cherinvarito
24-10-2006 la idea me parece que tiene futuro, pero el planteamiento que se le da como que le falto algo no? el final no es de mi agrado, pero es tuc uento.. madrobyo
 
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