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Son las 11.57 de la mañana, el tráfico sobre la avenida es constante y fluido. Bocinas, gritos, frenadas.

La perspectiva desde acá no es tan diferente, pero siento que es una sensación única, irrepetible. Desde este ángulo puedo ver una tela de araña que siempre dejé para limpiar después, evidentemente su destino es perdurar en esa esquina del techo de yeso.
No es una paz enorme ni un sentimiento de dejadez. Pensé que iba a resultar algo más complicado, pero no. Fue casi simple, no hay dolor, sólo el sentimiento de vivirlo. Mi mente está más clara que nunca, se despejaron todas las dudas, las imágenes borrosas y las incertidumbres. La sensación de la sangre corriendo sobre mi piel es exquisita, un calor que arde un instante para sofocarse y fundirse con el agua congelada. No es dolor, creo que hasta lo estoy disfrutando. La piel abierta no me impresiona, la veo y no me genera asco ni compasión por mí misma. Por primera vez me enorgullezco de ser quien soy y hacer lo que estoy haciendo.
A esta altura no me importa qué puedan llegar a decir de mí, es obvio que me van a comparar con mi hermana, otra vez, pero ya no interesa. Esta decisión es completa y enteramente mía y nadie va a lograr que sea lo contrario. No influyó nada, más que mi plena conciencia de dejar de ser. Ser mujer, ser empleada, ser estudiante, ser la hermana de, ser el reflejo de quien reencarnó en mí. O no. De quien debería haber reencarnado.

El diariero vocifera que un ministro dejó su cargo y que una nena fue atropellada por un auto en una determinada esquina.

Toda la vida sentí que era culpable por lo que ella había hecho, aunque muy profundamente sé que no pude haber hecho nada. Me hicieron crecer viviendo su recuerdo, usando su ropa y soportando su estigma. Me mudé a su cuarto, estudié lo que ella hubiera estudiado, trabajé en el puesto que era de ella. Traté de satisfacer las expectativas que toda la familia tenía con respecto a ella, pero nunca fue suficiente. Aunque, ahora que lo pienso bien, no sé si no era suficiente para ellos o para mí, si al fin y al cabo siempre me sentí menos, como que ella tenía todo lo que hay que tener y yo no. Hasta el coraje de cortarse las venas. Pero yo ya aprendí. El corte, para ser efectivo, tiene que ser transversal, no recto. En eso se equivocó, una de las pocas veces en que le encontré un error grosero. La agonía se extiende por unos minutos, escasos pero valiosos, y luego la muerte envuelve cada centímetro de luz que puedas percibir. El corte recto la postró por unos días en el hospital, incluso en ese momento supo cómo acaparar toda la atención. Una larga procesión de allegados visitaron a la familia mientras su muerte se prolongaba, imperturbable, en la habitación de terapia intensiva.
Siento que cada partícula de mi cuerpo se tensa por la falta de oxígeno, ayudada por la temperatura del agua de la bañera. Me cuesta respirar, tengo que emplear todos mis esfuerzos y concentración para lograrlo, para conseguir una bocanada más. No me importa morir, sino extender este momento de satisfacción que nunca antes pude conseguir bajo ninguna circunstancia. Y esa maldita tela de araña ahí arriba, parece que me mirara, que se estuviera burlando de mí. Es como que no puede ser que esté en ese lugar, por qué no la habré limpiado en su momento, la muy maldita parece disfrutar estar ahí, quieta, inmóvil.

El semáforo cambia de rojo a amarillo, por un instante imperceptible, y luego a verde. Los autos arrancan, una capa de humo grisáceo se eleva unos centímetros del suelo para desvanecerse con una brisa momentánea.

Tanto mamá como papá intentaron que su muerte no me afectara, pero nunca pudieron engañarme, hubieran preferido que fuese yo, que la menos capaz de las dos se fuera primero. Al principio quisieron mudarse, pero el tiempo demostró que podíamos seguir en la misma casa, más allá del dolor que provocaba saber que ella había muerto en este mismo cuarto de baño. Creo que ya se cumplieron los cinco años, cinco años de la decisión que terminó cambiando los rumbos de otras tres vidas. Mamá se deprimió, todavía hoy no se repone de la muerte de su hija mayor. Papá siguió trabajando, intentando ser fuerte y conteniendo a mamá, tal vez sin reparar que yo también necesitaba quien me contuviera. De mí se encargó la psiquiatra amiga de la familia, la única persona con quien pude hablar de ella sin sentir que debía hacer una reverencia. Porque hablar de ella con mamá y papá significaba exponerme a un rosario de recuerdos y evocaciones idiotas que no hacían más que empujarme a querer ser ella. Como para compensar la pérdida, aunque nunca fuese suficiente. Ni siquiera me gustaba la medicina, pero era lo que ella ansiaba estudiar. Aunque no debía de ansiarlo tanto, si al fin y al cabo decidió irse por otro camino diferente al que había trazado para toda su vida. Tampoco me seducía la idea de trabajar con papá en el estudio como trabaja ella, pero con la excusa de acompañarlo y apañar un poco su dolor con mi compañía me convencieron y aún hoy yo seguía estando con él.
Mamá nunca supo por qué ella tomó su decisión de morirse. Papá sí, y yo también, y muy pocas otras personas lo supieron posteriormente. Papá no sabe que yo lo sé.

Un paseador de perros da la vuelta al monumento con las correas enganchadas en la muñeca. No son muchos perros, pero los suficientes como para que el tirón cuando se ponen a correr rasgue un poco la piel del chico que los sujeta.

Ahora ellos no están, se fueron a dejar flores en el cementerio, como cada día en que el santo recuerdo lo requiere. No se imaginan que dentro de muy poco tiempo serán dos ramos los que tendrán que depositar sobre el mármol helado del nicho familiar, el que siempre creyeron que ellos iban a inaugurar. La placa es hermosa, se diría que en vez de recordar que ahí hay una muerta tiene tallados los dones de una Miss Universo: la adorada hija, estudiante dedicada, trabajadora incansable, amante de las tareas filantrópicas, bla bla bla. El mármol no menciona que era una hermana envidiosa, novia infiel, empleada que robaba de la caja de la oficina para pagarse un aborto o una estrella de rock frustrada por los deseos familiares.

El reloj de la calle marca las 11.59, el minuto anteeioe a que todas las personas salgan para almorzar de los inmensos edificios de la calle principal, como si fuesen hormiguitas que desbordan un hormiguero.

Yo nunca tuve el coraje necesario para rebelarme, nunca hice nada alejado de las pautas e indicaciones que mamá y papá me daban. Traté siempre de complacerlos y nada parecía conformar. Y un día pensé que la muerte podía ayudarme, que muriendo como ella iba a igualarla en virtudes, al fin y al cabo la muerte siempre llena de virtudes a las personas. Mis ganas de morir no pasaban por ocultar nada ni por ningún problema específico. Sólo compartir algo con ella por un instante, tener algo en común aunque más no fuese el último aliento.
Aunque esta telaraña no deja que pueda relajarme, voy a limpiarla. No puedo levantarme, el agua a mi alrededor es roja, del rojo de la témpera cuando está muy diluida, quiero incorporarme pero mis fuerzas ya no son suficientes, la agonía está acabando, mi conciencia se desvanece, pero quiero limpiarla, todo debe estar reluciente cuando me encuentren, que sea el escenario perfecto, como cuando ella murió. No puedo siquiera apoyarme firmemente sobre los costados de la bañera, mis muñecas están completamente débiles y ya casi no respiro, me dejo caer, mi torso completo se funde con el líquido rojo, el agua entra por mi nariz, mi boca, siento unas burbujas en mi última exhalación, esto se termina, todo mi pelo flota y lo veo sobre mi cabeza, mis ojos se cierran, me siento bien, aunque esa tela de araña va a perturbarme por todo el tiempo que esté en el más allá...

La gente sale de los edificios y va a los puestos de panchos o a los locales de comida rápida, son las 12.00 y el caos del tráfico es más intenso que en el común de los días.

Texto agregado el 27-02-2003, y leído por 1265 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
08-10-2005 para mi juicio, demasiadas palabras. Nadya
04-03-2005 Realmente triste, especial, muy suave. Me gusta mucho, honestamente una de las mejores cosas que he leido en la pagina. Es poco lo que me transporta, esto lo logro. Abrazos dese Argentina y cuidate. arnaldo
07-06-2003 Sencillamente atrapante, el final es genial, el manejo del tiempo actual y los recuerdos que se intercalan es preciso y le da ese toke de reflexión que lo hace cotidiano. Perfecto, gracias a Dios no has muerto flucito
06-05-2003 Si la experiencia no te pasó en realidad entonces mis felicitaciones para tí van por duplicado. Seudonimo
13-03-2003 El cuento de la eterna muerte, me encanto la forma en que el realismo, se apodéra, de la ficción, parece como si lo hubiera, escrito, del mas alla, la joven del suicidio. T e felicito. canelo
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