FIERAS SUELTAS EN LA CARRETERA

Ayer mismo, mientras tú conducías el vehículo con la mirada suspendida en algún recuerdo o añoranza, sentí un repentino vaciar sobre mi rostro seco la oleada de rocíos y pétalos dominicales con los que la noche anterior había desayunado, sin tú darte cuenta, por cierto. Ingresé entonces, en un ejercicio maravilloso de imaginación inducida, por la única puerta abierta que iluminaba la penumbra del antiguo vestidor. Te sostuve el aliento. Me igualaste con tu reciprocidad. Y nos embarcamos de nuevo en el sueño-pesadilla de nuestras existencias cobardes y renegadas.
Te seguí mirando unos instantes más y este estremecimiento psicofísico, estelar y ontológico, alcanzaba matices de aventura lunar, de desparpajo, de fieras sueltas y libres devorando presas fáciles.
Este desparpajo que nos hacía tanta falta.
Me dijiste que no te levantara la falda, que ibas conduciendo. Yo me entusiasmé y corté uno de mis dedos para dejarlo incrustado en cualquiera de tus entrañas (a esta altura sólo veía branquias). Perdiste el control del vehículo. Yo te seguía amando. El despeñadero estaba ahí mismo. Alcanzaste a esbozar media sonrisa. Yo, una sonrisa entera.
Después no recuerdo nada.
Mis padres dijeron que había tenido una infancia normal.

(En todas las vidas posibles te amaré...)