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Inicio / Cuenteros Locales / trotski / Espejismo hacia la nada(Primera parte)

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- ¿Dónde está la felicidad?-.
- Fuera. Fuera de estas cuatro paredes que nos encierran, fuera de esta vida a la que te he llevado… fuera de mí- exhalo Gonzalo en un derroche de clarividencia junto al frágil hilo de vida que se sostenía por las máquinas que le postraban en aquella vetusta camilla de hospital.
- Quién demonios crees eres. He perdido diez años de mi vida observando como te consumías en la miseria, robando para conseguirte la dosis necesaria para creerte persona y ahora…- gritó Lorena- me hablas como si todo lo que he luchado por ti haya sido en vano, como si mi única victoria sea este momento en el que la muerte te acecha.
- Así es. Esta es tu victoria y mi derrota- sonrió mostrando sus desdeñados dientes que junto a su grasienta melena negra le proferían una escabrosa apariencia-. Perdóname…
La parca embistió hacia su pecho, parándole el latido de su corazón e incrustando en el de Lorena tantas espinas como días pasó en su compañía.

El tiempo pasaba raudo como en aquellas viejas películas de los años sesenta donde el director de turno aspiraba a convencer al espectador del paso del tiempo mediante una sucesión de imágenes a una velocidad mayor de la normal. A Lorena siempre le habían hecho reír esas escenas, ora por la inocencia del director al plasmarlas en su metraje, ora por la ordinariez del espectador al creérselas. A muy pesar suyo, su sonrisa se había desvanecido de su rostro e incluso había olvidado si la muerte de Gonzalo había sido dos meses atrás o quizás dos años. Y es que el tiempo pasa muy deprisa.
De una manera casi inconsciente iba cada día a la peluquería a cortar, lavar, peinar, teñir… los harapientos cabellos de las cincuentonas que dedicaban su estancia allí para tratar los irrelevantes sucesos que habían ocurrido en la vida de sus convecinos: el embarazo de la hija de la vecina de la calle número tres que con tan sólo quince años ya bien había sido desvirgada por un joven de la misma edad cuyo padre maltrataba a su esposa después de su salida diaria al bar de enfrente donde el camarero de éste mantenía relaciones con la panadera… Trece años asediada por las mismas historias pero con la diferencia de que en el pasado Gonzalo la recibía cada tarde en el parque con esa sucia sonrisa de heroinómano y sus ojos de ángel. Ahora seguía viéndole, empero, sólo en el reflejo de la fotografía de su habitación, la cual le recordaba la frase con la que se despidió: “esta es tu victoria y mi derrota”.

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Se acariciaba el pelo. Mientras observaba el televisor sin ni siquiera saber el qué estaba viendo.
- Con diecisiete años era todo más sencillo. El empleo era algo aún muy lejano y sólo importaba usar protección a la hora de acostarse con un chico. Todo daba igual. Lo importante eras tú y los demás podían irse al carajo: tus padres, los amigos…todos .Pero ahora no. Cada instante cuenta y el instante pasado hace determinar al instante presente el cual te determina el futuro. Y aquí estoy con treinta y cinco años y determinada por los instantáneos errores de mi adolescencia. Nada tiene sentido. La vida, la muerte…da igual, siempre es lo mismo…sufrimiento. Sufrimiento incesante pero necesario; necesario sin saber porqué pero necesario al fin y al cabo, pues el vacío de éste provoca un retorno al mismo pero aumentado hasta el infinito. ¿Qué importa que Gonzalo esté muerto? Era su destino y éste es el mío. Y ¿qué es el destino? Tan sólo la afirmación de lo que ha acontecido, la aprobación de nuestras faltas… pero no puedo engañarme, no puedo aceptar la perdida de lo que ha sido la parte más insufrible de esta dolorosa existencia… No puedo.

El olor a lluvia hacia presagiar una fuerte tormenta estival. En la calle, los árboles hacían revolotear sus ramas al compás del viento; la noche apremiaba. Lorena, sentada en el sofá, jugueteaba con su cabello, liso, limpio como una mañana de primavera, azabache como la caverna platónica, tan vivo y muerto a la vez.
El televisor proyectaba a un Sean Penn que condenado a Cadena Perpetua, abrazaba a una católica Susan Sarandon, instantes antes de ser liquidado por una jeringa asesina.
- Hasta el más sórdido ser de este mundo alcanza a ser abrazado en el momento de su muerte. Asesinos, prostitutas, ricos y pobres…todos reciben ese regalo como despedida. Un regalo que no entiende de moral, que no entiende de decencia ni sentimientos. Un regalo sin trampa; puro. Sólo ese gesto logra que esta existencia se colme de sentido ante la vacuidad de todo lo vivido. ¿Por qué?, ¿por qué nadie se acordó de mí? Mi vida murió en una camilla de hospital junto a Gonzalo. Él que me robó mi flor siendo una cría me abandonó en el estanque de la libertad cuando los médicos nada podían hacer por él. Esa libertad resquebrajó mi alma en mil añicos sin que nadie me diese el último regalo de mi vida. Pero, quién, ¿quién hará que resucite de esta muerte en vida?... ¿Quién?

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- ¿Lorena Martín?- preguntó una señorita vestida con un feo traje color beige.
Ella levantó la vista en señal de asentimiento
- Buenas tardes, en un momento le atenderá el doctor.
Aún estando allí, dispuesta pero con claros síntomas de rubor, no recordaba con nitidez la razón que le había hecho decantarse por acudir a un consultorio psicológico. Había en el aire un cierto olor a timidez. Los pacientes, no más de tres, miraban cabizbajos las revistas que habían cogido de una mesita situada en una esquina de la sala de espera, cautelosos, a su vez, de no ser descubiertos mirando de soslayo a otro. Lorena se sonreía, pensando que la situación de estar en una sala rodeado de locos era cuanto menos graciosa, pero a la par ese pensamiento se recubría de angustia al verse como una más.
- Es su turno- la enfermera había aparecido de golpe sin que ninguno de los pacientes la hubiera oído alguno de sus pasos-. Puede pasar.

La consulta poseía un aspecto desordenado, un armario entreabierto dejaba ver una pila de libros mal ordenados, cientos de papeles esparcidos por la mesa del psicólogo. Pero muy a pesar de este caos, la habitación profería el encanto de la armonía que se respira en un verde prado y una tranquilidad que presagiaba una apacible charla.
- Buenas tardes. Mi nombre es Elías- le tendió la mano para estrechársela con una clara sonrisa que se escondía bajo aquella poblada barba en el que las canas empezaban a hacer acto de presencia.- Siéntese- dijo amablemente.
A diferencia de lo que aparecen en las películas, sobre todo en las norteamericanas, aquel asiento no era ningún sillón de cuero en el que parece que en cualquier instante se va a poner a vibrar para dar un relajante masaje. Tan sólo una silla común y una mesa que les separaba.
- Buenas tardes
- Bien, cuénteme. ¿Qué le trae por aquÍ? ¿Ha tenido algún acontecimiento puntual que quiera contarme?
-No estoy muy segura. Ni siquiera se si quiero estar aquí.
- ¿Entonces…?
- He venido por mi propio pie. Nadie sabe que estoy en esta consulta, ni mi familia, ni mis amigos…nadie. Pero si me pregunta por qué estoy aquí no sabría qué responderle.
- ¿A qué le tiene miedo?
- ¿Cómo? No le entiendo. Solamente le hablaba sobre la ignorancia de la gente que me rodea ante mi localización actual. De verás que no entiendo su pregunta- dijo en un tono cercano a la ofensa.
-Discúlpeme, puede que no me haya explicado bien. Usted me decía que nadie sabía dónde se encuentra ahora. Mi pregunta sobre sus temores viene de eso mismo que ha dicho. Está claro que el no explicarle a nadie que iba a venir aquí es producto de un temor. Por ejemplo, el tener que contar la razón que la hecho venir o quizás recordar aquella misma razón. Pero para eso se ha presentado aquí, ¿no? Sino es así, perdóneme, pero no logró entender sus razones para estar aquí.

Lorena, sentada con las piernas entrecruzadas, observaba a Elías ensimismadamente. Sus palabras la habían desconcertado, no por su complejo argumento y cuidada deducción sino por todo lo contrario. La sencillez y simplicidad de sus palabras habían conseguido solucionar la duda que tenía sobre la razón de su estancia en la consulta. No hacía falta ser un erudito ni licenciado para llevar a cabo ese escueto estudio sobre su personalidad. Ella misma sabía la razón. Solamente la escondía por temor…
- ¿Cuál es la razón por la que una persona dedica su tiempo a escuchar problemas ajenos? ¿no tiene bastante con los suyos propios?- fusiló Lorena bajo un breve estiramiento de sus labios en búsqueda de una sonrisa-. No critico su labor, entiéndame bien, ni tampoco su valía como psicólogo que es. Todo lo contrario. Es admirable pero no comprendo cómo una persona puede soportar ver tantas miserias humanas sin derrumbarse nunca por éstas.
- Nada de lo que sucede alrededor es real. Todo es un conjunto de fantasías erigidas por una mente humana sobrenatural, por llamarlo de algún modo. Los sentimientos carecen de un fundamento científico. Las alegrías, las penas… cualquier palabra que haga referencia a esos inexistentes sentimientos no es capaz de derrumbar a la verdadera naturaleza humana.- sentenció Elías ante el desconcierto de una semi-boquiabierta muchacha-. Pero dejemos al lado las conversaciones científicas y metafísicas para otro momento… Dígame, ¿qué le sucede?
- Mi pareja o un amigo, no se bien cómo definirlo, murió hace unos dos meses- explicó Lorena-. Era drogadicto. No se, no puedo olvidarlo. Todo se convierte en oscuridad, ¡todo!-sollozó dejando que las primeras gotas de lágrimas comenzaran a bañar sus marchitos ojos-.
- ¿Él era Luz?
- Quizás. Siempre estuve con él, creo que desde siempre. No recuerdo un día de mi vida sin que él estuviese presente. Lo pasamos todo juntos… Nada de lo que me ocurría se lo podía esconder. Me conocía a la perfección o al menos durante un tiempo fue así. A veces pienso que la culpa de su muerte fue mía pero eso no es lo que me reconcome por las noches. Sea mi culpa o no, el hecho es que está muerto y eso es lo que hace que no logre conciliar el sueño, que me vea llorando, sola, mientras me ducho…

Elías miraba de soslayo hacia la ventana, parecía perdido entre las hojas de los árboles que podía divisar tras ésta. Las hojas con un color verdoso amarillento, movíanse ligeras entre las ramas. Algunas de éstas se las llevaba el viento y otras permanecían tambaleándose sobre la rama.
Sentado en su asiento y decidido a retomar la atención sobre la muchacha que tenía enfrente, volvió a mirarla, fijamente, olvidando las hojas tras la ventana. Tenía que ser sensato y atenderla. Debía ser una de tantas hojitas borregueras que disentían a alzar el vuelo.
- … Como le he dicho, no le puedo olvidar y eso me mata. Todos los días… igual. Está en cada paso, en cada lágrima. Siempre. ¿Me entiende?
- Sí, la entiendo. Dice que tras su muerte, usted no deja de pensar en él y que eso hace más amarga su existencia, ¿no? Bien- sacudió la cabeza mientras alzaba el rostro en busca del reloj que colgaba sobre la pared de la habitación- continuaremos el próximo día. Ya es la hora.
- Muy bien… gracias. Gracias por escucharme- dijo con la voz palpitante-.
- El jueves próximo la veré, entonces. A la misma hora.

Lorena salió apresurada de la sala, tenía que recoger la ropa del tendedero. Había comenzado a chispear.

*************************

Cabizbajo sobre la gran jungla de folios plagados de notas sinsentido, Elías musitaba palabras incomprensibles incluso para él. No tenía prisa alguna en llegar a casa. Estaría sólo como de costumbre o más bien acompañado, si es que compañía se le puede llamar a un gato anoréxico y a un póster de Rita Hayworth que colgaba sobre su habitación desde que se trasladó a aquel edificio cuando se licenció.
Pocas cosas le habían ido bien, desde el punto de vista personal. Ninguna mujer se le había acercado en muchos años y aunque sexualmente estaba curado de espantos, ya poco o nada le importaba introducir sus genitales en la entrepierna de una hembra. Ese calor y jugosidad de las vaginas, esa ternura de los pechos de una mujer carecían de importancia para él. Qué importaba no usar su miembro, tenía a sus pacientes y una pluma que le ayudaba a retratar sobre papel sus ideas sobre la naturaleza, si es que se puede hablar de naturaleza, humana. Cada nota que escribía únicamente sería leída por él, en tanto que ésta fuese recuperada bajo los escombros que poblaban su mesa de trabajo:
La soledad sólo posee algún tinte de sentido cuando ésta se convierte en la embaucadora de todo pensamiento humano, ocupando cada célula de la persona, creando mareas que suben y bajan, incesantemente, sobre la conciencia. Entonces, sí se puede hablar de soledad; mientras tanto, todo lo que se define como tal, es tan solo un espejismo de la soledad pura; un espejismo hacia la nada.

La calle seguía impregnandose de gotas de lluvia a pasos agigantados. No tenía razón alguna para salir de allí y empaparse los vaqueros, aunque mirandolo desde otro punto, tampoco había mucho que hacer en ese cuartucho. Y es que mojarse los pantalones puede ser sinónimo de enfermedad, pero el bulto que le empezaba a asomar por la entrepierna era el recuerdo de su humanidad y eso, desde luego, era mucho peor que un simple resfriado.

Texto agregado el 27-09-2006, y leído por 309 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
28-01-2007 Veo en ti 8un gran potencial, pero te falta mucha experiencia y pericia. siga escribiendo y aprendiendo... Superentrevista
25-11-2006 Me gusta mucho esta primera parte, la forma en que narras y como están dibujados los personajes. Las conversaciones son muy naturales. Voy con la segunda parte. m_a_g_d_a2000
24-11-2006 No podía pasar al tres sin leer el primero. Muy bueno lesu
23-11-2006 Muy bueno, con mucha profesionalidad y un tema especialmente escabroso, por ello el texto vale más. meci
23-11-2006 Que manera de escribir y describir muchacho!... eres tremendamente genial y muy realista, voy a la otra parte! ***** Debbie
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