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Planeé asesinar a la muerte y me imaginé que ello sería como el vano intento de aplastar a una mosca. En realidad –pensé- la muerte es escurridiza, cumple su cometido con la mayor eficiencia y se marcha como el más experto sicario. Era pues necesario que supiera en donde se encontraban los moribundos, los desahuciados, los que pretendían suicidarse agobiados por las infinitas penas del alma. Perseguí ancianos como el pez persigue el anzuelo. Pero los carcamales aquellos me resultaron muy saludables y cejé en mi intento al comprobar que uno de ellos se reunía con una muchacha de veinte y ambos partían muy acaramelados hacia algún lugar. Con respecto a los suicidas, ninguno de ellos pensaba, en realidad, acabar con su existencia y todos sólo trataban de llamar la atención de sus familiares. Sólo uno de ellos intentó saltar al vacío y quedó ridículamente colgado de una viga que se le enredó en los pantalones. Los que iban a morir, optaban por obedecer las indicaciones de los médicos y mantenían a la muerte a raya.

Imposibilitado de encontrarme cara a cara con la mortífera enemiga, intenté yo mismo hacerme el moribundo y fue tan veraz mi actuación que muy pronto me acometieron unas terribles tercianas a las que siguieron unas convulsiones espantosas. Mal que mal, se me reconoce como el más grande hipocondríaco. A los pocos minutos, alguien mandó llamar a una ambulancia y en medio de la expectación de la gente que se había arremolinado junto a mí, muy pronto, me introdujeron en uno de estos tecnológicos vehículos. Pronto perdí el pulso y un enfermero me colocó dos aparatos en el pecho y sentí una poderosa descarga eléctrica que me hizo pegar un tremendo salto. Pese a ello, no abandoné mi resolución de atrapar a la malhadada aquella y con un ojo semiabierto contemplé como el paramédico acercaba su rostro al mío. ¡Horror! El tipo estaba decidido a practicar respiración artificial. No podía volver en mí porque desvirtuaría todo mi plan. Por lo tanto cuando sentí su boca apegada a la mía, abrí mis ojos y entonces pude contemplar un par de agujeros negros y el contacto frío del hueso sobre mis labios. ¡Era ella, la muerte que se había posesionado del cuerpo del enfermero. Antes que yo sintiera que me hundía en un pozo abismal, pude contemplar su faz cadavérica que sonreía atroz, luego de conseguir otra alma para su reino de sombras. Entonces reaccioné como siempre pensé que lo haría. Desde pequeño, nunca entendí como la gente se podía morir con tanta facilidad cuando era cosa de negarse con toda la voluntad del mundo a abandonar este mundo. Antes que las garras de aquella se hundieran en mi garganta, pegué un salto y la eludí con suprema resolución, arrojándome a la calle con la ambulancia en plena marcha.

Desperté todo magullado en mi cama. Lo había olvidado todo. Varios días más tarde pude recuperar la memoria y entonces levanté mi puño victorioso porque había conseguido derrotar a la malvada asesina. No había conseguido mi propósito de acabar para siempre con ella pero, de alguna manera, al permanecer con vida, ya había triunfado.

Sin embargo, estoy señalado por su descarnado dedo. Ella ahora me persigue a cada momento y en toda circunstancia. Lo supe cuando mi madre entró a mi habitación provista de una bandeja con comida. Ella me sonrió con esa dulzura tan peculiar suya, que siempre me ha desarmado. Pero ¡Horror! A medida que se aproximaba a mi lecho, su piel parecía caerse a pedazos hasta transformarse en una espantosa osamenta que me sonreía desde su propia sombra espectral. Salté de mi cama con ese derroche de voluntad que, por lo menos, hace titubear a esa implacable enemiga y me escapé una vez más de sus garras.
Ahora, soy un ser que desconfía de todo y de todos. La cadavérica señora me persigue con sus multiples recursos y no me da tregua en ningún instante. Hace más de un mes que no puedo conciliar el sueño y huyo, huyo siempre. Matar a la muerte, al fin y al cabo es una tarea imposible y sólo puedo poner todo mi empeño en conservar mi propia existencia. Aunque, en rigor, esto ya no puede considerarse vida...













Texto agregado el 26-09-2006, y leído por 293 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
27-09-2006 No po, cuenta ovejas en monopatín o con piloto automático, para que ellas conduzcan mientras tu duermes. Que sensación más chanta esa de sentirse perseguido. Mis estrellas y mi cariño de siempre, anemona_
 
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