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Era una niña que vivía en una granja no muy lejos de un pueblo. Una granja con gallinas, patos, conejos, vacas lecheras con sus terneros, dos caballos, un tractor, un perro guardián, huerta de coles y zanahorias, sembradío, establo y todo lo demás que debe tener una granja.

Marina, se llamaba, aunque vivía en el centro de un país sin mar a la vista. Sus padres le pusieron ese nombre antes de que naciera; ella no tuvo ninguna oportunidad para opinar. En realidad no es que le disgustara, el nombre sonaba bonito, a tiempo de vacaciones o a serie de la tele, pero ¡que se yo! vete a saber como sonaría ella con otro nombre. Quizá al ser llamada de otra forma se sentiría diferente, más alta, más rápida, más inteligente, más simpática, mas guapa.

Marina ayudaba a su abuelo a ordeñar las vacas en el establo. En realidad sólo se encargaba de apartar a los terneros en un corralito, donde se quedaban con cara tristona a esperar que les abriese la puerta para salir al prado y reunirse con sus mamás después del ordeñe. Un día, mientras vigilaba a los terneros y pensaba en sus posibles diferentes nombres, escuchó un cuchicheo a sus espaldas. Algo que sonaba como sipi, sipi. Cada vez que pensaba alta, sipi, rápida, sipi, inteligente, sipi, simpática, sipi, guapa, sipi, sipi.

Marina intrigada, creyó que se trataría de algún animalito no conocido, alguien que quisiese agradarla para ser su amigo. ¿Quién sabe? Y se puso a buscar por entre los tachos de leche y las bolsas de pienso, pero no encontró nada.

El abuelo era muy severo, aunque también hay que decir que cada vez que iba al pueblo con su camioncito lechero, le traía chocolatines y otras chucherías en premio a su buen comportamiento. Al abuelo le gustaban las niñas bien educadas, que siempre contestaban afirmativamente a los pedidos de los mayores.

“Ve a alimentar las gallinas”, decía el Abuelo. “Sí, abuelito”, contestaba Marina. “Muy bien, así me gusta”. “¿Terminaste tus deberes para mañana?”, preguntaba la madre. “Si, mamá”. “No pongas los codos sobre la mesa”, decía el padre. “Sí, papá”. Y desde aquel día en el establo, cada vez que Marina estaba por contestar, escuchaba sipi, sipi. De tal modo que, sin darse cuenta, un día empezó a decir sipi en vez de simplemente sí.

Al principio tal costumbre llamó la atención de los familiares pero luego se acostumbraron, sin más.

Marina, sin embargo, estaba intrigadísima con aquella vocecita que susurraba sipi, cada vez que debía contestar algo. Inventaba todo tipo de trampas o triquiñuelas para descubrir al personaje que pronunciaba el famoso sipi. Porque seguramente debía ser alguien. Un duende, un angelito, un grillo como el amigo de Pinocho. Le gustaría descubrir que se trataba de un hada pequeña con vestido blanco y una varita rosa.

Un día el abuelo la encontró espiando dentro del televisor. Marina explicó que tenía curiosidad por conocer su funcionamiento, saber cómo las imágenes de las gentes y las cosas se aparecían en aquella pantalla y, lo más maravilloso, cómo podían estar en todas partes al mismo tiempo.

El abuelo quedó muy satisfecho con las inquietudes de la niña y se puso a explicarle no se qué cuestiones de las ondas sonoras y visuales. Marina no estaba interesada en escuchar aquellas difíciles razones. En realidad había tenido la esperanza que Sipi, su personaje invisible, fuese algo parecido a los de la tele.

Todo transcurría muy bien para Marina siguiendo el consejo de la vocecita que le susurraba sipi a sus espaldas. Si se guiaba por Sipi, las cosas le irían de maravillas.

Pero llegaron días en que algo comenzó a funcionar mal. Vino su vecina y la invitó a saltar con la comba. Marina escuchó sipi, eso contestó y dejó los deberes sin hacer. Al día siguiente su maestra la regañó y escribió una nota para su mamá.

Otra vez su madre le propuso ir al pueblo de compras y Marina contestó
sipi, por supuesto, y se fue dejando a los terneros del abuelo encerrados en
el corral. ¡Qué enorme enfado tuvo el abuelo! Pero ella no podía entender, pues había seguido la voz de Sipi igual que en anteriores oportunidades.
Corrió llorando a esconderse en el pajar y se preguntaba en voz alta que debería hacer, cuando escuchó una cuchicheo detrás suyo. Prestó atención y cayó en la cuenta que se trataba de alguien que decía “nopo”.

A cada pregunta de Marina, la vocecilla respondía nopo. “Si contesto sipi y me regañan, cuando yo lo hago para no contradecir a nadie y ser una niña bien educada, ¿qué debo hacer?”. Nopo, se escuchó una vez más. Y Marina entendió, al vuelo, que Sipi no le convenía y sería mejor seguir el consejo de su nuevo amigo Nopo.

Apareció su vecina y le propuso ir al arroyo a pescar. Pero Marina contestó nopo y se fue a dar hierba fresca a los conejos. El abuelo. esa tarde, la premió con una caricia y le prometió una chocolatina en su próxima ida al pueblo.

Marina se dijo; “Esto funciona, seguiré el consejo de Nopo.”

Su padre le propuso ir a la ciudad y visitar el Zoológico, pero Marina contestó nopo y se quedó, en casa, aburrida frente al televisor.

“Ayúdame a poner la mesa”, le pidió su mamá. “Nopo”, contestó la niña y ¡tong! recibió un coscorrón.

“Ven a comer que ya está servido.” “Nopo”, se escuchó a Marina antes de ser enviada a su cuarto castigada.

“Este Nopo tampoco me conviene”, se dijo la niña entre sollozos. “Cómo haré de ahora en adelante, si no me sirven ni Sipi ni Nopo.

A partir de entonces las cosas se complicaron aún más, porque ahora, cada vez que Marina tenía que contestar o decidir algo, escuchaba sipi y nopo a la vez. Y se hacía un lío porque no sabía a quien hacerle caso. De tal forma que se fue quedando callada y ya no contestaba ni los buenos días, por temor a equivocarse.

Sus papás y el abuelo estaban muy preocupados y discutían si era mejor llevarla a un médico o de vacaciones al mar. Ella prefería el mar, ¡faltaba

más!, pero no conseguía aclararse con el embrollo de Sipi y Nopo. Así que optó por pasarse los días enteros frente al televisor.

Mira por dónde, cierta vez que pasaban no se cuál dibujo animado, en la pantalla se presentó un personaje rarillo que no se sabía si iba o venía, subía o bajaba, si era bonito o feo, alto o bajito. En resumen, que no se podía asegurar si era o no era. Pero estaba allí, en la pantalla, y parecía querer hablar con Marina.

Al cabo de unos minutos sin mediar palabra, él dijo; “Hopolapa Maparipinapa”. Pero la niña no reaccionó, así que insistió; “Quepe tepe papasapa, ¿epestapas tripistepe?”

Ella salió de su silencio y le preguntó; “¿Cómo te llamas?”

El personajillo contestó: “ Mepe llapamopo Sipi Nopo”.

“Ah, eres tú , pero yo creía que erais dos Sipi y Nopo.¿ No me estarás engañando otra vez? Porque ya me has metido en un buen lío. Ahora tienes que ayudarme a saber cuando debo elegir Sipi o Nopo”.

El pequeño ser se sonrió y dijo las siguientes palabras antes de desaparecer de la pantalla.

“Yopo sipiepemprepe tepe dipirèpe Sipi ypi Nopo apa lapa mipismapa vepez. Lapa sopolupuciópon epestapa epen poponepermepe apa prupuepebapa, peperopo epel trupuquipillopo depebepes epencopontraparlopo túpu sopolapa. Epen epesopo napadiepe tepe puepedepe apayupudapar.”

“¡Sipi Nopo sapal depe nuepevopo!”, dijo Marina sin darse cuenta que sabía hablar en jerigonza y que había comprendido el mensaje. Pero Sipi Nopo no retornó.

Durante algún tiempo Marina estuvo ocupadísima tratando de poner a prueba a Sipi Nopo, pero no encontraba la forma. Ideaba todo tipo de adivinanzas, trabalenguas o trampas para descubrir el secreto.

Probaba distintos métodos. Por ejemplo, contestar lo contrario de la primera vocecita que escuchara a su espalda, si esta era sipi elegir nopo, y al revés.
Pero la cosa no funcionaba y muchas veces elegía mal, como cuando su abuelo le ofreció comprarle una guitarra, en vista del empeño por resolver el problema, y Marina la rechazó. ¡Con la ilusión que le hacía llegar, algún día, a tocar la guitarra en la tele!

Así anduvo equivocándose hasta que fue comprendiendo que Sipi era bueno o malo y Nopo conveniente o inconveniente, según la elección de ella misma en cada ocasión y que lo importante era estar segura de la decisión tomada.

¿El truquillo? Muy fácil, cuando sentía Sipi, Marina fruncía el ceño. Que Sipi insistía, pues le hacía caso. A Nopo le guiñaba un ojo con picardía y si este no se callaba, decía que no y listo.


Texto agregado el 20-01-2004, y leído por 1314 visitantes. (0 votos)


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