LA ÚLTIMA RESPUESTA

Las piedras del desierto le transmitirían su sabiduría y encontraría las respuestas a las preguntas que atribulaban su torturada mente. Caminó desnudo sobre las piedras, que le destrozaban los pies, y bajo un ardiente sol que le llagaba la piel. Al aproximarse al límite de sus fuerzas, se detuvo, y entonces surgió la demanda, espontánea e incontenible.
-¿Por qué los hombres somos aún seres imperfectos?
Una y otra vez brotó de sus labios resquebrajados y ardientes la misma pregunta, mientras el paisaje le devolvía un brillo y una quietud
deslumbrantes.
-Los hombres no son seres perfectos porque aun se mueven; porque no tienen la inmovilidad de la piedra- escuchó al cerrar los ojos.
- Entonces... ¿por qué o para qué se mueven?- interrogó ya al borde mismo del final.
-Se mueven para alcanzar la perfección de la que carecen a causa de que se mueven.
Al comprender esto, emitió un suspiro, cayó de bruces sobre las piedras y dejó de respirar. Las aves de rapiña y los gusanos se ocuparían pronto de su carne y de sus vísceras. Pero el esqueleto quedaría junto a las piedras, participando, como una parte más de todo lo inanimado y mineral de desierto, del sentido de la última respuesta.