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LA PEQUEÑA

Un rayo de sol entraba por la ventana iluminándome el rostro, me desperecé perezosamente, me senté en la cama, llené de oxigeno mis pulmones, mi estomago y contando hasta ocho fui soltando el aire lentamente.
La mañana estaba espléndida invitaba a gozarla, así que decidí darme una ducha y disfrutar el desayuno en la terraza.
El espejo del baño estaba totalmente empañado, mientras lo iba secando con la toalla, mi imagen se fue componiendo como un rompecabezas.
Lo primero que se reflejaba era mi cabello mojado cayendo sobre mis hombros, me acerque aún más al espejo y pude comprobar que todavía el paso del tiempo no había dejado vestigios en mi rostro y ninguna arruga se divisaban alrededor de mis ojos claros, como los de la abuela Esther. Lo único que había heredado de ella, además de su carácter, era el color de sus ojos, lo demás me parecía más a mi tía, la hermana menor de mamá.; nariz pequeña, boca sensual, pómulos no muy prominentes, tez morena clara.
A pesar de que algunas hebras canosas se mezclaban con el castaño del cabello, aún no era necesario disimularlas con tinturas, lo desenredé con el peine dejándolo secar libremente.
Tantos años de ejercicio físico habían dado resultado, mis piernas estaban bien torneadas, mi abdomen chato y mi cola firme, al igual que mis senos, aunque no muy grandes, tampoco eran despreciables.
Tomé el pote de crema y comencé a masajearme los pies, siempre me gustaron, el tamaño justo para mi altura de 1.68m, luego continué humectando toda mi piel hasta terminar con las manos, delgadas y de dedos finos.
Mientras me vestía con un jean y una blusa blanca, sonó el teléfono:
- Hola
- ¿Hola Paula?
- ¿Si, quién habla?
- Soy yo, Marcela, no te conocí la voz, la tienes más suave, quería saber si ibas a estar por allí, necesitaba charlar contigo.
- Si estaré, iba a desayunar ahora, si quieres te espero.
- Ok, en un rato paso.
- Chau
Terminé de vestirme y fui a la cocina a preparar el desayuno, jugo de naranjas, tostadas, manteca, mermelada y café.
Me senté en la terraza a leer el diario y esperar a Marcela, mi amiga de la infancia, nos ayudábamos mutuamente, siempre hemos sido solidarias la una para con la otra, como también con los demás. Tal vez este espíritu fraterno nos convocó a abrir una librería-biblioteca en un barrio marginal de la ciudad. Y los chicos de la zona concurren allí atraídos por la novelería y poco a poco le van tomando el gusto a la lectura y aprenden jugando a leer y a escribir.
Llegó Marcela, desayunamos, intercambiamos algunas ideas con respecto a otra librería que estábamos abriendo en un centro comercial, siempre quisimos combinar una cafetería con libros y ahora el sueño se estaba haciendo realidad.
Terminamos el desayuno y nos fuimos a nuestro nuevo local, mientras compartíamos un café hicimos un repaso de nuestras vidas, de nuestras parejas, los desengaños, las ilusiones, y los hombres que aún nos quedaban por conocer, nos sentimos más mujer, más lindas, como si la madurez nos hubiese regalado sabiduría, belleza e inteligencia.
Al caer la tarde volví a mi departamento, me saqué los zapatos, me tiré en la alfombra, cerré los ojos y me desperté escuchando...

De vez en cuando la vida
se nos brinda en cueros
y nos regala un sueño
tan escurridizo
que hay que andarlo de puntillas
por no romper el hechizo...





Texto agregado el 02-07-2002, y leído por 551 visitantes. (0 votos)


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