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El 5 de Julio de 1954, según el informe de Gendarmería Nacional, una balsa con cuatro pescadores de sardinas, desapareció por completo producto de una intensa tormenta en el océano. Los viejos conocedores del oficio difieren de esas afirmaciones y cuentan que la balsa de Don Eugenio Peñaloza aun sigue divagando por las agitadas aguas saladas del mar.
La noche era fría y la neblina cubría la costa por completo. La barcaza “Pueblada” estaba lista para zarpar. —En días como estos no se puede perder oportunidad. Los sábalos deben estar hambrientos— pensaba el capitán Gervasio Medina en la proa de su navío. A los pocos minutos zarparon rumbo al norte en busca de sus presas. Tras diez horas de calma navegación llegaron al lugar donde el radar indicaba la presencia de un importante cardumen de peces. —Sábalos a la vista— gritó Guillermo Aliaga. Las redes se descolgaron raudamente, los marineros corrían en forma desaforada de un lado hacia otro llevando a cabo las tareas específicas que había encomendado el capitán Gervasio Medina. El silbato marcó que todo estaba en orden y que ahora solo había que esperar de dos a tres horas para levantar las redes y comenzar a llenar las bodegas con el trofeo.
La noche seguía en calma y la niebla, de a poco, se iba disipando. Gervasio Medina insistía que sería un gran día para su barcaza. Había esperado ese momento por más de diez meses de intentos en vano. Quizás era su última oportunidad o el comienzo de una nueva era de triunfos y reconocimientos; ya solo restaba una hora para saberlo.
Mientras Gervasio Medina observaba el esplendor de las estrellas en la noche recordó la anécdota de la balsa de Don Eugenio Peñaloza. Nadie conocía la historia como él ya que cuando la precaria nave estaba por zarpar, hacia exactamente cuarenta años de la desaparición, Gervasio Medina era un simple aspirante a marino y fue unos de quienes ayudó a cargar los comestibles para los tripulantes de la embarcación. —Es mi última oportunidad— había escuchado decir al viejo Peñaloza. Recordó también que el viejo lo había mirado con ojos tristes como aquellos que ya no tienen, ni siquiera, ganas de mirar. Ahora, cuarenta años después, sabía que la balsa de Don Eugenio Peñaloza no iba por sardinas, sino que zarpaba en busca de sueños perdidos u olvidados.
Un fuerte sacudón del navío hizo que Gervasio Medina recobrara la conciencia. Corrió al radar y fue allí cuando se quedó perplejo. Se desarmó como un castillo de arena en medio de un vendaval y se despatarró sobre una silla. Los sábalos habían, incomprensiblemente, cambiado de rumbo y sus redes estaban vacías. Entró en un sueño profundo producto de alguna agitación mental. Despertó a los veinte días en el hospital de Carrodilla. Hecho curioso que lo hizo con una sonrisa tan amplia que precipitó que lo internaran en el psiquiátrico más cercano de la ciudad. Esa decisión se había tomado no solo por la incoherencia de la sonrisa de un hombre que todo ha perdido sino que el hecho estaba agravado por unas raras palabras que emanaban de su boca: —Don Eugenio Peñaloza está vivo. El tesoro no son los peces, sino que los sueños se hagan realidad—. Horas mas tarde cerró sus ojos y salió en busca de Don Eugenio Peñaloza hacia la altamar. Tenía mucho que navegar.
(Fin).

Texto agregado el 11-08-2006, y leído por 262 visitantes. (0 votos)


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