Dejaban una huella que marcaría a hombres y mujeres. Delante, el guía untaba con sus manos los presuntos fieles como único exponente de la magnitud divina. Sombras y cruces recorrían el adverso territorio, mientras el murmullo de rezos se acrecentaba en una suerte de promesas incumplidas acariciando el cálido desierto.
Desde lejos pude ver el ensombrecimiento de la tierra como un aquelarre de almas llevando sus vicisitudes. Me resigné a mirarlas, mientras aún tenía la esperanza de aguardar la buena nueva...

Ana Cecilia. ©