TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / kucho / NUNCA PODRAS SABERLO (CAPITULO TRES)

[C:226991]

Sí, Antonia, ya sé que para ti tampoco ha sido fácil, tú también sola, pero además con los niños, con Curacaví, con Hijuelas, que para mí, y hasta el día de hoy, no son más que eso, Curacaví e Hijuelas, dos lugares en los que entiendo que hay algo que Alfonso hace, relacionado con su profesión y sus negocios, pero en los que también tú tienes responsabilidades, y ahora que estás sola toda las responsabilidades recaen en ti, y yo siento día a día la impotencia de no poder estar ahí contigo, la enorme distancia que media aún entre nosotros y nosotros juntos, y con sólo treinta fugaces años por delante, ¿te das cuenta?, sólo treinta años para nosotros, treinta años para que yo sea tu hombre y tú mi mujer, para apoyarte y para que que me apoyes, para vivir juntos treinta años que ya casi no estamos viviendo, que sólo serán veintitantos, pero qué diablos, mucho se puede hacer pero no todo, sólo nos queda ser optimistas y suponer que vamos a vivir muchos años, que seremos longevos, yo al menos tengo antecedentes familiares de longevidad, mi papá murió a los setenta, pero sólo porque no quiso seguir viviendo más, ya te hablaré de eso, y tu papá ya va en los noventaitantos y hasta pololea, pero también en mi familia hay antecedentes en contrario, abuelo y abuela maternos muertos antes de los cincuenta, supongamos que yo seré de la rama longeva, como siempre pensé, y que viviré cien años, o más de cien, pero contigo, por lo menos treinta años más, que podemos estirar cada año y suponer siempre que nos quedan treinta años por delante, y treinta años para atrás que se comió la vida, que se comió la historia, y en la que dos personas como nosotros, que hemos descubierto que amamos tanto la vida juntos, estuvimos separados por tantas cosas, por tanta vida, también, y son treinta años irrecuperables, imagínate, entre los veinte y los cincuenta, cuantas cosas habríamos podido hacer, si a los cincuenta, y en poco más de año y medio, hemos hecho tanto, luchando contra la distancia, contra las circunstancias adversas, riéndonos a gritos de lo imposible, echándonos de menos en la mañana, mientras tú llegabas a Osorno, y encontrándonos en la tarde en Temuco, ante tu asombro y tu incredulidad ¿cómo estaba ahí, en el aeropuerto de Temuco, ese cronopio que sólo hacía pocas horas te llamaba desde Viña? para pasar nuestras primeras noches juntos, y celebrar nuestro “aniversario” mensual número seis, sin que nada hubiéramos planeado, ¿te acuerdas?, yendo en la tarde del día siguiente a comer jabalí a Pucón, al final no comí, pero cambié mi pasaje para el mismo día que tú regresabas, y prolongamos lo increíble más allá de toda posibilidad, y esa fue nuestra primera luna de miel, nuestra primera noche de pijamas, tú con pijama rojo, no lo olvidaré, mi roja muchacha, el mío no recuerdo cual era ¿llevé pijama?, nuestro primer despertar juntos, sin la tortura del “ya, llévame”, aunque siempre marcado por un final, por un fatal momento en que tenía que devolverte, y antes, antes aún, nuestros primeros paseos, nuestro “tures”, el modo que inventamos para huir por unas horas de un mundo que nos resultaba hostil, un mundo en que éramos aún clandestinos, en que nuestro amor se abría dificultosamente paso entre matorrales y zarzas, entre el dolor de la mentira y la alegría de estar juntos, ¿quién podría haberlo sospechado sólo unos meses antes? por lo menos, ni tú ni yo, y aún recuerdo ese primer paseo, el “tur” a la costa, temprano en la mañana, saliendo hacia San Antonio, un café en Llolleo, Rocas de Santo Domingo, y un beso en la playa que no podré olvidar, porque era el primer beso concedido, y no robado, como esos otros besos de despedida, en el Tavelli de Manuel Montt ¿te acuerdas? ¿cuándo fue todo eso?, juegos de palabras, fintas, esquivarse y acercarse a través de la palabra, del correo electrónico en los entreactos, para luego tomarse un café y despedirse, cuando tenías que volver a tu casa, porque la nana ya se iba, la Oli, que en realidad se llamaba Dolly. “como la oveja clonada” me dijiste, y tú me hablaste del arcoiris, y entonces yo, más allá de todo cuanto pudiera haber soñado, te dije “tú eres mi arcoiris” y te dí el primer beso, totalmente robado, lo admito, pero que recibió como respuesta tuya no el bofetón, no el final abrupto de una relación que se iba perfilando, sino esa sonrisa tuya que aprendí ahí mismo a amar, y luego, volver a Viña, transportado, para al día siguiente poder decirte algo en el e-mail, y luego, la próxima vez en Santiago, repetirme el plato por partida doble, dos besos, dos besitos de niños, al despedirnos en esa calle entre Antonio Varas y Manuel Montt, bajo una luna saliente que nos miró, cómplice. No, el beso de Rocas de Santo Domingo ya fue un beso de dos, un beso que tú me diste tanto como yo te dí. ¿En qué pensábamos en esos momentos, qué avizorábamos, qué futuro teníamos cada uno por delante?. Mientras almorzábamos en Isla Negra, donde la Charo Cofré , ¿en qué pensaba yo, en qué pensabas tú?, y luego, el atardecer en Algarrobo, y ese otro beso, en la punta de un muelle, y mi primera insinuación de algo más, detenido el auto frente a unas cabañas, y tu maravillosa respuesta “¿tú crees que yo quiero estar una hora contigo?”, porque ya era tarde, y aún había que volver a Santiago, y yo sentí que tú querías que lo nuestro, aunque todavía no podíamos hablar de “lo nuestro”, que eso que estaba empezando a suceder entre nosotros, no fuera un punto menos que lo más hermoso, que nada manchara ni siquiera la estética de eso que se estaba tejiendo entre nosotros, y así fue, y volvimos a Santiago mientras anochecía, y no nos habíamos acostado juntos en una cabaña del Tabo, y yo era feliz, verdadera, intensamente feliz, es raro que así fuera, porque había sido nuestra primera cita, y tú y yo éramos personas casadas, ni siquiera separados, o al menos uno de nosotros separado, pero no, ninguno de nosotros estaba ni siquiera en proceso de separación, cada uno con su historia triste, es cierto, pero no más que eso, y precisamente el hecho que así fuera convertía esta cita en la cita clandestina de un hombre y una mujer que, si no eran sólo amigos, no podían ser otra cosa, en esas circunstancias, que amantes, con todo lo que ello implica en una sociedad como la nuestra, sin un lugar propio, haciendo de cada motel un mundo, pero no, ni tú ni yo queríamos eso, aunque en ese momento de incertidumbre e indefinición yo no lo viera con la claridad con que tú lo viste, porque tú no querías sólo una hora de intimidad conmigo, y si no era así no habrías querido que sucediera nada entre nosotros, te confieso que yo no veía con tanta claridad eso, y quizás fue eso mismo lo que a mí me dio una nueva luz sobre lo que estaba sucediendo, y fue forjando en mí una nueva voluntad, una nueva certeza, una nueva esperanza, esa certeza, esa voluntad y esa esperanza que me llevarían a decirte aquello que causó tu sorpresa y hasta tu risa, un tiempo después, aquel “¡cásate conmigo!” que te dije cuando aún no hablábamos de separaciones en nuestros respectivos matrimonios, cuando nuestra relación, que ya lo era, comenzaba a resolverse en lo secreto, en ese secreto que, especialmente para ti, resultaba incómodo e insostenible, pero no creas que era menos para mí, pues yo también sentía, cada vez con más fuerza, el peso del engaño, de ese engaño que consistía, fundamentalmente, en callar, no en mentir, sino en callar, pero que sólo esperaba una pregunta para hacer estallar la verdad, como te pasó a ti, Antonia, poco después de volver de ese viaje a Canadá que hiciste en junio, nuestra primera separación, pero casi también la última, cuando tu verdad, nuestra verdad, quedó revelada por la lectura de nuestros correos, y yo sentía que todo se hundía, que todo no había sido más que un sueño, del que ahora había que despertar para siempre, pero no, porque ante mi depresión tú mantuviste la esperanza y me hiciste sentir que nada se había hundido, que todo estaba en pie, que lo único que había sucedido es que ahora empezaba otro período, tal vez más difícil, pero, al mismo tiempo, más verdadero, y, poco después, me llegó la hora a mí, y también mi matrimonio se puso en cuestión, con una especie de separación diferida, pero ya definida, aunque más parecía una forma de patear la pelota para adelante, pero, en fin, el panorama empezaba a tomar forma, con indefiniciones, con ambiguedades, pero los términos empezaban a aclararse, y tú no flaqueaste, aunque todo tu estructurado mundo familiar (y el mío no lo era menos) comenzaba a tambalearse y no se adivinaba como iba a derrumbarse, para qué lado caería, y lo mismo yo, con la espada de Damocles colgando sobre mí a plazo indefinido, pero entretanto, cuanto amor vivido, cuantos “tures”, especialmente ese que nos llevó a Viña, y en el que tú elegiste el lugar, otras rocas junto al mar, en Concón, y la hora, un crepúsculo perseguido en el auto para ser atrapado justo ahí, para decirme, por primera vez, ese “te amo”, que yo reclamaba desde hacía ya tiempo, y que tú no quisiste entregar hasta el momento en que lo sentiste verdadero, hasta el momento en que sentiste que ya podías pasar unas horas conmigo, unas horas que fueron la noche entera, para amanecer juntos caminando en la avenida Perú ¿te acuerdas, Antonia? fue hace poco más de un año, y parece que desde entonces hubiéramos vivido una vida entera, esa vida, esos treinta años que no vivimos juntos, y que ahora reclaman sus derechos, haciéndonos sentir que cada día que no estamos juntos, y que son los más, cada día es un día robado a nuestro futuro, un día irrecuperable, como hoy, tú en Santiago, a esta hora seguramente en la peluquería, cortándote el pelo más de los dos centímetros que me prometiste, seguro, yo en Viña, en mi fin de semana con los niños, preocupado del supermercado, de tenerles cosas ricas, de que estar con el papá no signifique sólo incomodidades, en este departamento que hasta a mí solo me queda chico, pero, en fin, me las arreglo, sabiendo, resignadamente, que en dos días más estaré ante una ruma de platos y vasos sucios, esperando con desesperación que venga la señora que me hace el aseo cada dos semanas, la Matilde, para devolver el departamento a la normalidad, aunque esa palabra, normalidad, ahora me suena como algo remoto y más bien ligado a todo lo de falso, hipócrita y depresivo que significaba esa vida que yo llevaba antes de ti, esa vida que sólo quería huir de sí misma, sumergiéndome en el trabajo, no puedo olvidar como hace tan poco tiempo atrás yo pasaba los fines de semana en la oficina, para huir del vacío de mi casa, que ya no cobijaba a una familia, sino a seis individualidades que ya no eran capaces de unirse ni siquiera para tomar un desayuno juntos, un almuerzo en medio de la semana, por último, comer algo juntos en la noche y comentar las noticias, nada de eso ya existía, y yo veía impotente el derrumbe de una esperanza, pero también del autoengaño que era creerse el cuento que esa armazón que envolvía la nada pudiera sustentarse eternamente, y la depresión me llevaba a añorar, los domingos por la tarde, al caer la tarde, los lunes en la oficina ¿cuándo ha habido alguien en Chile que desee volver el lunes a la oficina? Pero hubo uno, yo, que el domingo en la tarde se servía silenciosamente un whiskie y se lo tomaba, fumando un cigarrillo, solo en el living, mientras veía como su familia no era más que unas cuantas fotos en un álbum, y deseando que fuera lunes para estar lejos de ese cementerio, y no sólo por la paz y el silencio de los cementerios, sino porque ahí yacían, muertas, todas las ilusiones de una vejez feliz, con una compañera que aún lo fuera, y rodeado de nietos, y ahí yacía yo también, muerto en vida, transformado en productor y proveedor, hasta con los amigos enterrados, sin ánimo ya siquiera de buscar en la vida social, en el contacto con los amigos, el escape a la angustia que día a día, tarde a tarde, noche a noche, semana tras semana y año tras año se iba apretando en torno a mi cuello y a mi pecho. Sí, Antonia, si yo no estaba muerto me estaba muriendo. Hasta que tú llegaste, Antonia, hasta que tú llegaste.

Texto agregado el 05-08-2006, y leído por 271 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
31-10-2006 No sé que decirte, me has emocionado sin duda, tienes una calidez, una ruta espiritual maravillosa, una narrativa esquisita, es un diario de vida ejemplar, tu factura de primer nivel***** BajoCero
01-10-2006 Bueno, me gusta tu estilo, aunque te confesaré que me siento un poco voyeuse, aunque sé, por tu primer capítulo, que Antonieta está de acuerdo en que nos cuentes tu vida, (pero no sé si los demás implicados, los hijos de ambos principalmente, estén de acuerdo). No sé si llegue hasta el final, de todos es agradable seguir esas frases interminables que duran un capitulo. loretopaz
09-09-2006 relato que no deja respirar y que envuelve comola realidad***** totot
06-09-2006 se recorre uno todo una y otra vez, sobre todos quienes en algun instante hemos sentidpo ese vacío que se produce en el hogar en donde nada es como debiera ser. y que el pensamiento no está an los ojos de los hijos ni lenlas manos de la mujer sino en otro punto del planeta. hay quesegior con la lectura***** curiche
30-08-2006 Sí que es intenso. Tu manera de escribir (de corrido, de un sólo párrafo) requiere un buen estado físico... Muy bueno, kucho ! elnegropablo
Ver todos los comentarios...
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]