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Era de esos domingos como todos los domingos; decidí desayunar en lo de don Aníbal, la señora Matilde, su mujer, prepara unos bollos rellenos de crema ácida para los solterones del pueblo llegados a Palo Colorado con un sólo propósito, buscar mejor fortuna.
Esa mañana me sumé al revuelo que se había formado con la última noticia; en el cristal de la entrada decía un papel impreso con letra cursiva:
“Se convoca a todos y cada uno de los que tengan algo que contar; no hay límite de edad, podrán participar sólo varones. El premio, veinticuatro horas con Dolores Esperanza de las Cruces Mora. El relato debe ser original de cada propietario, se premiará la Mejor Mentira.”
El premio a la mejor mentira no dejó de sorprenderme, alrededor podía oír las risas y los planes. Me acerqué a la mesa pegada a la puerta donde un grupo de veteranos se alistaba para una partida de naipes.
- ¿Cómo están los aíres hoy por la mañana Constantino?- fue en coro la bienvenida. Yo respondí con una sonrisa y me dejé caer en la silla. - ¿Qué le pareció el nuevo reto del pueblo?-
- Bueno, para ser sincero no deja de sorprenderme.
- Aparte de la humorada, con la recaudación del dinero se pondrá termino al último tramo de la línea del tren.
- No entiendo cómo Dolores ha accedido a tal empresa, pero a pesar de lo que se dice de ella, sé que es mujer de gran corazón.
- ¡Y de gran destreza!- Se oyó una voz al fondo de la estancia. Las carcajadas llenaron el aire y el aroma dulce despertó mi estómago.
Sobre el mesón de doña Matilde, la lista con los nombres inscritos se alargaba tanto como se acortaría la línea del tren; un par de mujeres parloteando salía del lugar moviendo la cabeza de un lado para el otro.
Además de los carteles colocados en lugares estratégicos la noticia corrió de boca en boca; nadie sabía a ciencia cierta quién era el organizador de dicho evento, pero en Palo Colorado, eso no tenía la menor importancia.
Regresé a mi casa a mitad de la tarde con el propósito de pensar en la gran mentira. Por mi baja estatura mi poca fortuna sumada a mi estrabismo congénito, un tic tac de cojera producto de una caída de caballo, jamás hubiera tenido la más remota esperanza de poder siquiera cruzar una palabra con la más hermosa mujer que vieron ni verían mis extraviados ojos.
Dolores llegó en una carreta vieja cargada de baúles de vivos colores, regando a su paso un perfume que embrujó a todo el pueblo. Pueblo de solterones empedernidos y mujeres quejumbrosas; sin mucho trabajo se instaló en una pequeña casita junto al río con la ayuda de todos los varones y los celos punzantes de todas las mujeres, aunque el día que llegó dijo que sólo andaba de paso, hacía un año ya, parece increíble, pero el tiempo vuela. La cosecha estaba en su apogeo, las esperanzas de terminar la línea del tren que uniría a Palo Colorado con Ramada abría nuevos horizontes donde no había prefectura, párroco ni escuela; un doctor sin diploma mitad genio mitad brujo arreglaba muy bien las dolencias del pueblo donde el primer niño se esperaba para mayo.
Tres golpes en la puerta terminaron con mi reflexión, Pedro venía jadeante.
- ¡Leyó Constantino! ¿Ya leyó?
- Cálmate Pedro, cálmate.- Acerqué una silla a su lado, había subido la cuesta corriendo y se ahogaba en cada palabra.
- ¡Nadie me gana Constantino!, tengo la mejor mentira que se pueda contar a mil kilómetros a la redonda, sólo me falta conseguir el dinero y estaré en la lista; ¡El premio será mío!
- No lo pongo en duda Pedro, no lo pongo en duda.
No sabía la edad de Pedro ni nada más allá de su ancha sonrisa; llegó una tarde, cubierto de polvo, volando en fiebre, con una talega colgando en la mano y de su cuello una pequeña bolsa llena de monedas de oro, lo supe después, cuando al traerlo hasta mi casa le saqué la ropa y le bajé la fiebre. En el pueblo todo el mundo lo quería, Pedro era transparente y hablador, trabajaba desde que asomaba el sol hasta que se ponía y gustaba tocar la guitarra.
- ¿Dime Constantino qué te parece todo esto?
- Justo en eso estaba pensando antes de que llegaras ¿sabes? Yo también estaré el domingo en la plaza.
- ¿Tú juegas Constantino?
- Si, yo también juego.
La conversación con Pedro me dejó confundido, era muy posible que él tuviera una historia extraordinaria. No quise pensar en los probables contrincantes, cada uno, como yo, abocado a su tarea. La calle se veía desierta; todos urdiendo una mentira ¡la más grande que nadie jamás haya podido fabricar!
Hablar de apariciones macabras de pociones mágicas o de poderes, era previsible. Dar paso a la tarea llenó mis horas vacías, cavilando la mejor y la más perfecta de las mentiras. Una niebla densa tomó la tarde y lo que prometía ser un soleado domingo pasó a ser sólo una gran masa gris. Me sentía deprimido, el frío trajo con él cierto dolor en mi pierna malograda, me tumbé en el sofá, abrí un antiguo libro, único regalo que recibiera de mi difunto padre y hojeé sus páginas distraídamente. Las gotas en el cristal salpicaron la densa neblina, me sentí metido en un navío con dirección indefinida; ni una sola idea, en mí todo seguía en blanco. Me rehusaba creer que inventar una mentira fuera una tarea tan difícil. Sentí el impulso de levantarme cruzar la calle y borrar mi nombre de la lista, pero algo me contuvo, no era posible darme por vencido así como así, quedaba una semana, ya se me ocurriría algo; me inquietaba mucho saber que Pedro ya tuviera su historia, era eso, Pedro estaba bloqueando mis ideas; un sopor repentino me abrazó y sin darme cuenta me dormí.
El domingo desperté con el alba; no pasé por donde don Aníbal, no quería encontrarme con nadie y esperé con mucha paciencia que dieran las diez. Al llegar vi la carreta de Dolores atravesada en la entrada de la plaza, mi corazón dio un vuelco inesperado y me sentí más vivo que nunca, apreté las hojas entre mis manos; mis palmas estaban húmedas. Un gentío rodeaba el rústico escenario levantado la tarde anterior. Me abrí paso entre la gente, divisé la cabeza de Pedro que sonriente llevaba en su mano enrollado un pergamino con aire triunfante. La cola era larga, me arrepentí de no haber llegado más temprano, era de los últimos. En la espera, supe que las mentiras había que dejarlas sobre la mesa de mantel blanco dispuesta sobre el entablado, bajo una piedra porosa que hacía de pisa papel. Busqué en vano al organizador del certamen, nadie supo darme razón de él. El resultado se conocería la semana siguiente en el mismo lugar, después de dejar mis papeles bajo la piedra, caminé hacia mi casa.
Una sensación extraña recorrió mi cuerpo, me sentí incapaz de esperar tanto para saber el nombre del ganador; aunque no estaba claro aún dónde pasaría las horas con, Dolores, mi estancia estaba deplorable, una mujer como ella lo menos que merecía era una mano de pintura unas flores frescas y unos visillos en las ventanas. De eso se podía encargar Azucena. Lo que en un principio fue desilusión por la semana de espera, de pronto pasó a ser una receta. Dolores vería lo agradable y cómodo que era estar conmigo y quién sabe si hasta decidía quedarse; salí feliz. Al llegar, la tienda mostraba una larga cola, sólo quedaron algunos tarros y no me quedó otra alternativa que tomar el color rosa. Cuando llegué donde Azucena pasó exactamente lo mismo, tuve que doblar la oferta para que aceptara la hechura de mis cortinas.
El pueblo hervía en un ir y venir, me invadió una profunda tristeza al darme cuenta que me llevaban ventaja, pero me consolé pensando “Los últimos serán los primeros” y pateando piedras con mi pierna buena regresé a casa.
Esa noche no pude conciliar el sueño hasta la madrugada, desperté angustiado después de soñar que mis papeles se perdían, y quedaba eliminado del concurso, mientras Dolores estiraba los brazos alejándose en la carreta.
La semana fue un soplo, el esperado domingo al fin llegó, la inquietud de ser el primero me hizo pasar la noche a sobresaltos. Vestí mi mejor traje, unté mi pelo con brillantina azul y con aire triunfante atravesé la puerta no sin antes echar un último vistazo a la habitación entera rosa y al ramo de magnolias al centro de la mesa.
La plaza lucía desierta, era muy temprano aún, llamó mi atención no ver la carreta atravesada en la entrada; a pesar de la hora, todo estaba dispuesto, la piedra porosa parecía respirar sobre el mantel blanco. Eché una mirada en redondo asegurándome que no había nadie, afirmando mi cojera me acerqué y subí los peldaños hasta la mesa.
Bajo la piedra, un papel con letra cursiva igual a la del cartel de anuncio llamó mi atención, volví la cabeza para cerciorarme de estar solo, y tímidamente acerqué mi rostro para alcanzar a leer: “Estimados amigos - rezaba el papel - como todos sabrán hoy es el día elegido para dar a conocer al ganador de La Gran Mentira de Palo Colorado - tuve que correr la piedra para seguir leyendo - El primero en leer este papel será el encargado de trasmitirlo al pueblo. Quiero agradecer a todos ustedes su entusiasmo y estúpida inocencia, con esto se ve realizado mi único anhelo, dejar este pueblo. Un tiempo más me hubiera vuelto loca.- firmaba- Dolores Esperanza de las Cruces Mora”
Me senté en las escalinatas, apoyé mis codos sobre las rodillas, aún se mantenía el rocío sobre los pétalos de las flores que tímidamente adornaban la plaza; no podía creerlo, todo era una gran burla y justamente yo el encargado de decirlo. Desde aquí resaltaba el brillo nuevo de la pintura que cubría las casas, las veredas pulcramente barridas, se respiraba alegría; un sin fin de ideas corrieron a mi cabeza tenía que hacer algo ¿Y si yo mismo me decretaba el ganador quién se opondría a ello? Subí despacio manejando mi cojera sin hacer ruido cuidándome no sé de qué.
La plaza seguía desierta cuando Pedro apareció, yo había guardado el papel en mi bolsillo y tomado el puesto de honor. Estaba decidido.
- ¡Hoy madrugaste Constantino, buen día, estoy tan emocionado! ¿Sabes algo de lo que va a pasar esta mañana?
- No puedo decirlo todavía, Dolores dejó todo muy claro, sólo espero que se llene la plaza y les daré la noticia.- Pedro me miró con cara inquieta.
- ¿Es qué ya sabes quién es el ganador?
- ¡Por supuesto!
- Soy tu viejo amigo ¡Dímelo, no se lo diré a nadie!- Brillaban sus ojos, un leve temblor se apoderó de su quijada. Toqué el papel perfectamente doblado en mi bolsillo sin dejar de mirar a Pedro. La idea de decretarme el ganador me tentó profundamente; despertar la envidia de todos esos hombres hambrientos, soñar con Dolores era algo que me endulzaba la boca.
La plaza se llenó en un segundo, todos ataviados con sus mejores ropas, los murmullos llegaban hasta el cielo, sonreían palmoteándose la espalda, más de alguno con flores en las manos.
Miré a Pedro y algo en su sonrisa me conmovió. El barullo crecía, reclamaban la presencia del organizador; pensé que había llegado la hora de hablar, en un segundo la idea primera se desvaneció. Me paré muy erguido sobre la tarima, cosa que nadie pudiera dejar de mirarme; levantando el brazo hice silencio, Pedro batió las manos.
- ¡Queridos amigos bajo muy penosas circunstancias tengo que comunicarles que no podrán estar presentes los organizadores de este gran evento!- Un fuerte murmullo recorrió el pueblo; una voz se alzó entre las demás:
- ¡Sé más claro Constantino el sol empieza a calentar!
- ¡Tengo el gran honor… de ser el que trasmita a ustedes el nombre del ganador absoluto de La Gran Mentira!
- ¡Vamos, vamos!- Se alzaban las voces.
La cara de Pedro en la primera fila miraba expectante, su rostro se llenó de espanto al escuchar de boca de Constantino repetir fuerte su nombre; quedó estático, las sienes comenzaron a golpear.
La gente vitoreaba ¡Pedro, Pedro! y con las palmas pedían la mentira; Pedro no sabía qué hacer, Constantino puso en su mano el papel con letra cursiva, haciéndolo cómplice de la verdad. ¿Pero por qué no decirlo al pueblo? Los ojos vidriosos de Constantino le dieron la respuesta, nunca los vio tan unidos y llenos de esperanza. Pero Constantino no sabía su verdad, nadie sabía su verdad. Pedro sólo escribía bien su nombre. Buscó en el cilindro donde se apilaban las mentiras mirando a Constantino con ojos desesperados; habló en voz alta:
- Señores he aquí la mentira que me ha hecho el ganador.- Con mucha paciencia desarmó el nudo de la cinta que envolvía el pergamino, mientras su frente se bañaba de sudor; se llevó las manos a la boca, tenía todos los ojos puestos en él, no quedaba más que hacer. Pegó un alarido y comenzó a mover la cabeza gritando:
-¡No hay nada, aquí no dice nada! ¡Se borró, todo lo que escribí se borró!
- ¡Mentira! ¡Mentira!- gritaban.
- ¡Se los juro! ¡La tinta ha desaparecido! ¡Aquí no dice nada!
- ¡Dolores! ¡Dónde está Dolores! - Gritaba el pueblo enardecido.
A Pedro le temblaban las manos con el pergamino en blanco sin saber que hacer, miró a su amigo con ojos suplicantes, Constantino tomó la voz:
- ¡Calma! ¡Calma señores! ¡Pedro déjame ver qué ocurre!- Tomó aliento y lentamente con voz profunda comenzó a leer ante el asombró de todo el mundo y los ojos desorbitados de Pedro. Los gritos se volvieron murmullos, un gran silencio tapó la plaza.
- Nací en Galicia hace treinta y tres años ciego y sin lengua; mis manos no terminaban en dedos sino en una cantidad de pétalos muy respetable, de mis pies brotaba un frondoso plumaje. Mis padres que hasta hoy están armados de conjeturas y se acusan mutuamente de la culpa, me entregaron a un curandero en la frontera que me mostraba como a un ser Divino, a la gente que podía pagarle con monedas de oro, que yo hasta ahora conservo. Malik, así se llamaba; extrajo una sabia poderosa de la raíz de un árbol milenario, que sólo lograba verlo él; con ese brebaje devolvió mi vista y de a poco me creció la lengua, pero yo era inútil, no podía ocupar mis manos ni mis pies, eso hacía que reptara como una serpiente. Viajamos muchas millas en busca de un monje que vivía en los Alpes. Cortaron en diez mil pedazos un centenar de cerdos y bebí su sangre mezclada con sabia de ángel. Sé que es difícil que ustedes crean esto; pero lejos de ser una mentira es la única verdad que he llevado en mi vida.- Ante la sorpresa y el asombro de todos, Constantino le dijo a Pedro:
- Pedro por favor muestra al pueblo tus pies.- éste miraba a Constantino con ojos incrédulos.
Se produjo un silencio espectral, Pedro tímidamente se sentó en la orilla de las escalinatas, la gente se apiñaba para estar lo más cerca posible. Lentamente Pedro se desató el pesado zapato y lo colocó a su lado; no se oía ni una sola voz en la plaza. Despacio se sacó el calcetín dejando ver a la luz de la mañana su pie perfecto.
Estallaron las risas, los ojos de Pedro se llenaron de lágrimas, se puso de pie y en voz fuerte y profunda gritó:
- ¡Amigos míos es hora de tomar una copa! ¡Una copa! ¡Una copa a nombre de la extraordinaria Dolores Esperanza de las Cruces Mora!- El pueblo corrió hacía él entre vítores y risas, Palo Colorado estaba de fiesta.
Constantino se recostó sobre el ancho pilar mirando las espaldas alejarse, llevó la mano a su corazón y se dio cuenta que le quedaba grande. ©







Texto agregado el 26-07-2006, y leído por 564 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
24-09-2009 La amistad siempre vencerá al egoismo, o al menos eso espero. Bien escrito y amenamente narrado. Es muy bueno. Saludops. Jazzista
13-12-2007 Solo vine para volverte a decir que este texto me sigue encantando.... :) (aquí había más comentarios, no? es que borraste tu texto y lo volviste a subir?) lsz
19-10-2007 Es de lo mejor que he leido..... me gustó muchisimo muchisimo tu texto tan inteligente. Sencillamente no puedes dejar de leerlo. te mando mil estrellas.... lsz
23-08-2006 Un relato muy bueno, entretenido, perfectamente escrito,me gustó mucho. Felicitaciones! paulocho
30-07-2006 Genial!!! Ingeniosa idea la de esa Gran Mentira. Como siempre, se ve una gran humanidad en tus personajes, la amistad pudo más que el egoísmo, Constantino es un personaje común que al final desvela su grandeza de espíritu. Felicitaciones!! loretopaz
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