Eclipse de la Razón

Eras tú, la que entre cavernas y oscuridad,
Entumecía el cuerpo del viril cazador
Mancillando la nobleza de su rebeldía.
Eras la confidente de sus perturbadas alegrías
Y no detuviste a tu inclemente codicia.

Tú, cercana como los versos del poeta,
Has hecho de tu sonora voluntad, el arma más eficaz
Para doblegar con tus garras asesinas el goce más puro,
Y no has dejado que las cosechas de sus tierras
Den el fruto de una vida de naufragio.

Lo has negado, has negado su fortaleza
Y envilecido sus enseñanzas, unas profundas loas
Que entre espinas las había coronado
En la frente de los que quisieron una tregua.

Él, que quería pomposas bienvenidas,
Sólo tiene la paz de los difuntos
Entre el desvarío de sus pensamientos
Y la bienvenida de los nietos.


No tiene voluntad, su corazón no se exaspera,
La serenidad lo atesora, disfrutando involuntariamente
El aleteo delicado de las aves.



En el trance que le otorga el desatino
Bajo la mirada del inclemente Sol reclamador,
Observa un mundo caduco para él,
En el que la razón y la embriaguez
Ya no simpatizan con la locura.