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Dentro de la cabaña el frío parecía ser mas terrible que afuera, pero al menos había techo. Olið miró por la ventana, el cristal estaba empañado y afuera la nieve lo cubría, por lo que no podía ver hacia fuera, pero podía escucharlo a través del rugido de la tormenta de nieve. Estaba fuera de la cabaña, esperándola. Tal vez trataría de tirar la cabaña en pedazos.
Ella tenía miedo, su corazón latía con fuerza, temblaba en una combinación de frío y miedo. No sentía ya las manos ni la nariz, ni las orejas, estaban congeladas. Empezó a caminar en círculos dentro de la cabaña para evitar enfriarse demasiado. También le preocupaba el sudor, estaba empezando a sudar -Cuando sudas en la nieve estas perdida- pensaba, y se frotaba los brazos y se acomodaba la parka de distintos modos para enfriarse o calentarse, tratando de evitar sudar y congelarse, una tarea difícil.
El viento golpeaba la cabaña y esta crujía terriblemente. Afuera, la seguían esperando, pacientemente, con la confianza de que saldría o terminaría congelada dentro de la cabaña.
Miró de nuevo por la ventana, cuando una sombra bloqueó la luz, ella dio un salto hacia atrás y se le escapó un grito de terror. Su estomago se hacia nudos y cada vez temblaba más y más.
Se acercó al mueble alargado que había al fondo de la cabaña, abrió uno por uno los cajones, buscando algo, lo que fuese, hasta que apareció un cuchillo para carne. Lo empuño con fuerza a pesar de no sentir ya la mano.
Miró su reloj que marcaba casi la una de la mañana. Y afuera la luz era cegadora.
Afuera sin duda estaría muerta, apenas saldría, la mataría. Y si se quedaba dentro no duraría mucho tiempo. Necesitaba agua, cobijo y atención médica. Había que escoger. Quizá pudiera defenderse con el cuchillo, pero quizá fuese inútil. Como saber si podía herirlo con un simple cuchillo que llevaba años sin ser usado. Sin duda alguna una situación angustiante.
Tragó saliva, el viento golpeó con más fuerza la cabaña, amenazando con tirarla. Afuera se escuchaba el rugido del viento, el crujir de la casa y su profunda respiración, detrás de la puerta. Olið no entendía por qué no había tumbado la puerta, por que solo asustarla tapando la luz de una ventana y respirando con fuerza, para que supiera que seguía ahí… esperándola.
Se acerco a la puerta y apretó el cuchillo, tomó el seguro de la puerta. Afuera ya saboreaban la muerte. Bajaba lentamente el seguro, cuando el viento se detuvo de golpe, ella se detuvo también y subió el seguro nuevamente. Afuera se escucho el crujir del movimiento sobre la nieve. Rodeó la cabaña, proyectando su sombra en las ventanas. Y luego volvió a plantarse en la puerta, respirando profundamente. Asustándola, haciéndola temblar y sudar, matándola directa o indirectamente.
Olið se hechó hacia atrás, mirando la puerta. Luego miró hacia el fondo de la cabaña, corrió junto al mueble y tocó las tablas que la separaban de la nieve, del frío, de la muerte y de la vida. Todo a unos cuantos centímetros de distancia. Miró la puerta y logró escuchar aún su respiración ahí. Así que calvo con fuerza el cuchillo entre dos de las tablas y giró la mano, botando la mitad de una de las tablas, entonces el viento volvió a soplar hacinado crujir la madera de la cabaña. Y metiendo viento y nieve por la pequeña hendidura que había hecho. Tomó la tabla con ambas manos y jaló hasta que cedió con tres tablas más. La luz invadió la cabaña y la cegó. El golpe del frío le congeló de nuevo la nariz. Y los ojos se le llenaron de lágrimas. Salió por el pequeño agujero hacia la nieve, gateando. Una vez afuera hecho a correr tan rápido como pudo, para alejarse de la cabaña, pensando que quizá afuera de la puerta la seguirían esperando. Corría en dirección al pueblo, tan rápido como podía, pensando que quizá se cansaría demasiado pronto por el terrible esfuerzo de correr en la nieve o sudaría o algo sucedería antes de llegar al pueblo, que estaba a unos tres o cuatro kilómetros de la cabaña, una distancia tremenda en la nieve, donde uno podía caminar por todo un día para recorrer cinco kilómetros, o deslizarse en trineo y bajar diez kilómetros en unos minutos.
Pensaba en esto cuando escucho la neve crujir tras de ella, apenas se había volteado cuando el miedo se apoderó se ella y la hizo caer, luego sintió como la obscuridad la consumía.

Texto agregado el 17-07-2006, y leído por 218 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
20-07-2006 merriet leikka
 
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