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[C:221]

El sentido de mi vida siempre fue ayudar a la gente, escucharla y aconsejarla, eso hice durante varios años, pero hacía un tiempo que nadie venía a verme. Estaba pensando en irme lejos, harto, cansado ya de todos y de todo. Hasta que la vi entrar.
Caminaba hacia mí como si algo le pesara, tal vez el pequeño bolso que llevaba con ella. Trataba de mostrarse alegre, pero ni su sonrisa pudo ocultar la tristeza que había detrás de sus ojos.
La invité a tomar un té y le pedí que me hablara acerca de lo que le estaba pasando. Te voy a contar mi historia, me dijo, y me leyó este cuento que dice más o menos así:

Nadie había conocido jamás a una niña que fuera tan feliz como ella. Su nombre era Ángela y vivía con sus padres, el Rey y la Reina de un lejano país.
Un día, en que los reyes estaban distraídos, la niña se fue a jugar con su hermosa pelota dorada más allá de los jardines del castillo.
La pelota fue un regalo de sus padres cuando ella era apenas un bebé y era para Ángela su bien más preciado. Quienes habían tenido el privilegio de verla jugar con ella decían que era el espectáculo más maravilloso que podía presenciarse.
Pero sucedió aquel día un hecho que cambiaría para siempre la vida de Ángela.
Después de varias horas la niña se perdió, pues nunca antes se había ido sola tan lejos de su casa. Y mientras sus padres estaban preocupados por lo que pudiera pasarle, ella estaba por ahí corriendo y saltando entre los árboles. Pero algo terrible pasó y es que, en un descuido de su parte, la hermosa pelota se deslizó de su mano y se fue rodando por el suelo hasta caer en un profundo abismo, más allá del cual se encontraba La Nada.
Estaba tan desconsolada y afligida la pequeña Ángela que no supo qué hacer más que llorar y llorar, y tantas lágrimas derramó que entre todas llegaron a formar un arroyo que, aunque ella lo supo recién tiempo después, llegó hasta el castillo donde vivía con sus padres.
A nadie veía, pero la niña suplicaba sollozando que alguien la ayudara en tan difícil situación. Había perdido aquello que ella más quería y no se iba a ir de ahí hasta recuperarlo.
Y como si alguien hubiese estado escuchando sus ruegos, de pronto, desde el fondo de un pozo lleno de piedras, un fantasma se le apareció.
En un principio Ángela se asustó porque aunque le habían hablado ya de fantasmas y esas cosas, nunca había visto uno personalmente. Su padre, el Rey, le había dicho que los fantasmas son personas muertas que quieren parecerse a los vivos, que en realidad no existen, que son sólo una imagen. Pero Ángela se confundió, porque el que tenía enfrente parecía muy real y además era muy amable y simpático.
- ¿Eres real? - le preguntó la niña sin rodeos, pues necesitaba conocer la respuesta.
- Por supuesto que lo soy, soy tan real como tú, como los árboles, como aquel arroyo, y créeme porque nadie es tan sincero como yo.
La niña, maravillada, olvidó las palabras de su padre y como le pareció que no era una ilusión, siguió hablando con el fantasma.
- Le he preguntado al viento el nombre de tan bella princesa y me ha dicho que te llamas Ángela, ¿es cierto?.
- Si, lo es - le contestó la pequeña, ruborizada.
- Pues mi nombre es Sadbol, y he venido a ayudarte porque no puedo permitir que esos preciosos ojos que tienes estén tan tristes.
Ángela estaba deslumbrada y es que ningún hombre antes, salvo su padre, le había hablado tan dulcemente. Tan especial se sentía por todos los halagos que olvidó lo más importante, y es que Sadbol no era un hombre real sino un fantasma.
Sin dudarlo decidió aceptar su ayuda.
- He perdido mi pelota dorada, a aquel abismo se ha caído y no sé qué hacer para recuperarla. Siento que mi vida ha dejado de tener sentido y que no volverá a tenerlo hasta tanto yo no tenga a mi amada pelota conmigo - le dijo la niña mientras una lágrima rodaba por su mejilla hasta caer sobre su zapato.
- Ángela, Ángela, deja ya de llorar porque yo tengo la solución a tu problema. Cierra los ojos y no los abras hasta que yo te diga - le dijo el fantasma a la pequeña, quien comenzaba a encariñarse con este extraño personaje.
No había transcurrido un minuto cuando Sadbol le pidió a Ángela que abriera los ojos.
- Mira lo que tengo aquí, es una pelota como la que has perdido.
La niña no lo podía creer, sentía que el corazón ya no le cabía en el pecho de alegría. Lo primero que hizo es abalanzarse sobre el fantasma pues no podía esperar más, necesitaba jugar con su preciada pelota.
Pero la sonrisa que tenía en su rostro, en un segundo se esfumó, pues cuando tuvo la pelota en sus manos se dio cuenta de que no era la de ella, que era muy parecida pero no era la que ella había extraviado.
- Pero esta no es la mía, Sadbol. La pelota con la que yo juego es brillante como el Sol, en cambio la que tú me has traído es opaca como un viejo y descuidado mueble.
- Pero Ángela, ese es apenas un detalle. ¿Cómo me puedes decir eso?. Miles de niñas han querido que les regale éste, mi tesoro, y yo lo he guardado para ti. Esta pelota que tengo en mis manos es mil veces mejor que la tuya, ¡ crece ya, pequeña Ángela !. Y cree en mi, pues nadie hay tan confiable como yo.
La niña, que estaba lejos de sus padres y no tenía a quien consultar, pensó que era preferible quedarse con la pelota de Sadbol antes que nada, así que le dijo que la aceptaría y que estaba muy agradecida.
- Pues me alegro por la decisión que has tomado, pero una cosa no te he dicho aún. Para quedarte con ella hay algo que debes hacer.
- ¿ Qué es lo que tengo que hacer ? - le preguntó Ángela un poco asustada.
- Tienes que venir conmigo y quedarte a mi lado, por un tiempo, yo te diré hasta cuando. Estarás en mi casa, y dentro de ella serás libre de hacer lo que desees. Es decir, yo te daré algunas opciones, y tú podrás elegir las que más te gusten. Serás la niña más feliz del mundo, y podrás jugar con la pelota todo el tiempo que quieras. Cree en mi, hermosa princesa, pues nadie es tan bueno como yo.
¿ Qué hago, qué hago ?, pensaba la niña para sí misma. Y para decidirse miró al fantasma y le pareció tan bello y honesto que le dijo que si.
Caminaron un poco y llegaron a la morada de Sadbol.
A Angela la casa le pareció tan linda que se sintió muy contenta de estar allí. De todo tenía Sadbol para que la niña se entretuviera, lo último en tecnología, y era lógico que así fuera porque dicen que a los fantasmas les encanta tener esas cosas. Pero otra vez Angela olvidó las palabras de su padre, y creyó que todo lo que había allí era real. No se dio cuenta de que todo eso era tan ilusorio como el propio Sadbol, pues al fin y al cabo era el hogar de un fantasma.
- Te presentaré a mi familia, acompáñame - le dijo un día Sadbol entusiasmado. - Viven cerca de “mi casa” - agregó.
Y Angela se quedó pensando porque se suponía que vivían juntos y ahora la casa era de los dos, al menos así lo veía ella. Sin embargo Sadbol le recordaba siempre que el dueño y amo de casa era él. Y Angela se acostumbró a que las cosas fueran así.
Ese día la niña conoció a la madre, la hermana y la perra de Sadbol, por supuesto también fantasmas. Entre los cuatro comenzaron a pasar mucho tiempo juntos, y de a poco ella se fue adaptando a la vida ficticia que esa familia llevaba. De todo hizo para ser una más en ese mundo que le resultaba tan extraño, con cada cosa que hacía o decía buscaba recibir amor de ellos. Lo que ella no sabía es que los fantasmas no pueden amar.
Pero lo peor de todo era lo que le sucedía con su nueva pelota.
No podía jugar a nada con ella.
No podía hacerla picar, porque siempre estaba desinflada.
No podía hacerla rodar, porque lo único que esa pelota hacía era bambolearse de un lado a otro, siempre en el mismo lugar.
No podía ni siquiera mirarla por mucho tiempo, porque el color amarillo opaco que tenía le transmitía una profunda tristeza.
No pasó mucho tiempo, que Angela comenzó a anhelar jugar con su amada pelota, la verdadera.
- Sadbol, quiero decirte que estoy muy triste, necesito que hablemos - le dijo la niña temiendo que él no le prestara atención.
- ¿Es necesario?. Yo creo que todo está muy bien, aparte tú sábes que a mi estas charlas no me gustan nada - le contestó él apresuradamente.
Y era cierto que él no quería hablar con ella, pues los fantasmas siempre buscan escaparle a estas situaciones.
Pero Angela no pudo contenerse e insistió.
- No soy feliz, Sadbol - le dijo la niña un tanto insegura.
- Si lo eres, pero necesitas jugar más con la pelota que te he dado - le contestó él.
- Pues lo intento, todo el tiempo, pero la pena en mi corazón es cada vez más grande - le dijo ella y siguió hablando - En realidad ya ni tango ganas de jugar, ya no me río como solía hacerlo, nada me resulta divertido ni interesante, cada día que pasa me siento más y más sola.
- ¿Y qué quieres que yo haga, Angela?. Ese “problemita” es tuyo y no mío. Resuélvelo y verás que todo estará mejor. Yo te lo aseguro - le dijo él con aparente firmeza mientras miraba la hora para irse. Y es que estaba muy apurado, pues aunque Angela no lo sabía, otras niñas lo estaban esperando.
Las palabras de Sadbol a Angela la impulsaron ese mismo día a hacer algo para cambiar su situación. Y tomó un pequeño bolso de mano, puso algunas cosas que pensó iba a necesitar, y simplemente se marchó en busca de aquello que pudiera ayudarla a estar mejor. Pues le creyó al fantasma y pensó que si ella cambiaba algunas cosas, podría volver con él y su familia, y todos serían muy felices.
Pero el camino que Angela emprendería ese día la llevaría a un lugar del cual nunca regresaría. Ella no lo sabía, pero su vida cambiaría una vez más.
Cosas increíbles sucedían a medida que ella avanzaba. Los pájaros, los árboles y un lobo que pasaba por ahí, la alentaban a seguir adelante. Le hablaban, le daban fuerzas, ninguno iba a permitir que se detuviera o que fuera para atrás. Y un día una anciana recostada al borde del camino, la miró y le pidió que se acercara.
- Sigue caminando, no lo dudes, pronto recuperarás tu pelota dorada - le dijo esta mujer mientras la besaba en la frente.
Angela, exaltada, obedeció sin siquiera pensarlo y siguió caminando horas y horas, sin parar. Las palabras de la anciana resonaban en sus oídos día y noche, hasta que su corazón entendió que su búsqueda esta vez sí la llevaría al encuentro de su añorado juguete.
Y el camino no fue fácil. Hubieron días de mucho calor y días de mucho frío. A veces Angela se pasaba horas sin comer y sin tomar nada. Lluvias intensas y sofocantes rayos de sol debió atravesar. Hasta que un día llegó a un arroyo y se fue a refrescar en él. Bebió un poco de su agua, y notó algo extraño en su sabor. De alguna manera le resultaba familiar. Mientras estaba pensando en esto, del fondo un enorme pez asomó su cabeza y le habló.
- Te he estado esperando, Angela.
Este pez era bastante feo: gordo, lleno de verrugas y tenía el bigote más grande que jamás ningún pez había tenido.
Aún así, la niña se acercó más para escuchar lo que le decía.
- Sé que has extraviado algo que te pertenece desde siempre, tu pelota dorada. Has llorado por ella, has seguido a un hombre cualquiera creyendo que él podía darte lo que habías perdido, has sentido dolor y pena en tu corazón. Te has alejado de tu hogar, de tus padres, de la seguridad de tus cosas. Has hecho de todo, Angela, porque sabías en lo más profundo de tu ser que mereces ser feliz y decidiste ir en busca de eso. Todos los que hemos estado acompañándote en este camino que tomaste te apoyamos, y quiero preguntarte cuál es tu mayor deseo, pues yo soy quien tiene el poder para concedértelo.
Angela estiró sus brazos para alzar al pez, y lo besó y lo abrazó, y para nada le importó su aspecto. Y al oído le dijo claramente:
- Deseo con toda mi alma recuperar mi pelota dorada.
Y entonces, el pez abrió su enorme boca y todo se iluminó. Allí estaba la pelota. Desde la boca del pez, desde sus ojos y orejas, salían rayos de luz hacia todos lados.
- Tómala, es tuya de nuevo. Nunca más la perderás - le dijo el pez y le sonrió.
Angela tomó su pelota, y una vez que la tuvo entre sus manos, sólo a partir de ese momento, se dio cuenta de que ya no quería regresar jamás a la casa de Sadbol. Se dio cuenta de que ahora se sentía libre, con ganas de hacer un montón de cosas. Sentía que había estado encerrada en un horrible lugar y que ahora podía hacer lo que ella quisiera.
- Querido pez, dime hacia dónde debo ir porque no quiero regresar a donde estaba - dijo la niña.
- Sigue el camino que bordea al arroyo, al final encontrarás tu hogar.
Y así lo hizo. Pero a medida que avanzaba cosas extrañas le fueron sucediendo. A cada paso que daba sentía que los zapatos cada vez le quedaban más chicos, tanto que se rompieron y con unas hojas se tuvo que fabricar unos nuevos. Y sus ropas también le fueron quedando cada vez más chicas, hasta que se las tuvo que sacar y se puso un vestido y unas medias que sorpresivamente encontró junto a un arbusto. Y su cabello era cada vez más largo y más rubio, y su voz también iba cambiando con cada canción que entonaba. Y por fin llegó a su casa.
La puerta estaba abierta, y el Rey y la Reina estaban allí, esperándola. Todo estaba cambiado y más hermoso dentro de la casa, hasta sus padres se veían distintos. Los tres se abrazaron y se dijeron cuánto se querían. Y Angela quiso contarles la historia, pero no hizo falta porque por alguna razón sus padres ya la conocían.
Para ir a su habitación tuvo que cruzar el “Salón de los espejos”, salón que se usaba para dar grandes fiestas. Y al verse reflejada, no lo pude creer. Ya no era más una niña. Se había convertido en toda una mujer, tan hermosa y tan imponente se la veía. Angela se sintió feliz, pues miró fijamente sus propios ojos en el espejo y en un instante se reconoció.
Y esa noche escribió en su diario esta historia. Y comprendió que fue engañada por el fantasma, de que confió en él porque estaba desesperada. Pero le hizo la promesa a su corazón de que nunca más lo volvería a lastimar de esa forma y de que de ahora en adelante prestaría más atención a las palabras de su padre, el Rey.
Hizo otra promesa, también. La de contarles esta historia a todas las niñas y mujeres que quisieran escuchar, para que si alguna de ellas conoció alguna vez un fantasma, está con uno de ellos actualmente, o más adelante se le presentara uno para seducirla, pueda reconocerlo inmediatamente y al hacerla no caiga en su trampa.

Y hasta acá llegó el cuento que esa mujer me contó ese día.
Tomamos otro té y antes de despedirnos le pregunté qué era lo que había aprendido de lo que le tocó vivir.
- Lo más importante que aprendí es a alejarme de quienes engañan a mi corazón, y a no quedarme en los lugares en donde siento que no tengo que estar.
¿Me puedo quedar acá, contigo, un rato más?.



- FIN -


Texto agregado el 30-06-2002, y leído por 624 visitantes. (0 votos)


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