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BADEN-BADEN, MESA 2
Lado de la Puerta. Afuera está húmedo y corre un viento helado, pero a la Nadia no le importa. Está más linda que nunca. Y divertida. Un maquillaje que la hace frutosa, digna de otorgarle una falta de respeto. De asestarle un porrazo tras las matas apenas se descuide. Juega con la mirada y un mechón que le cae en la frente torna más calentona su mirada negra e intensa. Me paso cualquier película porque la morenaza esta mira bien de frente, y por debajo me roza a veces con fuerza, con su pierna embellecida de medias negras, y me percato que sus zapatos de tacos aguja están por salirse. Pero no. Vuelven a su sitio con maestría…, se salen y vuelven a calzarse, y me tienen loco porque ella gira sus pies y habla y habla seductora y llena de hipnosis. Le consulto y pido dos schops a la Eva que anda tratando de controlar la impaciente clientela de este viernes que amenaza ser una colmena bulliciosa y embriagante. Está rica la Eva pero a la Nadia esta vez no le hace el peso.

MESA 7
Lado del enorme espejo de pared. La Nadia se mira y se vuelve a arreglar el mechón ondulado que le cae en la frente. Mira oblicua para allá y acá y corrige la posición de su codo, cuidando de fumar naturalmente, femenina. Habla meneando los hombros. Está más tranquila que en la mesa de recién. Mira más a los minos que entran. Los tasa, y luego continúa su perorata de cualquier cosa, mirándome más neutral. De pronto se ríe de no sé qué, mira las otras mesas, me toma la mano y me pide disculpas. La acompaño en su risa, pero mi atención está fija en su mano que suelta la mía. Me reí de su risa. Vuelve a estar graciosa, se permite decir chuchadas y me pregunta si me molesta. Le miento que no, que se exprese como le sea más cómodo no más… Empiezo a intercambiar ideas entremezclándolas con algunos dichos soeces algo blandos, pero cuidando de no sobrecargar. Nunca se sabe… En fin, debemos agarrar nuestros schops y trasladarnos a la mesa siguiente…

MESA 3
Nunca he entendido la lógica de numeración de las mesas. He estado por preguntarle a la Eva o a la niña nueva, pero se me olvida. Es tan intrascendente que me acuerdo cuando me pasan estas cosas. Después resuelvo que cuando una noche de estas esté solitario, le entablaré conversación con esta cuña, a cualquiera de las dos. Estamos cerca de la barra, y ahí la Eva se luce haciendo un pisco sour. Me consta que le quedan exquisitos, pero esta vez ando escuálido de billete, así es que me sumerjo sólo en la cerveza. Además se me ocurrió preguntarle a la Nadia si se servía algo para acortar la espera. Craso error, quedé demasiado justo y no me va a quedar para el colectivo en caso de ir a dejarla a su casa. Menos mal que se vino tomada de once. Habrá que hacer uso de la improvisación y la suerte. El problema con las mujeres es que cruzan la suerte. O sea no le achunto nunca. Las veces que me ha resultado algo con una fémina han sido a contrapié y sin lógica posible. Y cuando he tenido una salida hermosa, ganadora, cuando me he sentido atractivo, vuelvo a la casa con el mismo peso que cuando salí. Derrotado.
¡Epa!, me ha vuelto a tomar la mano y me acaricia con la yema. Misma con la cual después juguetea con las cenizas que no logró depositar en el pocillito de greda. La miro fijamente, y ella me mira y me pregunta qué pienso. Y yo le contesto que en lo linda que está. Se ríe y saluda a una amiga de ella que entra al local acompañada de varios amigos. Como el local está lleno, siento el pánico emergente y hago fuerzas para que no invite al lote a sentarse en nuestra mesa. Me alivio cuando algunos de ellos se sientan en la barra, y sólo la amiga viene, la saluda de beso, me es presentada y se quedan un rato hablando de cosas ininteligibles relacionadas con los acompañantes, riéndose en su dirección, haciéndoles hola con las manos, olvidándose por un buen rato que existo…

MESA 11
El pasillo de la cocina queda justo enfrente. Estamos más cerca y ella mira el reloj. Está por terminar su schop y a mí me queda la mitad. Ahorro el brebaje por si se queda con sed y yo sin capacidad financiera. Miro con curiosidad y absoluta envidia a los que andan aparejados y han resuelto derribar las barreras y tienen devaneos eróticos cuando se comen los completos o se toman las bebidas. Presumo con pocas probabilidades de error que es inevitable que prosigan en algún sitio revolcándose entre sábanas, o dentro del auto en algún recodo de la carretera. No sé cómo llegar a esa meta. Me propongo que la próxima vez que la Nadia me tome la mano, no se la suelto y le pongo talento a las caricias. Trato hecho, eso voy a hacer. Y le disparo entre bromas que la idea mía es pisármela caradura. O se hace la loca o no me escuchó. Intento trabajarle a las piernas que hace rato no me tocan. Pensándolo bien se ha puesto fome la Nadia. Está en otra. Recién me vengo a percatar que no hemos cruzado más de dos palabras desde hace un buen rato. Escucha la canción que están tocando y la sigue por trozos. No está conmigo. Le pide fuego a alguien de la barra y enciende otro cigarro. Le da las gracias muy sensualmente, y vuelve a la mesa. Me siento tostado. Conmigo se le olvidó la sensualidad, pero con el tipo de la barra fue como yo deseaba que fuese conmigo ahora. A lo mejor me pareció y estoy rayando la papa.

MESA 10
La cabina está a sólo dos mesas. Me dio risa cuando la Nadia trasladó su jarro con un concho de cerveza y yo con mi mitad incorruptible. Fue al baño. Aprovecho de mirar el contingente femenino, y lanzo flechas a destajo. Creo que tuve un éxito relativo. Esto de no fumar me reduce las probabilidades con las damas, que para mi desencanto, la mayoría de ellas fuma. Y hacen cosas, dibujan el aire con el cigarro. Muestran su estilo, coquetean, te tiran códigos. De seguro los machos que fuman harán lo mismo. Entre ellos entenderán ese diccionario, presumo…, anoto en una servilleta la palabra pucho con la idea de consultar el tema con la Nadia. Una buena forma de reanudar la conversación y aminorar la espera. Es más, el local es cruzado por una densa niebla de tabaco y nicotina. Y pensándolo bien, cada vez es más dificultoso entablar diálogo, porque a medida que avanza la noche, el rumor ha ido haciéndose más grosero. Insoportable. Hay que hablar por frases, y casi gritándole a tu interlocutor. Hay risotadas a cada rato, mesas donde las féminas ríen chillando, otras donde se golpea la mesa con descaro y sin ninguna conmiseración por los demás. En realidad por mí, porque a esas alturas debo ser el bicho más desadaptado del local, que ya pugna por ampliarse porque no cabe más gente, y ésta sigue llegando. Debo cambiarme de mesa y la Nadia no llega aún del baño. Me siento un monigote, postergado. Asumagado, no sé si se escribe así. Siempre que digo esta palabra o la dice alguien, imagino un lote de sacos paperos dejados al desgaire en una bodega de frutos del país, de esas que venden huesillos o alimentos para animales. Ese olor. Asumagado. Rancio quizás. Vaya a saber uno qué pretendió decir la gente con esa palabrita. A lo mejor algo a lo que le entró humedad. Enmohecido. ¡Eso!, así me he ido sintiendo. Abandonado en las mesas, porque la Nadia se ha demorado demasiado. A lo mejor no, pero podría apostar que han pasado fácil quince minutos.
Pesco los jarros schoperos y el paquete de cigarrillos y me traslado como puedo a la mesa que queda justo frente a la cabina telefónica. Debí verme medio ridículo en la maniobra y qué curioso, me alegré que la Nadia no estuviera presente.


MESA 15
¡Por fin, allá viene...! Me pidió disculpas porfi, pero en el baño se encontró con la amiga y no la cortaba nunca esa latera. Se sentó pero esta vez frente a mí, no al lado. No me gustó el cambio porque la posibilidad de roce de piernas se redujo dramáticamente. Sacó su espejito y se empezó a mirar nerviosamente. Como que no quedaba conforme con su aspecto. Yo le iba decir que estaba súper rica pero no me dio el cuero. La dejé continuar con su guardar y sacar espejo. En una de esas se retocó los labios. Se miraba insistentemente. Cuando me dijo algo, lo que cada vez fue más distante y hermético, desabrido a ratos, lo hacía interrumpiéndose con esa rutina del espejito, el mechón sobre su frente, mirar oblicuo. De pronto, miró al tipo que estaba dentro de la cabina y observó su reloj. Dijo algo que se me antojó duro y ácido, pero es sólo una figuración mía. En realidad no conseguimos conversar nada coherente, ni extenso en esta mesa. Y podría asegurar, aunque no recuerdo bien si en las últimas mesas lo hicimos. Ya no importa. Diría que lo último que tuvo alguna carga de ternura fue cuando me pidió disculpas por la demora del baño. Yo ya la había perdonado porque venía bella. Con una belleza excelsa, e inmovilizante. Ninguna otra mujer significó algo a raíz de su retorno. Entonces, pensé que cualquier comentario que yo hiciese sería fútil. Y torpe, que es lo peor. Ya no me pude sentir galán como había ocurrido varias mesas atrás. Y como cuando la fui a recoger a su casa. Ella tampoco me lo permitió, no expresamente, pero su acritud me impidió toda intencionalidad romántica.
En este último rato se ha dedicado a fijar su atención en la cabina. No le agrada el tipo quienquiera que sea que habla y habla a destajo, y no se da cuenta que hay más gente esperando. Nadia no cabe en sí. En la misma mesa estamos dos seres inconexos, cada cual con objetivos demasiado diversos. No se topan. Me ha embargado el desasosiego y debe notarse porque me he sentado desparramado. Incluso mi camisa debe estar en cualquier parte. La miro fijo pero ella no se percata. De nada sirvió que volviese del baño. Está allí, a centímetros míos pero es como si no hubiese vuelto. No me mira más. Sólo la cabina, es su obsesión. La razón de sí. Su cigarro se extingue con una larga ceniza que está por cortarse. Tiene rabia, impaciencia. Nostalgia a veces. No es que me lo haya dicho pero se cacha a la legua. La mina está trabajando el mensaje. Está desechando lo que está demás. Yo entre ello. Y me dan unas ganas enormes de mandarla a la cresta. A las recrestas porque estoy funado. Por último que la mina se descargue conmigo, que me considere, si no soy cualquier cosa. Que no me ignore. Pero me ignora y he decidido irme de ahí. Y me aguanto porque a lo mejor estoy malinterpretando. Las mujeres siempre serán incomprendidas las pobres. Y a lo mejor el imbécil la está malinterpretando. Y no sólo me voy a mamar el mal rato de aguantar un momento de no sé qué cosa, sino que a la larga capaz que pierda pan y pedazo. Y ella allí, comiéndose las uñas, no hallando el minuto, al acecho, presta a saltar sobre la cabina apenas la puerta se abra. Con ganas de asesinar al pobre tipo que debió haber esperado tanto como nosotros para hacer uso de su oportunidad de oro. Tanto como ella. Y yo esperando sin esperanzas que retorne a mí, porque la veo desvanecerse en esta incerteza, en su afán del teléfono.

CABINA TELEFÓNICA
El hombre salió. Satisfecho. En paz. Y se dirigió a la mesa donde sus amigos lo festejaron entre pullas.
Entonces ocurrió la transfiguración de Nadia. La misma que hace un rato se había desarreglado al punto de perder la hermosura, de ostentar un rostro que demacrado, había renunciado de arreglar a punta de espejitos chicos y retoques infructuosos de maquillaje. Aquella que había vuelto a ser una mujer más de ese antro humeante y espeso, ordinaria y sin clase: se despojó de su sequedad y paulatinamente, se incorporó, se sacudió las cenizas, puso sus zapatos relucientes en su sitio, acomodó su falda y balanceando coqueta su cabellera negra y ondulada, avanzó sensual y zigzagueando en pos de la cabina. No perdí detalle de ese proceso. Significaba demasiado. Quizás si hubiese sido para mí no me daba cuenta. No era el caso, así es que me apropié de ese momento. Vi su contorno de hembra crecer y realzarse, y noté mi propia visión de macho aminorarse con la misma velocidad. Ella entra y adopta un semblante sereno, controlado. Y, seguramente con el sudor en su palma, da vuelta la manivela del aparato. Adivino que solicita a la operadora su llamado para Santiago, da el número y cuelga. Entonces me observa brevemente a través del vidrio, me sonríe y se voltea cuando suena la campanilla. Descuelga ansiosa y dice aló. Es cuando ella empieza a hacer requiebros con su hermoso cuerpo, cuando intercala sus dedos en el pelo, cuando se balancea y, más aun, cuando me parece percibirle el vidrioso asomo de las lágrimas del amor hacia un ente distante, cuando imagino que le susurra a través de la línea telefónica y le hace sentir cosas a aquél, cuando siento que desaparezco para ella. Y no tiene sentido esperar más nada.
Me levanto, le pago directamente a la Eva y me largo de allí. Lejos.


ARTURO PRAT ESQUINA COLOCOLO
Dentro de las sensaciones que se reubican o algunas extras que se incorporan, aparte de sentirme empequeñeciendo cada vez más, están el frío, la niebla propia y la ajena, y el desamparo.
En la schopería es posible que antes que la Nadia fuese al encuentro del teléfono, me hubiera dicho dos o tres palabras. Pero la fui viendo como a través de un visillo sucio, y no recuerdo qué dijo. Sería sin importancia. Sólo recuerdo que sus lindas uñas estaban con la pintura mordida, y ella misma se iba desgreñando en la espera. Pero ese alzarse de pronto, impulsada por su turno, las transfiguró en la belleza suma y allí ya no quedaba otra cosa que asumir mi lugar en la banca de suplentes.
Para un colectivo, después de haberme hecho el guiño con las luces. Dubito y le dejo ir. No es momento de llegar a casa. Prefiero el frío, el rumor de un río sin azul, a este olor asumagado que promete quedarse sin fecha de abandono. Camino, y pronto me doy perfecta cuenta que he hecho círculos con un punto de retorno: la plaza de armas y con la mirada fija en la schopería aguardo. Temo sí que se haya ido, y la imagino cabizbaja no encontrando razón para haberla dejado botada. No puedo evitar acecharla, inventando mil situaciones posibles, siendo la mejor esa en donde triste y tierna me confiesa que me había echado de menos y que no fuera tontito, que estaba saludando a un amigo, y que me abrazaba y yo me dejaba mimar, y nos íbamos caminando en zigzag evitando llegar todavía a la casa. Que me había esperado y cuando había deducido que me había enojado salió del antro a buscarme desesperada hasta que me encontró…

PLAZA DE ARMAS, FRONTIS DE LA MUNICIPALIDAD
En ese grupo de allá se ve que sale, y no precisamente triste, con su amiga y la tropa de pelafustanes que la acompaña. Se ríen con esas carcajadas que odié en el boliche y que ahora picanean con saña. No enfilan hacia la casa de la Nadia.

Esta vez me percato que es invierno y la niebla ha estado bajando…, ha de ser por eso que cuando bajo a Arturo Prat, los colectivos ya no me guiñan con sus luces. Tampoco me importa que pasen de largo.

Texto agregado el 05-01-2004, y leído por 1320 visitantes. (23 votos)


Lectores Opinan
16-05-2007 Vaya, haces un manejo interesante del texto. bien por ti. Jazzista
28-03-2007 Eres un hombre humilde y entusiasta, pero vamos, aquí derrochas categoria, cada detalle es pulcro y delicioso,por decir lo menos, a todas luces eres un tejedor de historias excelentemente logradas, brisas sureñas y ***** cochalluyo
03-03-2007 El problema con las mujeres es que cruzan la suerte... Gran relato que nos incumbe a todos los hombres en algún momento de nuestras vidas. roggeralzamora
15-11-2006 Asumagado pero no muerto. Más gambetas y enganches que no se qué. Me quedé embobado con el ir y venir de esos tacos y esas medias. Es una lectura ávida. Sewell sewell
11-10-2006 El texto se bebe "al seco". Construyes un protagonista entrañable. Sus vaivenes emocionales hacen de la lectura un placer. Me gustó. eride
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